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Vasallos de Tezcatlipoca
ENRIQUE SERNA escribe sobre el COVID-19. “Si los vasallos de Tezcatlipoca siguen menospreciando a la ciencia, si el egoísmo irracional y ciego vuelve a predominar sobre el intelecto, la civilización puede retroceder a un tipo de barbarie inédita que dañará para siempre la convivencia humana”.
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Aunque Donald Trump atribuye la propagación del Covid 19 a una negligencia cometida en el Instituto de Virología de Wuhan, lo más probable es que la causa de la pandemia no haya sido un error humano, sino un capricho letal de la naturaleza. Los demócratas acusan a Trump de haber lanzado esa acusación para eludir su responsabilidad en la tardía implementación de un plan de emergencia, pero quizá tenga otro motivo para inventar un culpable: si el líder más temido de la tierra admitiera que un microorganismo lo ha puesto de rodillas, daría un espectáculo de indefensión y fragilidad que lo humillaría ante sus bases de apoyo.
Reconocer que la pandemia es una derrota del poder político y económico ante un poder superior, equivaldría a quitarse el disfraz de Superman, el imán que subyuga a los supremacistas blancos.
Más respetuosos de las jerarquías cósmicas, los viejos tlatoanis rendían culto a un dios voluble y homicida, el proteico Tezcatlipoca, a quien atribuían los reveses de la fortuna, las plagas, las epidemias, la codicia, la ambición de poder, y en general, el don de la vida y la potestad de arrebatárnosla a su antojo. Como no es un dios asociado a un fenómeno natural, sino una abstracción, Tezcatlipoca sobrevivió en la filosofía de Schopenhauer, transformado en un concepto más digerible para el hombre moderno: la voluntad, una fuerza generatriz y destructora que mueve el mundo, pero en cualquier momento puede aniquilarlo de un manotazo.
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Según Schopenhauer, contra la voluntad sólo hay un antídoto eficaz: la representación, el conocimiento objetivo en estado puro, que sólo vislumbran los genios del arte y el pensamiento. Entre los pueblos prehispánicos no existió la noción de alta cultura y por lo tanto, Quetzalcóatl inculcó a los toltecas un conjunto de saberes prácticos que el aristocrático Schopenhauer quizá hubiera despreciado: la astronomía, la minería, el arte plumario, la orfebrería. Pero la confrontación de Tezcatlipoca con Quetzalcóatl parece haber prefigurado el conflicto metafísico intuido por Schopenhauer, pues los dioses enfrentados en Tula personificaron una batalla muy similar a la que libran en el interior del hombre la voluntad y la representación. Cuando Tezcatlipoca, metamorfoseado en viejo chamán, emborrachó a Quetzalcóatl y lo incitó a cometer incesto con su hermana Quetzalpétlatl, dejó en claro que la voluntad, valiéndose de sus mejores armas, la catarsis emocional y la ley del deseo, puede doblegar al intelecto más fuerte por el simple gusto de bajarle los humos.
Para no padecer más humillaciones, Quetzalcóatl huyó a la costa del golfo, donde se embarcó en una balsa de serpientes rumbo al mítico reino de Tlapallan, la región de la eterna sabiduría. Pero los informantes de Sahagún cuentan que antes de partir, los sabios toltecas le pidieron que dejara “todas las artes mecánicas de fundir plata y labrar piedra y pintar y hacer plumajes y otros oficios”, entre ellos la herbolaria medicinal. Para decirlo en términos de Schopenhauer, en este caso la representación conservó la pequeña parcela de poder que logró arrebatarle a la voluntad. El mito nos muestra, pues, que las grandes conquistas de la civilización tienen un carácter precario, pero tanto el filósofo alemán como la simbología prehispánica nos alientan a no cejar en la batalla por preservarlas.
La contienda de Tula, repetida cíclicamente en todas las épocas, se libra hoy en los laboratorios donde los científicos intentan desarrollar vacunas o medicinas contra el Covid 19 y en los hospitales donde médicos y enfermeras arriesgan la propia vida para salvar la ajena. Pero el genio díscolo de Tezcatlipoca no se limitó a crear y esparcir el virus. Para jodernos mejor ha poseído a los cretinos que maltratan o discriminan al personal médico en lugares públicos, a los dueños de Walmart o Bodegas Aurrerá, que duplicaron o triplicaron de golpe los precios del huevo y el aguacate, a los líderes de oposición que aprovechan la crisis para lucrar políticamente, como el siniestro gobernador de Jalisco, y por supuesto, a los presidentes de México, Brasil y Estados Unidos, que intentaron ningunear la pandemia con balandronadas machistas. En ellos recaerá, por desgracia, la difícil decisión de levantar o prolongar el confinamiento cuando haya pasado la etapa crítica del contagio. ¿Acatarán el dictamen de los epidemiólogos, aunque eso les reste popularidad? ¿Nos enviarán al matadero para complacer a sus clientelas políticas? ¿Tomarán en cuenta los sondeos de opinión o el dictamen de los expertos? Si los vasallos de Tezcatlipoca siguen menospreciando a la ciencia, si el egoísmo irracional y ciego vuelve a predominar sobre el intelecto, la civilización puede retroceder a un tipo de barbarie inédita que dañará para siempre la convivencia humana.