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Gabriel Retes: el arte de jugar al cine
ENRIQUE SERNA escribe sobre Gabriel Retes: “En los años 90, cuando todo el mundo lo consideraba un cartucho quemado, filmó en condiciones precarias dos estupendas comedias: El bulto y Bienvenido Welcome, que merecen figurar entre los clásicos de nuestro cine”.
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El fatídico 2020 se ha ensañado con la generación de cineastas que debutó en los años 70, cuando el gobierno echeverrista impulsó con largueza el cine de autor. A principios de año se nos fue Jaime Humberto Hermosillo y ahora lamentamos la pérdida de Gabriel Retes, un jipiteca irredento que nunca perdió la juventud espiritual. Su personalidad rebelde y provocadora marcó la tónica de su filmografía, inscrita en el movimiento contracultural del último tercio del siglo XX. Hay un aire de familia entre el cine de Retes y la literatura de José Agustín, pues ambos emprendieron una búsqueda experimental arraigada en el folclor urbano, en abierto desacato a la noción de buen gusto.
En su opera prima Chin chin el teporocho, basada en la novela de Armando Ramírez, el joven Retes recreó la atmósfera de los barrios bravos con un verismo estridente y obsceno, como si expidiera un acta de defunción a los viejos melodramas arrabaleros de Ismael Rodríguez. Luego incursionó con desigual fortuna en el thriller y el drama histórico. En Nuevo mundo, una de sus películas más irreverentes, intentó revelar al público masivo la operación de sincretismo acaecida en 1531, cuando el párroco de la iglesia del Tepeyac encargó la imagen de una virgen morena al pintor indígena Marcos Cipac. Era una película destinada a sacar ámpula (como luego lo hizo El crimen del Padre Amaro) pero la guadalupana Margarita López Portillo por poco sufre un síncope al verla. Estuvo enlatada varias décadas y al parecer sólo se ha exhibido en la Cineteca.
Los directores del Primer Mundo que aspiran a dejar huella empiezan filmando películas baratas y si obtienen éxito o reconocimiento, la industria fílmica les abre las puertas del gran dinero. Las carreras de Retes, Hermosillo y sus demás compañeros de generación (Ripstein, Cazals, Fons) siguieron la dirección opuesta: en la juventud, arropados por la munificencia estatal, pudieron hacer películas relativamente caras y después tuvieron que apretarse el cinturón, o de plano, colgar el megáfono. Por fortuna, Retes logró sobreponerse a la adversidad. En los años 90, cuando todo el mundo lo consideraba un cartucho quemado, filmó en condiciones precarias dos estupendas comedias: El bulto y Bienvenido Welcome, que merecen figurar entre los clásicos de nuestro cine (descargarlas en la plataforma digital de Cinépolis es una buena opción para aligerar el confinamiento).
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Realizadas en familia, con un reparto integrado por los padres, la esposa, el hijo y los mejores amigos del director, que protagoniza la primera en calidad de hombre-orquesta y en la segunda hace un papel secundario, su alto vuelo imaginativo contrasta con los bajos costos de producción. En ambas películas, Retes se liberó de la ideología marxista que afloraba con demasiada obviedad en sus películas de juventud (sobre todo en Bandera rota, la historia de un empresario secuestrado por la guerrilla urbana). La verdadera estrella de El bulto es el guión, en el que Retes se autoparodia y ajusta cuentas con su pasado al narrar la metamorfosis de una generación revolucionaria doblegada por el pragmatismo. El periodista herido en el halconazo que después de veinte años en estado de coma resucita con los ideales subversivos intactos es una especie de Quijote anacrónico, un Caballero de la Triste Figura enfrentado a los vestiglos de la era neoliberal. En materia de espontaneidad, frescura y humor mariguano, las comedias de Retes rivalizan con las mejores películas de Tin Tan, a quien directores como Gilberto Martínez Solares dejaban improvisar a su antojo. Tal vez Retes no improvisa tanto como el gran pachuco (los vuelcos dramáticos y los ambiciosos encuadres revelan una planeación rigurosa) pero juega al cine con desenfado y sabe involucrar en su juego al espectador.
En Bienvenido Welcome también predomina el espíritu lúdico, pero en algunos momentos Retes se deja arrastrar hacia el tono elegíaco, como en la escena luctuosa en que un grupo de actores y técnicos entierran en un jardín la cámara que se les rompió. Como la película narra el rodaje de un melodrama hablado en inglés por actores mexicanos, el entierro de la cámara deja entrever una segunda intención, como si Retes se despidiera de una manifestación cultural agónica. Su profecía se cumplió a medias, pues a partir de entonces los mejores cineastas de México emigraron al extranjero, una posibilidad impensable para Retes y sus compañeros de generación, que forjaron o intentaron forjar un bastión de resistencia cultural contra la aplanadora de Hollywood.
Ojalá ese legado haga escuela, pues sería muy triste que el entreguismo predominara entre los futuros cineastas, aunque el imperio los colmara de óscares. La advertencia de Bienvenido Welcome debe ser tomada en cuenta si queremos aportarle algo original y propio al resto del mundo.