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Hay mexicanos más allá de Nueva York y Los Ángeles
Las redes de apoyo ante el COVID-19 no tienen presencia en Kentucky, Oklahoma, Arkansas, Wisconsin, Alaska o Hawái. Urge revisar la agenda de protección a los mexicanos más vulnerables en Estados Unidos.
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Dice un refrán mexicano que “al perro más flaco se le suben las pulgas”, y en tiempos de crisis, como la originada por la pandemia de COVID-19, es posible aplicarlo a la letra.
Aunque aún no existen cifras certeras sobre los contagios y decesos categorizados por grupo social o étnico, se sabe que las afectaciones del virus, que en estos momentos golpea fuerte a Estados Unidos, han convertido en las víctimas más probables a los grupos de población que son habitualmente vulnerables: los afroamericanos, los latinos, los inmigrantes y los pobres; en muchos casos, estas categorías se traslapan.
Sin embargo, también se sabe que, para grandes males, grandes remedios. Hace unos días llegó a mi correo una guía con recursos de apoyo para inmigrantes durante la crisis de coronavirus, muchos de ellos diseñados para quienes no cuentan con documentos. Me sorprendió ver el tamaño de la lista, la organización por estados y por tipo de población, y la accesibilidad tanto en inglés como en español.
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De manera esperada, la mayor parte de las organizaciones y programas de ayuda se encuentran en estados donde la población mexicana tiene mayor concentración: California, Nueva York y Texas son los tres principales desde hace algunos años ––en el caso de California, una tercera parte de los habitantes son mexicanos––. En estos sitios, los inmigrantes mexicanos no son grandes solo en número, sino en antigüedad de residencia; algunos tienen diez, veinte, treinta años o más, viviendo en Estados Unidos.
A lo largo de ese tiempo, las comunidades receptoras han vivido una transformación demográfica que tiene como consecuencia la construcción de redes. Si bien es cierto que con frecuencia el gobierno federal no ofrece grandes alternativas para quienes llegan de países latinoamericanos, especialmente si son indocumentados, también es verdad que las redes de apoyo y solidaridad que construyen los mexicanos, y en general los latinos, permiten que estas comunidades trabajen, se desarrollen, tengan educación y acceso a la salud; para grandes males, grandes remedios. En el caso de California y Nueva York, gobiernos estatal y municipal también facilitan la atención de la comunidad inmigrante más vulnerable.
Pero, ¿qué pasa en los otros 48 estados, en especial en aquellos donde la inmigración mexicana no es tan numerosa, o es más reciente? Tomando como referencia la misma lista de recursos que recibí, en contraste con los más de 30 programas que aparecen disponibles en California, para los estados de Nebraska, Ohio, Kansas y Luisiana, solo aparecía uno. Nada para estados como Kentucky, Oklahoma, Arkansas, Wisconsin, Alaska o Hawái.
Karina Martínez, cuya familia es originaria de Zacatecas, posa para sus fotografías de XV años frente al puente colgante de Wichita, Kansas.
Es verdad que la inmigración mexicana en estos estados es mucho menor, más reciente, y se encuentra más dispersa; pero es justamente eso lo que convierte a estas personas en las más vulnerables. Es sabido que en todo Estados Unidos existen ataques racistas y de odio; pero en ciudades donde hay una sólida organización, las comunidades son capaces de responder. En el caso de los estados con una red más débil, o inexistente, los inmigrantes están a merced del fanatismo y el discurso político.
Este no es un asunto menor y debe atenderse lo antes posible, especialmente si consideramos las tendencias de crecimiento de la población inmigrante en Estados Unidos. En los años recientes, los flujos migratorios desde México y Centroamérica han dejado de dirigirse a los grandes nodos y se han dispersado por los estados del sur y el midwest estadounidense, donde la vida es menos cara y las actividades agropecuarias ofrecen oportunidades de trabajo.
De acuerdo con las cifras de Migration Policy Center, en la última década los estados que más han visto crecer su población inmigrante son North Dakota, en 112 por ciento; South Dakota, en 58 por ciento, y Minnesota, Delaware y Iowa en más del 25 por ciento. Esta tendencia se explica no solo por la inmigración reciente, sino por la migración interna de las propias comunidades inmigrantes, que dejan los estados más caros y se mudan a estos nuevos nodos laborales.
En estos estados ––que una buena parte de las personas dentro y fuera de Estados Unidos no puede ubicar en un mapa––, el número absoluto de inmigrantes puede no ser muy significativo, pero el porcentaje que ocupan entre la población se va volviendo notable. Entre los diez estados con menor cantidad de personas inmigrantes, hay cuatro en los que esta población representa entre el 10 y el 20 por ciento de la población. En la última década estados como Kansas, Georgia, Carolina del Norte, Indiana o Wisconsin, han recibido trabajadores mexicanos y centroamericanos en sus campos, plantas empacadoras, o en el sector servicios, pero las redes de atención y solidaridad no han crecido en la misma magnitud.
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En estos casos, ¿a quién le toca? Los momentos de crisis como la provocada por el COVID-19 son oportunos para revisar la agenda de protección a los mexicanos más vulnerables en Estados Unidos, empezando por los gobiernos federales y estatales en los dos países ––y aquí, un botón de muestra: el número de trabajadores mexicanos en la industria hotelera de Hawái ha crecido en la última década, pero aún no hay una sede consular en ese estado.
También lo debemos hacer también desde la sociedad civil, apelando a las organizaciones que destinan recursos para apoyar a los inmigrantes, pero que los dirigen siempre a las mismas comunidades por ser las más numerosas. Y desde el periodismo y los medios de comunicación, también tenemos una cuenta pendiente; las historias que ocurren en Nueva York y Los Ángeles son importantes, pero en algunos otros estados del país, contar las historias de nuestros mexicanos más vulnerables es urgente.
@EileenTruax