¿Dios lee? (Del eterno gozo de la lectura)

“Leer nos obliga a hacernos preguntas, a plantearnos grandes cuestionamientos que pueden ser filosóficos o simplemente sobre nuestra vida cotidiana”. Si Dios existe, lee. Debe leer, escribe BEATRIZ RIVAS.

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El placer no es la única razón para leer,

pero es el único camino para formar lectores.

Felipe Garrido

EMEEQUIS.– Un buen amigo me dijo el otro día que para ser atea, hablo demasiado sobre Dios. Dos de mis novelas, de hecho, de una u otra manera lo mencionan en su título: Dios se fue de viaje y La hora sin diosas.

A la escritora egipcia Nawal El Saadawi le preguntaron en una entrevista si Dios cabía en un libro. La novelista contestó: “No, eso lo aprendí de mi abuela que, siendo muy valiente, se enfrentó al alcalde del pueblo cuando éste, burlándose de ella, le dijo: Tú nunca conocerás a Dios porque no puedes leer el Corán. ¿Y quién ha dicho que Dios es el Corán?, contestó ella. Dios no cabe en un libro. Dios es justicia, libertad, amor. Así descubrí que los textos sagrados son una cárcel para mujeres.”

Dios no cabe en un libro, eso me queda claro. Es probable, incluso, que Dios ni siquiera quepa en una religión, pero ¿leerá Dios?, en caso de que exista. Digamos que existe y todos estamos acuerdo con esa aseveración. Entonces hay dos posibles respuestas:

1. Dios no lee puesto que siendo omnipotente y omnipresente, ya sabe de qué se tratan todos los libros que se han escrito. De hecho, estuvo ahí, detrás de cada letra. Al lado de cada pluma, de cada máquina de escribir, de cada computadora. Ya conoce lo que dicen todos los libros publicados, sin publicar y por publicar, así que ¿para qué los lee?

2. Dios sí lee porque al ser el más grande erudito, sabe no solo que la lectura otorga mucho conocimientos, sino también tiene la garantía eterna de sus placeres y sus gozos.  

Una vez más, imaginemos que la respuesta adecuada es la número dos. Si la lectura es una de las grandes pasiones de Dios pues tiene todo el tiempo del mundo (infinito) para leer y está cierto de sus beneficios, los seres humanos deberíamos imitarlo o, ¿acaso no  estamos hechos a su imagen y semejanza?

Tengo algunas amigas que, aunque saben que soy escritora y amante de los libros, me confiesan, sin un ápice de vergüenza, que no leen. Que han leído muy pocos libros. Que les aburre la lectura. Que se quedan dormidas. Que no le encuentran “el chiste”. Que para qué hacen el esfuerzo si pronto podrán ver esa historia en el cine. Y creo que esto es culpa de la muy deficiente educación que en las familias y en las escuelas se les otorga a los niños en la que debería ser una estrecha relación con la lectura. Tal vez lo que falla es el tipo de libros que los obligamos a leer: El Quijote o La Ilíada durante la secundaria es un error mayúsculo. O tal vez falla que les hacemos saber que la lectura únicamente les dará más conocimientos, los hará más cultos. Creo que se nos olvida mencionar que leer va mucho más allá. Y Dios lo sabe…

Sirve, por ejemplo, y eso está comprobado (por los estadounidenses que hacen estudios de todo) para tener mejor salud mental. Quien lee tiene menos peligro de enfermarse de Alzheimer y retrasa la demencia senil. Sirve, también, para desarrollar nuestra imaginación y nuestra creatividad.

Leer nos obliga a hacernos preguntas, a plantearnos grandes cuestionamientos que pueden ser filosóficos o simplemente sobre nuestra vida cotidiana, sobre nuestra manera de ver el mundo y el camino elegido. Un libro también nos apoya en el conocimiento de nosotros mismos… y no estoy hablando de textos de autoayuda (a los que, estoy convencida, debemos huirles) sino a libros de ficción. De hecho, los mejores libros de autoayuda son las grandes novelas, aquellas que nos hablan de tú, que nos conocen, que parece que fueron escritas para nosotros en el momento preciso en que las necesitamos. Elijamos libros que nos indignen, nos enojen, nos cuestionen, nos hagan imaginar, nos cimbren, nos emocionen, nos den vértigo. Que nos estremezcan.

Una gran novela o la maestría de un poema nos impulsan a enfrentar nuestros misterios, nos reconcilian, iluminan lo palpable y lo tangible del momento presente, nos revelan epifanías y asombros. Como diría Virginia Woolf, nos hacen “escuchar las voces de las cosas. La algarabía de lo cotidiano”. El prodigio de estar vivos. 

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Un buen libro también nos obliga a ser tolerantes, a tirar nuestros prejuicios a la basura. Nos hacemos más comprensivos, nos da menos miedo el “otro”, entendemos mejor las diferencias y no nos sentimos superiores ni inferiores a los demás. Nos hace personas menos dispuestas a la violencia. Al darle forma a los enigmas de los seres humanos, nos vuelve más empáticos y solidarios… y eso es una gran victoria en este tiempo de tantas divisiones y odios.   

Para quienes les da por la rebeldía, leer es uno de los mejores métodos. Leer es un acto revolucionario porque es no conformarse, es tener menos posibilidades de ser manipulables. Definitivamente la lectura construye universos para personas pensantes. Leer nos hace dudar, nos hace resistirnos a los lugares comunes. La manera ideal de rebelarse es mediante el conocimiento, mediante los mundos que se nos van abriendo, y conste que sigo hablando de literatura, de ficción.

Hay un teórico de la literatura cuyo nombre es Wolfgang Iser. Él afirma que todos estamos determinados por la última lectura. Estamos conformados, en cierta medida, por cada uno de los libros que hemos leído, por cada uno de los narradores, personajes, hilos conductores, temas y escenarios. Piensen en el libro que están leyendo ahora o recuerden alguno que les haya cambiado su vida, sus planes, alguna relación amorosa, su manera de contemplar este planeta.

Durante mis estudios de maestría, tuve una profesora que me cambió la vida: Gloria Prado. Ella repetía que debemos hacerle el amor a los libros. Desde que me lo dijo, cada vez que toco un libro, que paso mis dedos por su portada, acariciándola; que abro las primeras páginas y lo hojeo; que lo acerco a mi nariz para aspirar el aroma a papel y tinta, recuerdo el enorme poder de unir pasión y literatura. El deseo unido a las historias que tantas letras juntas, en inquebrantable orgía, nos cuentan.

Si Dios existe, lee. Debe leer. Tiene que ser un gran lector porque sabe todo lo que la magia de la ficción nos regala: un vasto panorama de posibilidades de existencia, hallarnos a nosotros mismos, comprendernos (y, por lo tanto, a los demás) en una dimensión más amplia, conocer mundos normalmente inaccesibles, entender el aquí y ahora. Los libros nos dan la oportunidad de despojarnos de ataduras, de nuestras máscaras personales y limitadoras. Los libros sí nos transforman en mejores seres humanos.

Puede ser que Dios nos haya enviado el coronavirus… pero también nos ha mandado miles de libros. Hagámosles el amor. Tengamos una relación íntima con las novelas, los cuentos, la poesía. Una relación que nos cure, que nos fortalezca durante esta pandemia, que nos alimente, que impulse nuestra imaginación y nos haga nombrar lo innombrable; aquello que no podemos enfrentar fuera de las páginas de ficción. Dejémonos seducir por un buen libro. Un libro que nos pida, al mismo tiempo, que nos entreguemos y que, sin embargo, sepamos conservar una prudente distancia. Entremos al profundo y placentero juego de la ficción.

Imitemos a Dios: leamos.  

@Brivaso



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