Primero, pederasta, luego feminicida: víctima cuenta la historia con su abusador

El 24 de mayo pasado un sujeto asesinó a Blanca Paulina Gutiérrez e hirió a su hija en Azcapotzalco, por supuesto encargo de Rodolfo Rodríguez Chairez. El hombre, de 65 años, cuenta con un historial previo de abuso sexual y violencia doméstica, que Laura, víctima de violación, accede a revelar para EMEEQUIS

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EMEEQUIS.- Fue un evento traumático que dejó una herida que ella tuvo que revivir varios años después, como cuando un vidrio empieza a desempañarse: había sido violentada por su padrastro. Un hombre que hoy está prófugo por feminicidio. 

Laura supo que Rodolfo Rodríguez Chairez había asesinado a Blanca Paulina Gutiérrez Esquivel. Él, un hombre de 65 años, “era el suegro de la mujer (la víctima de feminicidio) de 41, madre de 4 hijos”, escribió en un tuit de la periodista Itzel Cruz Alanís sobre el caso. “La amenazaba diciéndole que si no se quedaba con él, la mataría”. 

Blanca fue atacada a balazos en Azcapotzalco, Ciudad de México. Una cámara de seguridad grabó el crimen: un hombre de gorra blanca se acercó a ella y la asesinó enfrente de su casa. A la niña, la hija, la hirió. Ambas estaban en un taxi. 

Testigos escucharon, de la voz de Blanca mientras se desangraba, que el culpable era un sicario que le había transmitido un mensaje: que le mandaba saludos Rodolfo. 

Ahora, él está prófugo. El asesinato ocurrió el 24 de mayo de este año. 

Laura tiene una imagen violenta de Rodolfo. Un perfil que cosechó mientras era niña y que decidió revelar en entrevista para EMEEQUIS, autorizando sólo el uso de su nombre de pila, por temor a represalias. 

Yo solamente recuerdo que, estando muy chica, de repente conocí a un señor alto, delgado, con bigote pronunciado, tez blanca, ojos claros, de aproximadamente 40 años”. Era Rodolfo: “Y fue cuando mi mamá comenzó una relación” con él “y poco después empezó a vivir con nosotras”.

Recuerda que él manejaba un trailer y que aparentemente era buena persona: “Porque no nos trataba mal”. Pero un día comenzó la violencia que no pararía: “Pocos meses después comenzaron los gritos, los castigos en el baño (los encerraba). Más grande, caí en cuenta de que como esta persona creo que estuvo en la cárcel alguna vez, tenía ese tipo de visión o idea de que si alguien se portaba mal o para disciplinar, pues había que castigar”.  

Laura cuenta que su hermano, que en ese momento tenía 11 años (y ella cinco) fue el que primero sufrió la violencia: “Porque lo regañaba mucho, lo golpeaba, lo castigaba y nos hacía ese tipo de cosas, por contestar mal o porque si te decía que hicieras el quehacer o no barriste el patio, entonces te castigaba”. 

“A mi hermano siempre lo trataba con palabras discriminatorias, como insinuarle que era una marica, que era una señorita, palabras hirientes”. 

Un día su hermano se fue de pinta con unos amigos. Cuando regresó a casa, Rodolfo se enteró: “Recuerdo nada más que esta persona se lo llevó al baño, tomó un fierro de uno de los catres que teníamos y sólo vi que dijo que si le gustaba irse de pinta, iba a aprender que no debía hacerlo”.

Laura sintió cómo su madre la tomó de la mano: “Mientras nos íbamos, yo escuchaba a mi hermano gritando a mi mamá que lo ayudara”. “Después sólo recuerdo que mi hermano estaba mal, tenía muchos golpes en las piernas y en las nalgas, estaba sangrando”. 

Esta agresión generó que el padre de los menores se llevara al chico: “Me separaron de mi hermano”. Entonces, a ella le tocaría sufrir a Rodolfo: “Yo me quedé en Querétaro y ahora toda la violencia que él vivía pasó a mi lado de la cancha, a una niña de seis años que ahora era la víctima número uno de los gritos, insultos y castigos”.  

Pasaron los años y los abusos continuaron, incluso a las amenazas de muerte: “Cuando mi mamá tuvo un accidente en la autopista y tuvo que ser hospitalizada” ya que tuvo “una fractura” que “la paralizó por cuatro meses en la cama aproximadamente”. Fue así que Rodolfo asumió el control: “Durante esta situación, esta persona la amenazó de muerte con una pistola en la cabeza”. 

EL ABUSO SEXUAL

Luego, se mudaron a Azcapotzalco. Fue ahí cuando la violencia escaló todavía más: “Recuerdo una mañana, antes de despertar a las siete, sentí que alguien entró en mi cuarto, era esta persona”. 

“Me despierta y mientras estaba acostada me dice que me volteé del otro lado del que estaba acostada; él venía sin pantalones, venía en calzones”.

Ella tenía miedo, así que obedeció: “Me hizo recostarme sobre sus piernas, pero para este punto él empezó a sacar su miembro y a ponerlo frente a mi cara”. 

“Tengo muchos recuerdos bloqueados, solamente tengo imágenes nítidas, como flashazos de las situaciones, pero recuerdo que la situación duró varios meses, tal vez no lo hacía diario, pero sí lo hacía frecuentemente”. 

Cuenta que “incluso, una vez que yo salí al comedor de mi cuarto que estaba al fondo del departamento, salí hacia la sala, la cocina: esta persona estaba sentada en una de las sillas de la mesa del comedor de la misma manera, en calzones, pero con su miembro afuera”. 

Laura tuvo confianza y le contó a su abuela: “Entonces, confrontó a mi mamá; mi mamá se puso a la defensiva, lo negó, no me creyó y me dijo que por qué no había dicho nada”. 

El tiempo siguió pasando, Un día, en la escuela, una maestra llamó a Laura: “Me dijo que mi mamá había ido por mí”. 

“Mi mamá (estaba) en el parque que está ahí al lado, traía unos lentes y traía golpes en la cara”. Rodolfo había golpeado a su madre; incluso le había soltado una patada en una de las piernas donde su mamá “tenía el clavo del accidente”. 

La madre de Laura decidió denunciar: “Fuimos al Ministerio Público de Azcapotzalco”. Ahí “fue muy impactante tener que narrar lo que me pasó a personas poco empáticas”. 

Rodolfo fue notificado: “Le llegó la notificación judicial para presentarse a declarar, recuerdo que a partir de ese momento esta persona obviamente trató de ya no agredirme tanto, supongo que para no meterse en más problemas”. 

Sin embargo, la historia dio un nuevo giro: “La gran sorpresa fue que mi mamá en esta ocasión me pidió que cambiara mi versión de los hechos, que dijera que lo que yo había declarado ante el Ministerio Público y que quedaba sentado en el acta había sido una confusión”. 

“Que lo que yo había visto como un pene en realidad era unas calcetas hechas bola”. Su madre le dijo que era para evitar más problemas: “Esta persona le había dicho que iba a cambiar y que ya no iban a pasar situaciones de este tipo”. 

Ella se pregunta cómo es que un juez creyó que una niña cambiara una versión así de fácil: “Yo no recuerdo nunca que me hayan hecho un exámen psicológico, al menos no lo recuerdo y tampoco haber recibido atención psicológica; obviamente, estoy hablando de 2004, 2005, 2003, 2002”. 

Más adelante, con el paso de los años, Rodolfo salió de sus vidas. Aunque las heridas quedaron ahí, fueron atendidas con terapia y con el paso del tiempo. 

@Ciudadelblues

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