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"¡El hospital se los tragó!": perviven secuelas por duelos pendientes de fallecidos del Covid
Muchos familiares de pacientes y sobrevivientes de Covid tienen secuelas psicológicas, incluso aquellos que se mantuvieron “invictos” de contagio. De acuerdo con un estudio de la Universidad Anáhuac, del 31 a 38% de los pacientes de Covid-19 tienen síntomas depresivos; 22 a 42% síntomas de ansiedad y 20% síntomas obsesivo-compulsivos
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EMEEQUIS. ― Mariana, de 26 años, contrajo la enfermedad de Covid-19 en septiembre de 2021. Se atendió en casa y salió de la enfermedad tres semanas más tarde, después de una situación de extrema gravedad. Pero apenas había dejado atrás el padecimiento, cuando su esposo Raúl, de 34, dio positivo a la enfermedad.
Raúl fue atendido en casa por unas semanas, conectado a oxígeno, con intenso dolor de pecho, y finalmente fue internado e intubado. El décimo día de su internamiento, en un conocido hospital de una ciudad del norte del país, entró en crisis. Tenía una pulmonía severa, un pulmón colapsado, el otro con funcionamiento parcial.
Como muchas otras personas afectadas de manera semejante durante el ciclo pandémico iniciado en 2019, que relataron el desarrollo de la enfermedad en sí mismas o en familiares cercanos en foros y en redes digitales orientados a ese propósito, Mariana comenzó a reseñar detalladamente la enfermedad de su marido, pidiendo primero consejos, después palabras de aliento, y al cabo oraciones por la salud de su esposo.
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Una madrugada de octubre Raúl presentó un paro cardiorrespiratorio, tres semanas después de la fecha de su hospitalización, de acuerdo con el relato de su esposa, que agradeció en su grupo virtual el apoyo recibido: “Fue la última vez que lo vimos”.
Además de pésames y bendiciones, recibió como respuesta la empatía de quienes vivieron situaciones semejantes: “Yo no pude ir al sepelio de mi papá porque estaba contagiada y en aislamiento”, “Nosotros ya no vimos a mi hermano, estábamos todos contagiados”, “Me dejaron pasar a ver a mi papá después de muchos ruegos con un traje aséptico, pero nadie más pudo verlo antes de fallecer…”.
Mariana y Raúl son nombres ficticios, por protección de sus identidades, pero encarnan la realidad de millones de personas que enfrentaron situaciones parecidas durante la crisis sanitaria: la ausencia de duelo y de rituales funerarios para despedir a sus familiares.
De acuerdo con un estudio sobre “Pérdida y duelo durante la Covid 19”, de la Federación Internacional de Sociedades de la Red de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FICR, por sus siglas en inglés), la imposibilidad de despedirse, las medidas especiales de tratamiento de cadáveres ―transformados en residuos peligrosos―, el confinamiento como medida preventiva ante los contagios, entre otros condiciones impuestas por la emergencia sanitaria, suprimieron o complicaron los procesos de duelo.
La tanatóloga y terapeuta Miriam Israel, autora de “Abrazar hasta el último aliento” (Grijalbo, 2022), lo pone en términos gráficos, en entrevista con EMEEQUIS:
“El hospital se tragó a los pacientes. Punto. O sea, entró el paciente y ya no lo volvieron a ver nunca. (…) Son duelos pendientes, no trabajados que se van acumulando y socialmente nos dan problemas porque la gente está más agresiva, son secuelas muy grandes que todavía no se han valorado lo suficiente”.
Y es que muchas sociedades y gobiernos han dado por muerta a la pandemia del coronavirus. Pero la bestia está ahí, no sólo porque su extinción total no se ha consumado, sino porque vive agazapada en los trastornos emocionales de millones.
“SIENTO QUE YO PROVOQUÉ SU MUERTE”
El esposo de Diana ―nombre referencial― enfermó de Covid-19 y falleció en el otoño de 2021. Durante los primeros días del contagio lo atendió en casa. Pero a punto de cumplir dos semanas con la enfermedad, empeoró y Diana decidió llevarlo al hospital, donde días después falleció.
Diana no sólo se quedó sola y con un par de hijos pequeños, sino que la familia de su esposo la culpa por el fallecimiento: “Siento que dejé sin padre a mis hijos, que yo provoqué su muerte”.
Como Diana, muchos otros familiares de pacientes y sobrevivientes de Covid tienen secuelas psicológicas. Y en realidad muchos más, incluso aquellos que se mantuvieron “invictos” de contagio del coronavirus ―que inició su propagación hace tres años, en diciembre de 2019, aunque fue declarada como pandemia hasta marzo de 2020―, fueron afectados de múltiples maneras en su salud emocional.
De acuerdo con un estudio de la Universidad Anáhuac, del 31 a 38% de los pacientes de Covid 19 tienen síntomas depresivos; 22 a 42% síntomas de ansiedad y 20% síntomas obsesivo-compulsivos (por ejemplo, temor a contaminarse y necesidad de lavarse repetidas veces las manos); el trastorno de estrés postraumático está presente en un rango de 20% a 30% de los pacientes, aunque en países asiáticos esta cifra alcanza hasta el 96% y 38%.
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Uno de los aspectos que más impactaron en los periodos de mayor intensidad de la pandemia, fue la supresión de los procesos de duelo.
Por ejemplo, la FICR pondera las afectaciones que en abril de 2020 prevalecía a dichos procesos:
“Los entierros tradicionales y los rituales de duelo, que varían de país en país, también se han visto muy afectados. En algunos casos, los cadáveres se colocan en ataúdes sellados antes de que los familiares puedan ver a la persona fallecida y puedan honrarle según dictan sus tradiciones. Los funerales están limitados a un pequeño número de familiares cercanos y las ceremonias son más breves de lo habitual. Las reuniones y otros rituales de duelo celebrados en ciertas culturas están prohibidos o estrictamente limitados a unos pocos participantes. (…) Las medidas de confinamiento y cuarentena también restringen el apoyo social proporcionado normalmente en estas situaciones. Estas circunstancias particulares tienden a complicar el proceso de duelo de quienes se sienten afligidos”.
De acuerdo con la organización, la ausencia de duelo propicia emociones complejas como conmoción, vinculada a una muerte inesperada; sentimiento de culpa, por no haber podido hacer algo para proteger mejor al ser querido o, en ciertos casos, por haber transmitido el virus a la persona que ha fallecido; ira: contra el virus, contra el personal sanitario por “no haber hecho lo suficiente para salvar al ser querido o, contra las autoridades por no haber puesto en marcha unas medidas de protección efectivas con suficiente antelación”.
También tristeza, “por la repentina o inesperada pérdida de un ser querido, porque el ser querido falleció solo, inconsciente o sufriendo y, por no poder despedirse”; soledad: por no ser capaz de compartir el dolor con otros del modo habitual y por no poder beneficiarse de la cercanía física y el consuelo que se recibe normalmente en estas circunstancias; miedo, de que otro ser querido pueda haberse contagiado y fallecer también; impotencia, “por no tener el control de la vida propia y no poder rendir homenaje a las personas que han muerto”, y en fin, una “inmensa aflicción, “asociada con varias pérdidas experimentadas de manera simultánea durante el proceso de duelo por un ser querido”.
Las consecuencias, por supuesto, son de largo plazo.
ATORADOS
La complejidad del duelo por la muerte de una persona fue llevada al extremo por la pandemia de Covid 19 y escaló a una problemática social.
Miriam Israel, cofundadora de las organizaciones de apoyo Centro de Cuidado Paliativos de México y Caminos Paliativos de Luz, explica en su libro “Abrazar hasta el último aliento” ―puesto en circulación por Penguin Random House bajo el sello de Grijalbo en septiembre pasado― cómo el fallecimiento en una cama de hospital es de por sí problemático para el paciente y para los familiares:
“Para la mayoría de las personas, sobre todo las que saben que su muerte es inminente, el ideal es permanecer en un lugar cálido, rodeado de sus seres queridos, y no dentro de cuatro paredes en un hospital, aislado, conectado a tubos y generando el desgaste de la familia. Por lo regular los familiares no están preparados para dejar ir a su ser querido y le piden al médico que haga todo lo posible por mantenerlo con vida, aunque sea de forma artificial, a través de máquinas, sondas y lo que sea necesario, aunque esto sólo alargará el tiempo de la agonía y el sufrimiento.
En el hospital hay que cumplir con los protocolos de la institución sin que se pueda opinar mucho al respecto. Resulta evidentemente cruel que un padre o una madre mueran sin haber dado un beso a su hijo/a, nieto/a, sobrino/a, hermano/a o un/a buen/a amigo/a en las últimas semanas, o bien que agonicen en la soledad de terapia intensiva, sin la presencia de sus seres queridos”.
Pero la pandemia impuso reglas de un rigor asfixiante. En entrevista, Miriam Israel expone que la pandemia dejó duelos pendientes que tienen consecuencias sociales:
“Mira, en el Covid el hospital se tragó a los pacientes. Punto. O sea, entró el paciente y ya no lo volvieron a ver nunca. Esa ausencia del proceso del duelo es algo que por supuesto está dejando muchas secuelas porque no están pudiendo cerrar con ese duelo, porque ni siquiera el luto se pudo vivir, con los rituales funerarios que son muy importantes para poder trabajar el duelo”.
Precisa: “Son duelos que están pendientes, duelos no trabajados que se van acumulando y que a la corta o a la larga socialmente nos dan problemas porque la gente está más agresiva, hay muchas culpas, que afectan a la familia, porque se pelearon con el primo porque fue la persona que trajo el Covid 19 a la casa, etcétera, y entonces son secuelas muy grandes que todavía no se han valorado lo suficiente”.
La terapeuta y tanatóloga expone que es como si los deudos permanecieran atorados en un punto inicial del proceso de duelo: “es esa parte del enojo, de la ira, que con todo el respeto yo le llamo en su etapa de emputamiento, porque la gente está enojada más allá del enojo normal, y no es quién me la hizo, es quién me la paga. ¿y quién te la paga? El que tienes más cerca de ti, y entonces cuando no lo trabajas se queda esto como algo pendiente para toda la vida, hasta que lo trabajes. Si no lo terminas de cerrar no lo terminas de cerrar”.
“¡NO QUIERO IR AL HOSPITAL!”
Miriam Israel imparte talleres relacionados con su especialidad y brinda asesoría a familias con pacientes con enfermedades terminales o cercanos al final de la vida, y acompaña y guía en procesos de duelo.
En su libro de reciente publicación aborda los proceso de duelo en general, en el que, dice, el lector se va a encontrar “se va a encontrar las herramientas necesarias para poder vivir el final de un ser querido sin tanto dolor, y testimonios de personas que ya lo vivieron, hay casos de éxito como de fracaso”.
Se explica: “llamo casos de fracaso cuando por alguna razón no hicieron las cosas de manera correcta, cómo terminaron desgastados la familia, cómo terminaron en la zona de terapia intensiva de un hospital, firmando pagarés para que les entregaran el cuerpo, por no prevenir”.
Dice que cuando la enfermedad no responde a tratamiento curativo, es el momento de cambiar el enfoque, de tratar de buscar el bienestar del paciente: “Los cuidados paliativos consisten en buscar el bienestar del paciente. Ese es el abc de los cuidados paliativos. Lo primero es mantener al paciente sin dolor físico, eso es lo más importante de todo, mantenerlo con los síntomas controlados, y eso se puede hacer a través de los medicamentos”.
“Pero también ―refiere ― ver cuáles son los pendientes que puede tener el paciente para ayudarlo a que se desprenda, para que se vaya. La familia tiene que saber, tiene qué ver cuáles son las necesidades y los pendientes del paciente”.
Dice la terapeuta que hay una serie de situaciones ya identificadas en cuanto a dichos pendientes: “La mayoría pueden ser, uno, que tenga un hijo con discapacidad. Dos, qué va a pasar con mi esposa, quién se va a hacer cargo de mi viejita. Entonces, decir a papá: por mamá no te preocupes, nosotros vamos a ver por ella, o vamos a seguir estando a su lado, eso le permite al paciente poderse ir en paz. Y detalles como, si hay un hijo con discapacidad, quién se va a hacer cargo. Una madre no puede morir cuando tiene un hijo con discapacidad y no sabe quién se va a hacer cargo de su hijo cuando ella no esté”.
Pero también se genera una lucha entre los familiares, y no sólo por bienes y herencias como es más común, sino también hay “guerras de egos”, por imponer su propia visión o voluntad.
“El paciente cuando se acerca el estado final, el fallecimiento, manifiesta un par de cosas: número uno, deja de comer; y ahí es cuando la familia se pone histérica y me hablan por teléfono y me dicen: >”, refiere.
Explica que es mejor prepararse para el desenlace: “Entonces yo les digo: No, déjalo en paz en su casa. Lo mejor que puedes hacer es que, si no quiere comer, es porque su final ya viene, es una de las señales. Mejor prepárate para dejarlo ir. Más que prepararte para darle alimentación a como dé lugar, a fuerza, cuando el paciente ya no tiene necesidad de comer. No debemos presionarlo”.
El hospital, dice, complica la situación: “¿Para qué lo llevas al hospital? Déjalo en la casa, prepárate y no lo lleves al hospital, porque una vez que lo conectas no lo puedes desconectar. Ese es el punto: ya no debes desconectarlo, legalmente ya no podrías hacerlo, entonces nos vamos a preparar para que el paciente no llegue al hospital”.
Relata: “Este caso que te digo de la persona que la familia tuvo que firmar los pagarés para que les entregaran el cuerpo, es precisamente por eso, porque no aceptaron bajo ningún concepto que el paciente iba a morir. Yo estuve con ellos y les dije: ¿qué pasa si ahorita le da un paro respiratorio? Y entonces la esposa me contestó: pues claro que lo vamos a llevar al hospital para que lo revivan. Tenía cáncer con metástasis en todo el cuerpo. Entonces, mi comentario ahí, con quien recibe mis palabras, es decirle, súbete a la cama, quítate los zapatos, abrázalo y dile cuánto lo amas. No te vayas al hospital”.
Y es que, “por lo general son los pacientes quienes dicen: ya no quiero ir al hospital, por favor ya no me lleves. Y no falta el hijo que dice: ‘No, sí papá, tienes que ir al hospital y tienes que seguir el tratamiento…’. A pesar de que el papá ya no lo quiere. ¿Pero por qué quiero llevar a mi papá al hospital a fuerza? Porque siento que tengo que darle todo lo que no le he dado durante toda su vida, se lo tengo que dar la última semana, porque no estoy lista para dejarlo ir”.
@estedavid
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