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Chicas poderosas. Diableras en la Merced mueven hasta 600 kilos
Ocho años después de tomar por primera vez el diablo, Amelia se ha acostumbrado a una actividad que se cree propia de hombres y transporta de todo. Mientras que Guadalupe lleva siete años en el oficio. Ninguna de ellas rebasa el metro y medio, pero son más fuertes de lo que aparentan.
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Por Maricarmen Gutiérrez Romero
EMEEQUIS.– A los 53 años, Amelia consideró por primera vez cargar el diablo de su esposo y ver si podía “echar viaje”.
Con un sombrero de palma que la protege del sol, Amelia llega a las 12 de la tarde al Mercado de la Merced. Se coloca el babero que utiliza para no ensuciarse y guarda su bolsa de mano en las cajas que lleva en el diablo. También lleva un lazo con sus instrumentos de trabajo: es hora de comenzar la jornada laboral. Ella y Guadalupe forman parte del pequeño sector de mujeres que se dedican a ser cargadoras en el mercado minorista más importante de la Ciudad de México, el cual cuenta con dos naves principales, en total mide 88 mil metros cuadrados, y posee más de 4 mil locales que principalmente abastecen la canasta básica.
La capital mexicana cuenta con 329 mercados de este tipo que son responsables de 280 mil fuentes de empleo.
Al principio, algunas personas aceptaron que Amelia les llevara la mercancía, otras no. Le decían que no porque es una mujer pequeña, de un 1.40 metros, delgada, que da la impresión de no tener la suficiente fuerza para ejercer su trabajo. Menciona que en el 2000 un automóvil la aventó y le dejó “el hueso encimado”, lo cual le restó altura. Y es verdad, el diablo que utiliza para trabajar la rebasa por escasos centímetros.
Los mercados cuentan con cargadores, normalmente varones que se encargan de jalar “el diablo” con la intención de trasladar mercancía que los rebasa por mucho en peso. Debido a la intensidad de esfuerzo físico, esta actividad es socialmente considerada masculina.
Ella tampoco creía poder “¿Cómo voy a poder si estoy bien chaparra?” se decía, pero ahora, ocho años después de tomar por primera vez el diablo (ya tiene 61), se ha acostumbrado a una actividad que se cree propia de hombres y transporta de todo. Espera a sus clientes recargada en su diablo, justo en una de las esquinas del mercado de carnes. Ahí llegan a buscarla comerciantes y compradores para que transporte la mercancía.
La tradición de los mercados lleva más de 500 años vigente, ya existían desde la antigua Tenochtitlan, incluso fueron descritos en las Cartas de relación escritas por Hernán Cortés, para la corona española. Su función era la misma que ahora, abastecer de productos diversos a la población.
Amelia en su entorno.
En el 2016, el gobierno de la Ciudad de México declaró patrimonio cultural intangible a las manifestaciones tradicionales que se reproducen en los mercados públicos ubicados en la Ciudad de México. Con ello, aseguraba que los mercados son fuente primordial no solo de la derrama económica sino, también, de la conservación de costumbres y tradiciones. Aunado a ello, en el 2019 se destinaron 200 millones de pesos para el fomento y mejoramiento de los mercados públicos de la CDMX.
Los convencionalismos sobre la división del trabajo por géneros no detienen a Amelia, quien poco a poco se abrió camino y consiguió sus propios clientes. Incluyendo a un señor de muletas al que nadie más quiere llevar debido al tiempo que necesita emplear para hacer sus compras y es que en México, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Discriminación del 2017, el 58% de las personas encuestadas y que tiene una discapacidad considera que los derechos humanos en México se respetan poco o nada.
Otra de sus clientas es una maestra que siempre llega tarde y que encuentra todo cerrado, por eso su jornada laboral suele terminar como a las ocho de la noche. Ya se acostumbró a ese horario. Dice que lo único que le molesta es que siguen reparando el Metro, antes usaba el RTP, pero ahora ha decidido trasladarse por la Línea 5.
No le preocupa que sus compañeros sean rudos, ensuciarse o lastimarse, para ella, acomodar la mercancía, procurar que no se le caiga nada, es lo más difícil, porque si se cae la tiene que pagar.
En las cajas de plástico que utiliza para asegurar la carga, lleva de todo, no se limita, incluso en una ocasión “cargué 15 cajas de carne congelada de 40 kilos cada una”. Eso es aproximadamente 600 kilos y más de 10 veces su propio peso. “yo sentía que se me hundía el piso”.
Recuerda ese día: “Me dijeron préstame tu diablo y como yo no lo presto, mejor le dije yo me lo llevo”, y le llenaron el diablo de carne congelada, que transportó aproximadamente por 500 metros. Se ríe al recordarlo, pero también menciona que esa fue la única vez que fue mucho y se tiene que cuidar porque sus clientes la necesitan.
En estas fechas decembrinas, la buscan demasiado, pero no acepta todos los viajes que se le presentan. Echa viajes y entre cada uno, se asoma, por sí ya la están buscando. Le dan la lista y ella va recogiendo lo que ya se pasó a pedir.
Ella llegó a la Merced después de que le rompieron el corazón. Estaba escapando de su familia y de las preguntas de por qué se había separado. “Me puse a trabajar de día y de noche como loca para que mi familia no me dijera nada”, pero cayó enferma y tuvo que parar.
Aunque el mercado es conocido por su amplio surtido en dulces, cuando llegó, hace más de 16 años, quería trabajar en la zona de comidas, pero el camino de su vida la llevó por otro lado y terminó en la limpieza; fue hasta que se quedó sin trabajo y a su marido se le cayó un diente que decidió empezar a jalar el diablo, trabajo original de su pareja. “primero hay que encontrar el trabajo y luego el amor a él”, detalla sobre su oficio.
Está esperando a que acabe la temporada decembrina porque quiere encontrar trabajo en una fábrica, menciona que necesita cotizar dos años más en el seguro, por eso está buscando un empleo de noche, de limpieza, para así no dejar a sus clientes.
El viaje más pesado que ha hecho sumaba 600 kilos.
El caso de María Guadalupe, quien también se dedica a ser cargante, fue diferente: ella llegó a cargar el diablo porque a eso se dedica su papá. Después de separarse de su primera pareja, le dijo a su familiar “llévame a trabajar porque necesito dinero”. Al igual que Amelia, ella forma parte del 33% de mujeres que se reconocen como jefas de familia y llevan el sustento económico a su hogar.
Su padre, “El Güero”, se la llevó a la Merced y le dijo “ahí te quedas y si te piden que te lleves algo, le dices que sí y te regresas por el mismo lugar que te llevaron”. Nadie le enseñó a andar entre el laberinto que se forma con cada local, si no estaba su padre para decirle cuánto cobrar, le preguntaba a cualquiera de los que estaban en la base. Así estuvo un tiempo, hasta que se tuvo que ir, pero a los 24 regresó a trabajar y desde ahí, lleva siete años seguidos ejerciendo el mismo oficio.
Ya no se pierde entre los pasillos, está acostumbrada a la cantidad de gente que se le cruza mientras transporta su carga. Tampoco recuerda haber vivido una mala experiencia dentro de su profesión, parece que lo único que le preocupa, al igual que a Amelia, es no tirar la carga, pues hace un tiempo se le rompió una bolsa y tuvo que pagar la mitad de la mercancía.
Ella también es de complexión baja, no rebasa los 1.50 cm de altura y de acuerdo con sus propios cálculos, tampoco los 58 kilos. Pero eso no le ha impedido transportar más de 170 kilos de carne congelada en un solo viaje.
Por ser una profesión a la que pocas mujeres se dedican, comenta que cuando no la conocen, a las personas les cuesta trabajo aceptar que ella les proporcione el servicio. “Al principio las personas te dicen no, pues ‘no puedes’, ya después te vas ganando la confianza y ya”.
Su jornada comienza a las 8 de la mañana, carga de todo, pero dice que lo que más transporta son cajas de tostadas y carne. Acabará a las 8 y media, poco más de 13 horas después de haber empezado a laborar, hora en la que, dice, ya no hay gente. Toma transporte público, dice que tarda como dos horas, a veces casi tres en llegar a casa a descansar, ver a sus hijos y preparar sus cosas para el día siguiente ir a trabajar.
La carga de Guadalupe.
@emeequis
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