La violencia vicaria y sus lagunas legales

La violencia vicaria está descrita en la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y tipificada en el Código Penal de 12 estados, donde puede denunciarse como delito. Lucía Núñez, del CIEG de la UNAM, resalta la importancia de sensibilizar a las autoridades.

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Por Ilse Valencia / Frank Medina / Celso Ramírez

EMEEQUIS.– La violencia vicaria “significa violentar a través de una persona, en este caso hijas, hijos e hijes, para dañar a la madre, o sea, hay un medio a través del cual se perpetúa, no es directa”, explica Lucía Núñez, del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM.

Generalmente se presenta en momentos de separación y es perpetrada por el progenitor. Hay casos en los que “se ejerce a través de seres queridos e incluso mascotas”.

Mildret Sainz y Lydia Lara han sido víctimas de este tipo de violencia. En la lucha por recuperar a sus hijos se han enfrentado a lagunas legales que no les han permitido acceder a justicia, pues en menos de la mitad del país la violencia vicaria puede ser denunciada y atendida como delito.

ARREBATAR EL DERECHO A MATERNAR

“Somos madres que no sabemos de nuestros hijos y eso te pega mucho en lo emocional, es una tortura. El objetivo de quienes ejercen esta violencia es matarte en vida y, si no lo logran, hacen que para tus hijos e hijas estés muerta”, declara Dulce Mildret Sainz Torres, de 42 años, activista y madre de una mujer de 22 años y un joven de 17 que le fueron arrebatados a muy temprana edad por el padre de ambos.

“Empecé a sufrir violencia vicaria cuando mi bebé tenía pocos meses de nacida. Él buscaba que no se notara que me agredía directamente, pero siempre me decía que, si me iba, lo haría sola, sin mis hijos, porque no iba a permitir que crecieran sin su papá”.

Fue en 2008 cuando Mildret decidió poner fin a la relación, tras un episodio de celos por parte de su entonces esposo, quien intencionalmente estrelló el carro en el que viajaban para luego bajarla a empellones del auto, al tiempo que aventaba sus pertenencias.

“Pensé que la siguiente vez me mataría y pedí el divorcio. Él me dijo: ‘sí, pero el departamento está a nombre de mis papás y no te daré pensión porque gano muy poco. No sé qué harás sola con dos niños, ¿a dónde los llevarás si tu relación con tus padres no es buena?”. La manipulación y amenazas provocaron que Mildret decidiera dejar a su niña de seis años y su pequeño de dos al cuidado de su progenitor, pensando que la situación económica de él era mejor y que ella tenía poco que ofrecerles.

Lucía Núñez plantea que la violencia vicaria no opera de manera aislada, sino en concatenación con otras violencias (psicológica y física-económica y, de manera reiterada, patrimonial). 

“En procesos de separación o divorcio el hombre tiende a perder el control o el poder, es decir, lograr que la persona con la que había un vínculo afectivo actúe o responda de cierta manera. Entonces utiliza a los hijos e hijas como medio para saber de la madre, para seguir manipulándola, para denostarla o hacer que se angustie”, agrega la investigadora del CIEG.

La violencia vicaria también se manifiesta si el padre ignora a la madre en su función de tal, no cuida a los menores de forma adecuada, les maltrata o no les atiende con el objetivo de que la mamá se dé cuenta y lo contacte para convencerlo de cumplir con sus obligaciones. 

“Él puede ejercer violencia económica, por ejemplo, no proporcionando los alimentos o materiales escolares. También, limitando la pensión, si la hay, a lo asignado por las juezas y jueces que, en la mayoría de los casos, es insuficiente. El maltratador piensa que está dañando a la madre, pero en realidad también termina violentando a las y los menores. Hay casos extremos donde los niños y niñas son lesionados o asesinados con el único fin de lastimar a la mujer”, expone Lucía Núñez.

Cuando Mildret tomó la decisión de que su hija e hijo estuvieran con su progenitor fue bajo la condición de que ella podría hablarles y verles en el momento que quisiera. Sin embargo, esto duró poco tiempo.

“Tras una discusión y decirle que pediría la guarda y custodia, en junio de 2009, me arrastró calle y media con el carro y me tiró. Después condicionó las visitas y convivencias. Podía ver a mis hijos el fin de semana sólo si me quedaba en casa y tenía relaciones sexuales con él”.

La custodia provisional la tenía el padre, por lo que durante muchos años su expareja mantuvo esa condición violenta para Mildret, misma que cambió cuando ella comenzó a hablar en público de lo que vivía y a tener redes de apoyo.

“Cortó el vínculo, en especial con mi hija. Esto venía maquinándose porque desde los seis años le generaron recuerdos de que ella era quien se hacía cargo de su hermano, de que yo le había sido infiel a su papá y de que era una mala madre. No representaba autoridad para ella, incluso para mi hijo, aunque él ha sido un poco más crítico de la situación”.

Esto ha provocado que hasta la fecha la hija de Mildret se niegue a verla y que con su hijo pueda convivir sólo en algunas ocasiones.

Las malas prácticas por parte de los abogados a los que acudió Mildret y de las autoridades encargadas de hacer justicia han impedido que durante 16 años ella esté presente como madre. “Me asesoré con una abogada que me dijo que le dejara todo, lo hice pensando que era lo mejor. Me acerqué a grupos que sólo lucran con las víctimas porque, al darse cuenta de que el agresor paga más, se van de su lado”.

Otro de los abogados que la asesoró, en conjunto con una psicóloga, la sumieron en depresión al hacerle creer que debía dejar de luchar por la guarda y custodia, por lo que desistió del proceso legal hasta que encontró a sus hermanas de lucha.

En 2020 Mildret conoció a otras mujeres que atravesaban la misma situación; con ellas cofundó la colectiva CAM CAI y se convirtió en activista. “Investigamos y dimos con el término ‘violencia vicaria’. Ya tenía nombre lo que estábamos viviendo, pero nos faltaba atacarla”.

Además de dar voz a las víctimas realizaron una encuesta con la que determinaron el perfil de éstas, tanto niñas, niños, adolescentes y mujeres, así como un perfil de los agresores. Con ello establecieron las bases mínimas que se necesitaban en la ley. Poco a poco, junto con otras agrupaciones femeninas, han luchado para que se les haga justicia. 

ABANDONO LEGAL DE LAS VÍCTIMAS

“Ha sido duro porque no he encontrado justicia. Desde 2019 el papá de mi hijo decidió llevárselo, apartarlo de mí y limitarme en todos los aspectos por demostrar que tiene el poder”, expresa Lydia Lara, una mujer de 37 años que trabaja en telecomunicaciones.

La expareja de Lydia comenzó a ejercer violencia vicaria cuando el hijo de ambos era un bebé, en ocasiones impidiendo que ella se le acercara. Además, controlaba la cuenta bancaria y su entrada y salida de trabajo, al grado de seguirla. “El detonante para que él decidiera apartarme de mi hijo de cuatro años fue decirle que quería separarme. Ese día me violentó físicamente y luego se lo llevó. Le ha metido ideas contra mí”.

Mildret: “Mi forma de acceder a la justicia es que mi hija no sufra lo que yo sufrí”. 

Su expareja obtuvo la custodia provisional del niño debido a que denunció a Lydia como la victimaria y, a pesar de que ella tenía un convenio para ver a su hijo cada 15 días, de noviembre de 2022 a la fecha no se ha cumplido. Esto la ha afecta emocionalmente, por lo que reconoce que el padre de su hijo la está violentando psicológicamente al mantenerla alejada de su pequeño. “Es una situación frustrante y dolorosa porque parece que quiere borrarme de la vida de mi hijo”.

Lucía Núñez enfatiza que hace falta capacitación, pero también sensibilización por parte de quienes administran e imparten justicia. “Muchos ministerios públicos, juezas y jueces, no saben qué es la violencia vicaria ni cómo identificar la violencia contra las mujeres por motivos de género”.

Para Lydia el proceso legal ha sido un tormento debido a la burocracia y falta de perspectiva de género, por lo que la investigadora del CIEG remarca que quienes atienden estas situaciones deben saber reconocer y tipificar esta violencia para proporcionar a quienes la sufren las herramientas necesarias para enfrentar un proceso que, en la mayoría de las ocasiones, resulta desgastante y tortuoso.

Lydia se ha unido a la colectiva Deconstrucción Violeta, la cual le ha brindado acompañamiento y ha sido una fuente de fuerza ante la frustración que vive a diario por no encontrar justicia, pues a la fecha sigue luchando por la custodia definitiva de su hijo.

Lucía Núñez enfatiza que hace falta capacitación, pero también sensibilización por parte de quienes administran e imparten justicia.

NOMBRAR, PREVENIR Y ATENDER

Tanto Mildret como Lydia no han podido denunciar la violencia vicaria ante las autoridades porque ésta sólo se encuentra descrita en la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LAMVLV) y está tipificada en el Código Penal de 12 estados del país: Aguascalientes, Baja California, Campeche, Hidalgo, Michoacán, Puebla, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala, Yucatán y Zacatecas.

“Mi proceso se ha visto afectado cuando he levantado alguna denuncia porque mi expareja no me deja ver a mi hijo. Me dicen que es tema familiar y aunque yo argumento que es violencia vicaria, responden que no está tipificada todavía”, manifiesta Lydia.

Lucía Núñez explica que el hecho de que esta violencia esté en la ley “implica que en los tipos penales existentes debe identificarse cómo se perpetúa la violencia vicaria. Por ejemplo, el delito de violencia familiar comprende la económica, patrimonial y vicaria, entonces se debe considerar que el Código Penal, cuando se trata de delitos contra las mujeres, se interpreta a la luz de la Ley de Acceso”.

En Baja California Sur, Ciudad de México, Colima, Estado de México, Guanajuato, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca y San Luis Potosí únicamente se encuentra en la LAMVLV. Mientras que en Coahuila, Guerrero y Querétaro está aprobada, pero aún no se publica.

“Que llegue al código penal tiene implicaciones importantes porque al ser un delito autónomo no necesita de otro. En sí misma, la violencia vicaria configura una conducta prohibida y en el momento en que se pruebe hay una sanción específica para ella”, agrega la investigadora universitaria.

Remarca, además, que aunque en algunos estados no se considera un delito, es importante que esté en la ley porque con ello se puede sancionar, hacer política pública y establecer medidas preventivas y de protección.

Luego de casi 16 años de lucha Mildret comenta que “aunque legalmente ya no puedo recuperar a dos jóvenes, uno que está a dos meses de la mayoría de edad y una que ya la superó, mi forma de acceder a la justicia es que mi hija no sufra lo que yo sufrí, que esté protegida y no haya forma en que puedan quitarle el fruto de su trabajo y de su vientre”.

Y afirma que, si la violencia vicaria llega al código penal en la Ciudad de México, ella y otras mujeres que ya tienen sus procesos familiares perdidos podrían acceder a justicia.

Lucía Núñez coincide con Mildret respecto a que la violencia vicaria no ha llegado a las leyes y códigos penales de todos los estados por falta de voluntad política y aunque la investigadora no crea que las sanciones penales sean el instrumento más efectivo para combatir estas violencias, considera que “todavía muchos hombres se resisten a sancionar este tipo de actos. Primero porque los naturalizan, no los ven como graves sino como algo normal y no quieren dar el paso, porque hay miedo a que, entre más tipos penales, en algún momento les pueda tocar a ellos, porque es una violencia que perpetran los hombres, no las mujeres”.

Mildret y Lydia han recorrido un largo camino en busca de justicia y aunque aún no la han encontrado, ambas, desde sus espacios, siguen luchando para que la violencia que han vivido no quede en el olvido.

“Es una victoria concienciar, que nos miren como personas dignas, como seres humanos en igualdad de derechos. Estamos desnormalizando lo que se ha visto normal, estamos nombrando lo que para nosotras ha sido injusto y que en ese sentido daña a la sociedad porque somos parte importante de ésta. Por lo mismo, deben reconocerse nuestros sufrimientos, intereses y experiencias”, finaliza Lucía Núñez.

“Nuestros hijos son nuestros motores, lo que nos impulsa a seguir adelante a pesar de que están lejos de nosotros. Quiero decirle a mi hijo que todo lo que estoy haciendo es por el gran amor que le tengo y que lo más que quiero es verlo crecer a mi lado”, concluye Lydia. Por su parte, Mildret expresa que “mujeres juntas y organizadas, de diferentes extractos sociales y entidades de la República, hemos logrado un gran cambio en el país. A mí me hubiera gustado que alguien me ayudara cuando yo empecé con mi proceso y por eso sigo luchando, porque ninguna merece vivir ningún tipo de violencia”.

@UNAM_MX

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