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Eugenia Revueltas, medio siglo de amor por la enseñanza
Desde 1969, la maestra Revueltas —en realidad es doctora, pero sus alumnos la llaman así— no ha parado de enseñar, y aunque hoy, a sus 88 años, ignora el número exacto de jóvenes que han pasado por sus aulas, lo que sí sabe es que éstos se cuentan por miles y que incluso algunos son abuelos. No tiene planeado jubilarse.
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Por Omar Páramo
EMEEQUIS.– Si hay algo parecido a la felicidad, Eugenia Revueltas dice haberla encontrado en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, en abril de 1969, cuando dio su primera clase en un momento histórico peculiar: nueve meses después de estallar el movimiento estudiantil del 68 y semanas antes de que el hombre pisara la Luna.
“Recién terminaba la carrera y ya estaba sustituyendo a mi profesor, Sergio Fernández, quien me encargó su asignatura sobre el Siglo de Oro, antes de irse de sabático. Era mucha responsabilidad y sentí miedo, pero fui ahí, frente a ese grupo, donde encontré mi vocación”.
Desde entonces, la maestra Revueltas —en realidad es doctora, pero sus alumnos la llaman así no para honrar a un título, sino a un oficio— no ha parado de enseñar, y aunque hoy, a sus 88 años, ignora el número exacto de jóvenes que han pasado por sus aulas, lo que sí sabe es que éstos se cuentan por miles y que incluso algunos son abuelos.
“En mis 54 años de trayectoria el mundo ha cambiado mucho”, tanto que incluso el sonido que hacen los estudiantes al redactar sus tareas dejó de ser el mismo, pues del estridente martilleo de las máquinas de escribir pasamos al golpeteo apagado de los teclados de computadora y, de ahí, a los insonoros toqueteos sobre la pantalla de un dispositivo móvil, reflexiona. “¡Y yo que aprendí caligrafía con letra Palmer!”.
Al respecto, la maestra dice estar consciente de que la evolución tecnológica ha avanzado a pasos tan agigantados que toda la información que necesitamos hoy parece caber en un celular y que, por lo mismo, hay quienes creen que los maestros son prescindibles.
Revueltas confiesa que a veces reflexiona sobre esto y opina que la mejor respuesta a tal cuestión la dio Umberto Eco en un ensayo de 2007, incluido en su libro De la estupidez a la locura, donde narra cómo un alumno preguntó a su profesor, con cierta impertinencia: perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?
“Lo que Eco contestó fue: estamos para provocar la reflexión, para mover al consenso o al disenso, para promover el diálogo y eso no ha cambiado desde tiempos de Sócrates. No importa cuánta tecnología tengamos, no podemos quedarnos con lo que aparece en una pantalla, siempre será importante pensar, discernir y dialogar”.
La maestra Revueltas es una convencida de que, sin importar cuántas revoluciones tecnológicas acontezcan, los profesores siempre serán necesarios y, por lo mismo, jubilarse no entra en sus planes. “Seguiré dando clases mientras esto me funcione”, asevera mientras se toca las sienes, y es que, como de inmediato confiesa, enseñar es una actividad que da sentido a su existencia.
“Dedicarse a esto conlleva vicisitudes, pero en el conteo global pesan más las cosas buenas. He sido feliz por cinco décadas y puedo decirlo sin dudas: enseñar ha sido uno de los placeres más grandes de mi vida”.
SEMBRAR VOCACIONES
Por ser hija de Silvestre Revueltas, cuando niña todos creían que la pequeña Eugenia iba a dedicarse a la música como su padre, “pero la verdad es que como pianista era mala y como cantante, peor”, comparte la universitaria, por eso al llegar el momento de elegir carrera se inscribió en la Facultad de Medicina, cuando pocas mujeres lo hacían.
“Un buen maestro es el que ve tu potencial, incluso si tú no lo intuyes”, indica la académica y agrega que, en su caso, el que hizo eso con ella fue el sorjuanista Sergio Fernández —“mi profesor”—, quien no sólo le recomendó estudiar Letras Hispánicas al verla salir de Medicina para asistir como oyente a la FFyL, sino quien al cederle una de sus materias para que ella la impartiera, le expandió horizontes.
“¿De no haberme dedicado a la enseñanza qué hubiera hecho?”, se pregunta Eugenia Revueltas para responderse que, aunque puede imaginar algunas opciones, ninguna le hubiese llenado tanto en lo personal. “Y es que la verdad, desde niña anhelaba ser maestra, jugaba a la escuelita y agitaba el índice como si diera clase”.
En su medio siglo en la enseñanza, Eugenia Revueltas admite haber acumulado muchas cosas, en especial, recuerdos, y como muestra dispone sobre su mesa un montoncito de fotos donde se le ve cuando era estudiante en una CU recién inaugurada, en un congreso alarconiano en Taxco o al lado de un Fidel Castro casi cincuentañero, con barba desaliñada y casaca verde olivo.
“Ha sido toda una vida y una muy interesante”, exclama la maestra, y añade que, si pudiera regresar a 1969 y elegir otra vez entre la docencia u otra cosa no le cabe duda: “Lo haría todo de nuevo”.
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