Posadas Ocampo, las piezas del crimen

La mañana del 24 de mayo de 1993, el cardenal Posadas Ocampo estuvo en el lugar y el momento equivocados: a última hora decidió acudir a recibir al nuncio Girolamo Prigione. Cosas del destino, pero también de la rivalidad de los propios criminales y su ausencia de límites que toca a inocentes.

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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Hace 30 años asesinaron al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara. Murió porque los pistoleros confundieron el vehículo en el que viajaba, un Grand Marquis blanco, con uno igual al que utilizaba Joaquín “El Chapo” Guzmán.  

Eso es lo que ocurrió y está respaldado por peritajes, declaraciones, estudios y confesiones de los participantes en los hechos. Todos los procuradores, desde Jorge Carpizo y hasta Marisela Morales, llegaron a la misma conclusión. En su momento, inclusive se abrió un grupo de trabajo interinstitucional, en el que participaron la PGR, funcionarios del gobierno de Jalisco y dos obispos juristas, Luis Reynoso Cervantes de Cuernavaca y el arzobispo de Chihuahua, José Fernández Arteaga.  

El desempeño de esa instancia no fue sencillo. Al final, el ministerio público federal y los representantes de la Iglesia respaldaron la misma hipótesis establecida desde los primeros momentos de la indagatoria. En particular Reynoso Cervantes escribió un libro muy interesante: El caso Posadas, verdad, derecho y religión. Los representantes jaliscienses se mantuvieron en que no estaba aclarado el asunto. 

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En 2002, publiqué, en coautoría con Jorge Carpizo, Asesinato de un cardenal, ganancia de pescadores (Nuevo Siglo/Aguilar).  Es un trabajo diría que hasta minucioso sobre el hecho mismo del crimen y sobre lo que desató después, un complot para probar un complot que nunca existió. Hay líneas muy interesantes que describen el papel de la ultraderecha en su intento de implicar a personajes de la vida política y tratar con ello de sacar provecho para su causa. 

Los autores directos del crimen fueron Juan Francisco Murillo Díaz “El Güero Jaibo” y Edgar “El Negro” Mariscal Rábago. El primero fue abatido en un enfrentamiento con la policía en Los Mochis, Sinaloa, el 23 de agosto de 1993, y el segundo está en una prisión desde que lo detuvieron agentes de la Policía Judicial Federal, en el mismo municipio, pero el 23 de septiembre de 1995. 

Posadas Ocampo recibió 13 balazos, producto del accionar en ráfaga de las armas utilizadas por esos sicarios de la banda de los hermanos Arellano Félix.  

La mañana del 24 de mayo de 1993, Humberto Rodríguez Bañuelos, conocido como “La Rana”, citó a varios pistoleros en el parque La Calma de Guadalajara. Tenían una misión, acabar con “El Chapo” y no quería errores. La célula que comandaba era extremadamente violenta. 

Nadie le repelaba a “La Rana”, porque una leyenda oscura daba crédito a sus advertencias: el médico que le practicó la liposucción terminó cercenado porque al paciente no le gustó el resultado de la intervención quirúrgica.

En realidad, los sicarios estaban algo desanimados porque la búsqueda de “El Chapo” Guzmán había resultado infructuosa. Es más, sus jefes, Ramón y Benjamín Arellano, viajarían esa misma tarde a Tijuana y eran custodiados por gatilleros reclutados en el barrio Logan de San Diego. La cantidad de gente armada en ese momento era impresionante. 

En la terminal aérea todo fue confusión y en minutos ya habían cometido una de las barbaridades más grandes de la historia del crimen en nuestro país. 

“El Negro” Mariscal confesaría: “al ver en el interior del estacionamiento sobre el carril de circulación paralelo al arroyo circundante un vehículo Grand Marquis de color blanco y de modelo reciente, que coincidía con las características del automóvil que usaba Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, según se nos había informado y por tal motivo de inmediato se acercó su paisano “El Güero Jaibo” y con su arma larga que llevaba consigo al igual que el declarante, le efectuamos disparos a los ocupantes de tal vehículo, percatándome que persona que iba sentada en la parte frontal vestía de color negro e intentaba descender”.  

“El Chapo” Guzmán, en su declaración ministerial, coincidiría: “enseguida empezaron a escucharse disparos en mi contra, por lo que de inmediato me dejé caer en el suelo, empecé a rodar en el piso y en ese instante llegó un Grand Marquis blanco (…) me percaté que les estaban disparando a una distancia aproximada de un metro”.

Posadas Ocampo estuvo en el lugar y el momento equivocado. Es más, sólo de último momento fue que decidió acudir a recibir al nuncio Girolamo Prigione

Cosas del destino, pero también de la rivalidad de los propios criminales, de su ausencia de límites, la que toca a los inocentes, la que irrumpe con toda su fuerza y puede cambiar inclusive la historia.

@jandradej

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