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Las pinches bondades del insomnio
¿Te cuesta trabajo dormir? BEATRIZ RIVAS escribe sobre esas largas noches sin sueño. “Las horas cobran magia: se estiran, se vuelven maleables y nos entregan más minutos. Una hora de insomnio dura, por lo menos, el doble”.
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Que arroje la primera piedra quien nunca haya tenido una noche de insomnio. Comienzo a escribir este texto a las 2:42 de la madrugada, después de haber abierto los ojos a la 1:20 y haber tratado, inútilmente, de encontrar la posición ideal sobre mi almohada: aquella que me garantiza un feliz descanso. Adivino que no lograré conciliar el sueño cuando siento que el colchón (el mismo de siempre: delicioso) está demasiado duro o cuando las sábanas parecen un campo de batalla de tanto que me he movido. Pero, entonces, ya es muy tarde para tomar una pastilla, sobre todo cuando al día siguiente tengo la agenda llena. Así que no me queda otra más que tratar de encontrar las virtudes de unas horas en vela. Debo aprender a abrazar a mi insomnio, a hacerlo mío.
La Ciudad de México duerme, tranquila. Sin el ruido de coches y camiones al pasar, de las bocinas que tocan los conductores desesperados, es más fácil encontrar inspiración. Eso se agradece. También las redes sociales entran en un periodo de calma: ningún mensaje qué responder, likes urgentes, selfies para que todos sepan lo bien que se la está pasando alguien a quien ni siquiera conocemos. Las horas cobran magia: se estiran, se vuelven maleables y nos entregan más minutos. Una hora de insomnio dura, por lo menos, el doble.
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“Todo es muy lejano: la copia de una copia de una copia. El insomnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte”, nos dice Palahniuk. Le creo. Insomne, me alejo de mí misma. Y las ideas que me llegan, disfrazadas en el silencio de la noche, a la mañana siguiente no las reconozco. A veces me entusiasman y las anoto en mi agenda para llevarlas a cabo. En otras ocasiones, en cambio, hasta me asustan. Decido, pues, consolarme buscando una lista de personajes famosos que han aceptado al insomnio como parte fundamental de su vida.
Margaret Thatcher solo dormía cuatro horas al día. Edison, se conformaba con tres. Madonna afirma ser tan adicta al trabajo y tan apasionada en lo que hace, que no puede dormir bien ninguna noche. Keith Richards (miembro de los Rolling Stones) ha pasado entre 5 y 6 días sin pegar los ojos. Balzac agradecía no conciliar el sueño pues, durante la noche, era más productivo. Dickens, para no luchar contra el insomnio, acostumbraba hacer caminatas nocturnas: ¡una noche recorrió más de 50 kilómetros! Bueno, me digo, al menos la falta de sueño me hará un poco artística y genial. Pero el consuelo se acaba cuando me entero que Einstein, en cambio, dormía al menos diez horas cada noche y, por si fuera poco, acostumbraba tomar siestas (varias) durante el día.
Los neurólogos afirman que los insomnes tenemos (me incluyo) la corteza motora más activa y flexible. ¡Vaya!, eso suena muy bien. Enseguida, me entero de que esta característica no es positiva y todavía no se analizan las consecuencias. ¿Cuántas horas debo dormir?, me pregunto. Pues resulta que las generalizaciones no valen y la respuesta es muy simple: las horas suficientes para despertarnos llenos de energía, descansados.
Veo el reloj: ya son las cuatro y media y de verdad quiero dormirme; estoy muy cansada. Recurro a Alberto Ruy Sánchez. No le llamo ni lo cito en mi casa (es de madrugada): hojeo su libro Elogio del insomnio para encontrar consuelo. Pero la lectura es tan interesante, que se me espanta aún más el sueño.
Lo peor es que me siento culpable pues debería estar escribiendo mi novela o haciendo algo de provecho: acomodar mi biblioteca en orden alfabético, revisar las medicinas para tirar las caducas, leer los libros que presentaré en la FIL Guadalajara, limpiar los vidrios.
De pronto, la solución llega. ¡Una receta casera! Hay docenas. Cada vez que pongo en Facebook que estoy despierta a deshoras, me llegan consejos de todo tipo. Decido seguirlos: comienzo con un vaso de leche tibia y espero un rato. Después, en una taza mezclo té de valeriana y tila. Devoro una lechuga entera y pongo sobre mi almohada y en mis sienes, gotas de lavanda. Mientras me doy un baño con agua calientita, escucho música: Haendel. Como no funciona, elijo melodías para meditar y cánticos de monjes budistas. Un poco más tarde, ordeno mi habitación. Ya que está perfecta, leo un libro sobre impuestos y contaduría: me aburre, pero no me da sueño. Entonces, escribo mis preocupaciones en una larga lista. Preparo té de plátano. Medito. Bajo una App que garantiza un sueño profundo. Aromaterapia. Recurro a posturas de yoga. Practico técnicas de relajación… Cuando estoy a punto de darme por vencida, salen los primeros rayos del sol y suena mi despertador.
Los tips no sirvieron para quedarme dormida pero, al menos, me hicieron pasar una noche amena. Prometo que la próxima vez que sufra insomnio, sí lograré encontrar sus bondades. Si ustedes conocen alguna, por favor avísenme.
@Brivaso