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Las lecciones de Olga
BEATRIZ RIVAS escribe sobre la ganadora del Nobel de Literatura, Olga Tokarczuk: “Sus frases, algunas geniales, nos muestran un mundo a través del filtro de su particular mirada”.
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Acaba de ser el cumpleaños de Olga: una mujer a la que probablemente yo no hubiera conocido, de no ser porque recibió el Premio Nobel de Literatura del 2018. Polaca, con un rostro que trata de alcanzar a su edad, dueña de un par de ojos verdes titilantes y traviesos, cumplió 58 apenas este 29 de enero. Su cabello a veces va de rastas con algunas cuentas de colores, otras, presume luces azuladas. Tiene un flequillo demasiado corto o, bien, usa una mascada de matices encendidos para separar su frente de un chongo desordenado. Si la viéramos entrar a un lugar cualquiera, seguro volveríamos nuestras miradas para observarla. En una mujer exótica (como sus personajes) y mágica.
Aunque la verdadera magia sucede cuando, con un plumín (tal vez azul), o con los dedos en el teclado de su laptop, escribe. Olga sabe imaginar, narrar, construir personajes, denunciar aquello con lo que no está de acuerdo, como el maltrato y asesinato de animales, la falta de respeto a la naturaleza, alienación, locura, la inmoralidad de las leyes y gobiernos, la incongruencia de los seres humanos. No sé decir si se merecía el Nobel de Literatura o no y, en realidad, no me importa. Me basta con agradecer que ese reconocimiento la hiciera famosa y que sus editores en español hayan reeditado su obra, aunque no completa y no con la cantidad de ejemplares que los lectores mexicanos quisiéramos.
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Su prosa y temática es polémica. Algunas amigas escritoras afirman no encontrarle mayor mérito. Pero no se trata aquí de analizar su calidad literaria (que yo sí admiro) sino de varias reflexiones que me han invitado a hacer una pausa para dejarme llevar por ellas.
A veces, una sola frase de un libro pone en stand by nuestra vida y nos obliga a sentarnos, servirnos un mezcal o un tequila, e intentar responder cada cuestionamiento que nos ha invadido o debatir (en un solitario soliloquio) sobre las ideas recién leídas. Hay ocasiones en que una única página nos impide continuar por el camino de certezas y comodidades cotidianas por las que hemos transitado. Poner en duda lo que damos por hecho, es esencial. Tan esencial, que lo olvidamos.
En Los errantes (Anagrama), Olga Tokarczuk habla de la importancia del movimiento. “Mi energía es generada por el movimiento”, nos dice la protagonista. No, no se refiere a las endorfinas secretadas por el cuerpo al hacer ejercicio. La autora, en alguna entrevista, afirmó que al escribir este extraño texto (tan extraño que su editora, al leerlo, pensó que había mezclado archivos) pretendía “mirar más allá de lo que significa viajar, moverse, desplazarse. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué nos aporta? ¿Qué significa?”.
En este libro, los personajes son llevados a situaciones límite. Un disparador los hace cambiar por completo de rumbo: la madre de un niño enfermo, repentinamente deja su casa y se convierte en homeless; el conductor de un ferry que recorre idéntico trayecto varias veces al día, uniendo una isla con el continente, decide dirigir su embarcación hacia a mar abierto, en dirección desconocida (con todo y los extrañados pasajeros a bordo). “Y a dónde va. Para qué. Y si allí encontrará lo que busca, si ha elegido bien su rumbo.”, se pregunta y de paso nos pregunta la narradora. ¿A dónde vamos y para qué? Y este no es una interrogante sobre un posible viaje, es un cuestionamiento filosófico que todos, en algún momento, deberíamos hacer.
“La verdadera vida no es otra cosa que movimiento (…) quien se detenga, quedará petrificado, quien se pare será disecado como un insecto.” Quiero pensar que más que a un movimiento literal, se refiere a uno metafórico. Mover nuestras neuronas, inyectarle pasión a la creatividad, un buen masaje a nuestros sueños y metas, ir hacia adelante buscando una evolución en la manera en la que vemos al mundo. Reconfigurarnos. Reinventarnos. Poner en duda todas aquellas certezas anquilosadas, inamovibles, que traemos cargando desde hace quién sabe cuánto tiempo, adheridas a nuestro cuerpo, como estorbosas costras. No dar nada por visto, por hecho, por entendido. No dejar de hacernos preguntas sin importar qué tan lejana veamos una respuesta.
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“Huid, abandonad vuestras casas, caminad, errantes, pues solo así podréis esquivar los ardides del anticristo (…)”, nos dice la novelista, invitándonos a luchar contra los lugares comunes, contra la vida cotidiana que nos convierte en muñecos de cuerda. Seguramente ustedes, como yo, conocen a un par de personas (si no es que a más), grises, autómatas, que ya están muertas… pero no han logrado darse cuenta.
“Obsesionarse significa presentir la existencia de un lenguaje individual, irrepetible que, usado sin miedo, nos permitirá desvelar la verdad.” “Nada es inocente ni carente de significado, es una gran rompecabezas sin fin.” Sus frases, algunas geniales, nos muestran un mundo a través del filtro de su particular mirada.
Abrir nuestros ojos, sin importar cuánto tiempo llevemos recorriendo este planeta, cuántos días tengamos viviendo nuestra historia particular, y tratar de observar desde otro punto de vista, no puede más que enriquecernos. Al menos, nos da una oportunidad de abandonar lo habitual, lo ordinario, a lo que ya nos hemos acostumbrado.
@Brivaso