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La ministra y la hoguera
Se puede saber quiénes son los autores intelectuales y materiales de la quema de la efigie de la ministra Norma Piña. En el gobierno cuentan con las herramientas para esclarecer el asunto. La hoguera del Zócalo es un aviso de una situación que podría escalar.
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CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Quienes quemaron una efigie de la ministra Norma Piña, en la Plaza de la Constitución, sabían que podían hacerlo, que nadie se los impediría. Esto tiene su importancia, ya que no se trató de un acto espontáneo, sino de una acción meditada. Debieron contar con el auxilio de personajes de rango y de sus operadores.
No hay quien lleve a un mitin una figura de esas dimensiones, sin que se le abra el paso. Prueba de ello es que no existiría nadie tan osado para acudir con una figura representando, para hacer escarnio, a algún personaje de la 4T.
Es más, la coreografía y el sentido de la celebración de la Expropiación Petrolera, que en realidad era pretexto para homenajear al propio López Obrador, no daba margen para la improvisación, porque todo tenía que sujetarse a un libreto.
El objetivo de los pirómanos era de carácter propagandístico. El pueblo repudiando a la jueza más importante. La advertencia sobre una conducta que ellos consideran réproba. La hoguera como símbolo destructivo también tendría su utilidad, aunque fuera de una especie de purificación tenebrosa y que remitiera a prácticas de reflejos inquisitoriales.
La ministra Piña no es del agrado del presidente López Obrador, eso es conocido por todos, pero aquilatado de modo erróneo y hasta delicado por algunos se torna muy nocivo.
Se puede saber quiénes son los autores intelectuales y materiales del espectáculo. En el gobierno cuentan con las herramientas necesarias para esclarecer el asunto. Ojalá lo supiéramos, porque su acción no fue un chiste.
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Después de todo, cruzaron una línea en la que, por fortuna, se toparon con una condena de amplios sectores de la sociedad, e inclusive del primer mandatario.
Repudiaron lo ocurrido, de igual forma, legisladoras, como Olga Sánchez Cordero o Carolina Viggiano, que advirtieron de la probable configuración del delito de violencia política en razón de género.
Nadie puede obviar que detrás de los ataques a la ministra, hay también una suerte de agravio contra las mujeres, de repetición de conductas que, no solo no están superadas, sino que muestran una actualidad inquietante.
Sí, se cerraron filas, se puso una especie de dique y se advirtió de los riesgos del discurso de odio y en un momento en que la violencia no hace sino crecer.
Aunque no hay que engañarse, el veneno ya se expandió y será difícil encontrar un antídoto a lo que es una patología y más aún en un contexto en el que la polarización irá en aumento.
“Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo del tiempo se produce un efecto tóxico”, escribió, hace décadas y con sabiduría Víctor Klemperer.
El fuego simbólico contra la presidenta de la Suprema Corte lo es también contra el Poder Judicial, para tratar de minarlo en un momento en que tiene que pronunciarse sobre asuntos que pueden cambiar de tajo al sistema democrático.
Ahí está el nudo del asunto, porque las presiones son de toda índole, muchas de ellas soterradas, pero que animan a los más radicales, quienes suelen tener diagnósticos absurdos y equivocados sobre el acontecer de los asuntos que impactan en la agenda nacional.
Las palabras importan. A estas alturas ya debería tenerse claridad sobre el daño que puede generar la descalificación permanente que, desde el poder político, se hace de quienes no se alinean a los deseos de Palacio Nacional.
Por eso es tan grave lo que ocurrió y está lejos de ser anecdótico. Lo que indicaría la prudencia, es que el presidente López Obrador modere o suspenda sus ataques a los jueces. De él proviene una responsabilidad central sobre la calidad de la deliberación democrática.
En modo alguno se trata de que no defienda posiciones, ya que para estas tareas cuenta con la Consejería Jurídica. Las disputas, por demás normales en el esquema de pesos y contrapesos, tienen rutas para dirimirse y resolverse, pero estas no pueden consistir en arengas más propias de mítines que de discurso de gobierno.
La hoguera en el Zócalo es un aviso, y más vale tenerlo presente para que no solo no se repita, sino para que no escale a otros niveles de violencia que ya no sean solo simbólicos.
@jandradej
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