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Genio y figura de Rita Macedo
“Las memorias de Rita Macedo aportan una visión desencantada y realista del mundo que le tocó vivir”. ENRIQUE SERNA escribe sobre Mujer en Papel, autobiografía de la actriz editada por su hija, Cecilia Fuentes.
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Una regla no escrita de la urbanidad mexicana prohíbe las confesiones indiscretas en público, y como esas confesiones son la materia prima de la autobiografía, el género ha tenido escasos cultivadores notables entre nosotros. Salvo José Vasconcelos, y en fecha más reciente, Jorge Castañeda, ningún político ha osado hacer un balance general de su existencia mostrándose tal como fue. Las memorias de estrellas del espectáculo no son la excepción de esta regla. Objeto de chismes malévolos durante sus años de gloria, en la senectud escriben o dictan memorias con nula credibilidad, en las que maquillan los episodios penosos o comprometedores de sus vidas, cuando no los niegan por completo. Si alguien escribiera una historia de la autobiografía mexicana podría ponerle el título de una vieja película húngara: Vicios privados, virtudes públicas.
A contrapelo de esa tradición, acaba de aparecer un libro de memorias insólito, la autobiografía de Rita Macedo Mujer en papel (Trilce, 2019), editada por su hija Cecilia Fuentes. Testimonio agridulce y valiente de una mujer con fuerte personalidad, que al mostrarse de cuerpo entero no intesta soslayar el sentimiento trágico de la vida, las memorias de Rita Macedo aportan una visión desencantada y realista del mundo que le tocó vivir, con abundantes noticias inéditas sobre el cine mexicano de la época de oro, el mundillo del teatro a lo largo de cuatro décadas y las élites intelectuales frecuentadas por su marido Carlos Fuentes. Sin escatimar las verdades amargas sobre sí misma y sobre los demás, la Macedo nos dejó un documento invaluable para entender la compleja carrera de obstáculos que una joven actriz de cine debía sortear a mediados del siglo XX, cuando una línea muy delgada separaba la prostitución del trabajo en los foros.
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El 6 de septiembre de 1993, tras haber escrito uno de los pasajes más sombríos de sus memorias, Rita Macedo cayó en una depresión abismal y se pegó un tiro dentro de un automóvil estacionado frente a su casa (en realidad fueron dos, pues el primero no la mató del todo). Durante mucho tiempo su hija Cecilia se sintió traicionada por el suicidio de Rita, según informa en el prólogo, y dejó empolvarse las memorias en un cajón, pero cuando los años cerraron su herida se dio a la tarea de releer los cuadernos que dejó la difunta. Silvia Lemus, la viuda del novelista, no le permitió incluir en las memorias las cartas de Carlos Fuentes a su madre, pero le aconsejó reseñarlas, de modo que el lector las pudiera conocer a trasmano. Con ese material, más las notas sueltas que Rita dejó a lo largo de toda la vida, Cecilia armó un rompecabezas en el que sus discretas intervenciones nunca empañan la autenticidad del relato.
La impresión más grata que deja la lectura de Mujer en papel es la de asomarnos a una vida sin antifaces. Como dijo Rubén Darío, “ser sincero es ser potente” y Rita Macedo lo era en el más alto grado. En los tiempos que corren, cuando el fariseísmo y la exhibición de buenos sentimientos predominan en las redes sociales, da gusto leer una autografía cómo ésta, que nos muestra sin la menor autocomplacencia los esplendores y las miserias del amor, de la maternidad y de la lucha por sacar adelante una vocación contra viento y marea.
En unas cuantas líneas, la autora dibuja excelentes retratos hablados de grandes figuras del cine y la literatura: Julio Bracho, Luis Buñuel, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, y por supuesto, de su propio marido, que desde temprana edad ya era un genio de las relaciones públicas.
Fuentes escribió sus obras más aclamadas y perdurables cuando estuvo casado con Rita. Después sucumbió simultáneamente a la cooptación política y a la insufrible retórica de la antinovela. Esta autobiografía revela cómo se produjo, a principios de los 70, el acercamiento de Fuentes con Luis Echeverría, cuando el presidente en persona lo llamaba por teléfono a su casa de San Angel y lo invitaba a opulentos viajes donde Rita y él se hospedaban en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, con derecho a comprar en las tiendas del hotel cuanto les viniera en gana por cortesía del erario, privilegio del que ninguno de los dos abusó. Consciente de sus limitaciones, Rita nunca pretendió competir con Fuentes en materia de logros profesionales, pero según se desprende de las memorias, ella parece haberlo superado en un aspecto crucial de la existencia: el de no caer jamás en el autoengaño.
En las antípodas de la corrección política y el puritanismo feminista que infestan hoy en día las redes sociales, las memorias de una mujer que fue la “querida” de un político prominente y en un intento desesperado por salvar el amor de su vida, toleró que su marido se acostara con otras damas en las mismas fiestas orgiásticas donde ella atendía a los invitados, equivalen a lanzar una bomba molotov contra la moral dominante. Mención aparte merece la finísima edición de Trilce, con un excelente papel donde las fotos lucen de maravilla. Una edición de lujo para un libro excepcional.