Escritoras Contra La Violencia De Género

¿Y después de la marcha? BEATRIZ RIVAS escribe sobre el 8 y el 9 de marzo. “Tal vez no se note al principio, pero jamás volveremos a ser las mismas. Hemos despertado más que antes. Formamos parte de un tsunami violeta imposible de detener”.

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Decidimos organizarnos. Reunirnos. Hablar. Escribir una historia. Frases que ilustran el indignante camino hacia el asesinato de una mujer. Reunimos las experiencias de varias de nosotras o de nuestras conocidas. Quitamos muchos ejemplos para que el texto no quedara muy largo. Subimos la narración a las redes y la enviamos, junto con un boletín de prensa, a los medios. Dimos muchas entrevistas y reprodujeron varias veces el audio (con la voz y el liderazgo de Ana Francis Mor), sobre todo en noticieros radiofónicos. Comienza así: Tenemos miedo. Detrás de cada feminicidio hay una larga cadena de violencia en todas sus formas (física, económica, sexual, psicológica, doméstica, laboral y mediática). Esta historia podría ser la de cualquiera de nosotras, la de cualquier mujer.  

Logramos que decenas de mujeres narradoras, poetas, dramaturgas, ensayistas, periodistas, editoras, directoras de cine y de orquesta, firmaran el comunicado. Sólo algunos nombres: Rosa Beltrán, Sara Sefchovich, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli, Lydia Cacho, Elena Poniatowska, Yuriria Sierra, Alondra de la Parra, Ángeles Mastretta y Sabina Berman. En Change.org  (hasta el momento en que redacto esta columna), hemos conseguido más de 16 mil rúbricas de apoyo.

Para la marcha, mandamos hacer 60 gorras y playeras; compramos 50 paliacates morados. Pensamos que sobrarían… pero no alcanzaron. El contingente de mujeres escritoras superó las 180. En lugar de un autobús, tuvimos que rentar cuatro y algunas novelistas, como Ana Clavel, Silvia Molina y Ana García Bergua, decidieron llegar por su lado al Monumento a la Revolución. Nunca las encontramos pues la cantidad de mujeres que llenaban la plaza, hacía casi imposible moverse. Además, la telefonía celular fallaba. Lo que no falló fue la sororidad. El color morado invadiendo las calles, bajo la protección de las jacarandas. No falló la empatía de tantas mujeres juntas, indignadas, gritando consignas, abrazándonos con palabras y emociones compartidas. Todas hartas de tener miedo. Todas con alguna prenda violeta, levantando el puño mientras gritábamos: “Nos queremos libres, nos queremos vivas. ¿Cómo nos queremos? ¡Libres y vivas!”

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Había mujeres disfrazadas de una justicia que se ha corrompido. Otras portaban máscaras de colores o vistosas coronas de flores. Algunas caminaban con el pecho descubierto, senos al aire y consignas pintadas sobre la piel. Las de allá cargaban cruces violetas o rosas, con nombres de mujeres asesinadas. Una joven cubierta de pintura roja y tirada sobre el piso, con una negra bandera de México, fingía ser una muerta más. Verla ahí, tendida en el cemento de la plaza, resultaba impresionante.

La manta que decía: Letras de tinta, no de sangre, fue llevada, en turnos, por Marina Castañeda, Verónica Maza, Sandra Lorenzano, Ana María Olabuenaga y Fernanda Familiar. Marchamos y gritamos porque ya estamos hartas e indignadas de tanta injusticia. Lo expresa mejor la poeta Julia Santibáñez, que formó parte de nuestro contingente: “Hoy marché con el hígado harto, con los ojos brillantes como el charol (…) Marché con la chingonería bajo la piel por ser parte de esta ola imparable.”

Dos mujeres muy mayores, con bastón, nos pidieron unirse a nuestro grupo para sentirse protegidas. A una de ellas le mataron a su nieta. La asesinó su novio que, sobra decirlo, sigue libre. Me mostró la foto de “mi Lucinda” y me dijo que aunque ya han pasado tres años, le duele como si apenas ayer se hubiese enterado.

Detrás de la manta con la leyenda Merecemos otra historia, caminaban Carmen Boullosa, Raquel Castro, Laura Emilia Pacheco, Myriam Moscona y Consuelo Sáizar. Sonreían, aunque sus ojos a veces se adivinaban húmedos por la emoción de tanta solidaridad o por la infinita tristeza al ver la fotografía de otra adolescente asesinada. Silvia Cherem anotaba, en una hoja de papel, algunas de las consignas que coreaban o de las frases que se leían en mantas y cartulinas: “Somos la voz de las que gritaron y nadie escuchó” o “Seríamos más si no nos hubieran matado”.

Los contingentes se desplazaban con tal lentitud, que tuve la oportunidad de conversar con muchas mujeres. Lo que rescato, es que para la mayoría era su primera marcha. “Ni siquiera me consideraba feminista”, dijeron algunas. “Nosotras tenemos suerte; nunca hemos sido violentadas, pero ya es hora de unirnos para levantar la voz por quienes sí han sufrido violencia, de gritar por las que no pueden escucharnos, porque están muertas”.

La manta Mujeres reescribiendo historias la empuñaron, como arma de letras, algunas de las orgullosas organizadoras del grupo: Ruth Reséndiz, Arantxa Tellería, Gabriela Rodrigo, Shoshana Turkía, Adela Jalife. A nuestro lado, marcharon las poetas. Adelante, había un contingente de 500 músicas y uno de estudiantes universitarias. Todas con los puños en alto, listones morados en las muñecas, protestando contra el gobierno: “Su obligación no es cuidar paredes o monumentos, sino garantizar los derechos humanos de las mujeres. Al menos el derecho más simple: a seguir vivas”, me dijo una alumna de Ciencias Políticas.

Es lunes 9. La ciudad amanece casi vacía. Desde mi ventana observo una avenida que todos los días padece un intenso tráfico y hoy está tranquila. Hay pocas personas caminando en las calles que logro ver desde el piso 14, en el que habito, y todas… son hombres. Me alegro. Si bien muchas mujeres se resistieron o no pudieron participar en el paro, muchas otras están encerradas en sus casas, sin entrar a redes sociales ni consumir nada. Muero de ganas de consultar Facebook, Instagram y WhatsApp para ver fotografías de ayer. Para observar las redes sociales pintadas de morado. Para leer las crónicas de quienes maarchamos. Pero logro resistir la tentación. Lo haré después de la media noche. Mañana otra vez las mujeres existiremos, pero será una existencia distinta. Tal vez no se note al principio, pero jamás volveremos a ser las mismas. Hemos despertado más que antes. Formamos parte de un tsunami violeta imposible de detener porque “el miedo ya no nos paraliza, nos despierta.” Es cierto lo que ayer muchas subieron a sus páginas: Mañana haremos historia.

Los días 8 y 9 de marzo de este 2020 definitivamente marcarán un parteaguas en la vida cotidiana de nuestro país. Estoy segura. Se quedarán en la memoria como el inicio de una verdadera revolución de género que transformará muchas cosas más en la pugna no solo por terminar con los feminicidios, sino por conseguir una verdadera equidad.

La lucha real comenzará esta semana y la próxima y la que viene después, porque debemos estar conscientes de que marchar o hacer un paro nacional, no es suficiente. El domingo mismo, Día Internacional de la mujer, mientras las calles de muchas ciudades se teñían de violeta, cinco mujeres fueron asesinadas. Nuestro reclamo debe trascender y tenemos que conseguir juntos -mujeres y hombres, sociedad civil y gobierno-, un verdadero cambio; sólido y perdurable. Un cambio urgente con el que, se los aseguro, todos saldremos ganando.   

 

@Brivaso



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