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El Titanic, el polvo en las botas de Victoriano Huerta
El arribo de Victoriano Huerta a Torreón, la catástrofe del Titanic: era 1912 y los editores de El Imparcial consignaban una época difícil para México.
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CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– La materia con la que se elabora el periodismo suele ser elástica. El 15 de abril de 1912 en El Imparcial se ocupaban a ocho columnas de “La sensacional nota de los EEUU no se relaciona con la cuestión política”.
En un recuadro se consignaba, que “el responsable de una estafa dispara dos tiros sobre el jefe de la policía secreta. Dramática aprehensión en bolsa minera”.
En una bajada de la principal, se anunciaba que Victoriano Huerta había llegado a Torreón, empolvando botas y afinando intrigas.
Abajo, destacada, se publicaba que “una catástrofe marítima llena de luto al mundo entero. Trasatlántico Titanic se hundió con dos mil 200 pasajeros”.
Los editores de El Imparcial consignaban una época difícil que, si se ve con perspectiva histórica, estuvo bien evaluada, ya que las quejas de Washington, sobre la violencia de grupos revolucionarios contra ciudadanos de aquel país, se iban a convertir en uno de los pretextos más insistentes para lo que ocurriría en los años siguientes.
La muerte del jefe de las comisiones de seguridad, el mayor Arturo A. Álvarez, tenía todos los ingredientes de un thriller de mala suerte, ya que era su primera misión y, en una diligencia de trámite, que no tendría que haber llegado a los balazos, perdería la vida.
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Huerta, desde ese entonces, ya era un personaje central, desplegando operaciones militares en el norte del país.
Respecto al Titanic, ya se planteaban muchas de las líneas narrativas que han persistido a lo largo del tiempo. El ángulo constante en la cobertura, proveniente sobre todo de agencias de prensa, era el drama humano. Listas con sobrevivientes y el enigma sobre los que no se tenía información, pero continuaba la esperanza de que se hubieran salvado.
Se especificaba que el buque había costado 10 millones de pesos oro, que estaba asegurado, pero que era difícil el evaluar lo que sus viajeros portaban con ellos, entre dinero y joyas.
Se recordaba que en 1873 también se había hundido el Atlantic con un saldo de 574 fallecimientos. Para el Titanic, en cambio, todo pintaba mucho peor y lo sería, ya que se establecería la muerte de mil 500 personas. Los cálculos, en ese momento eran imprecisos, porque solo se sabía lo señalado, por lo que se informaba, con dificultad desde el buque Carpathia, donde viajaban quienes habían sido rescatados.
Para el 18 de abril, una nota señalaba que “el naufragio del Titanic es el más espantoso que registra la historia”. Se publicaban también las condolencias a los gobiernos de Inglaterra y de EEUU del Papa Pio X.
En El Imparcial se daba cuenta, de igual forma, del suicidio del capitán E. J Smith quien, en puente de mando, se había pegado un tiro en la cabeza. Pero antes de eso, había ordenado que se sometiera y matara a dos marineros que intentaban colarse en los botes salvavidas.
“Sed ingleses muchachos”, era la consigna para que la tripulación se resignara a una muerte inminente.
Un contraste con la actitud de Joseph Bruce Ismay, gerente de la White Star Line, quien se abalanzó sobre uno de los botes para huir del peligro inminente y condenar el resto de su vida a una especie de ignominia latente.
Para el domingo 21 de abril, El Imparcial consignaría en su primera plana y con dibujo destacado: “el sr Uruchurtu era pasajero a bordo del Titanic”. En ese momento ya se intuía lo peor, aunque los redactores daban pie a una leve, muy leve esperanza. Diputado y sonorense, Manuel Uruchurtu sería el único mexicano víctima del naufragio que se convertiría en el más célebre de la historia.
La información de mayor relieve consistía en el ofrecimiento del general Huerta de amnistiar a los revolucionarios que se rindieran en un plazo de quince días.
Para el 23 de abril, las urgencias ya era otras y el vicepresidente
José María Pino Suárez estaba metido en un lío por un nombramiento fallido en la escuela de artes y oficios para mujeres, quienes se habían puesto en huelga, un asunto por más inusitado que compartía espacio con la aclaración de que el gobernador de Oaxaca, Benito Juárez Maza, no había muerto envenenado y que su cuerpo ya era trasladado a la Ciudad de México.
El Titanic estaba sepultado en el fondo del mar, pero los fantasmas que asolaban aquel tiempo interesante se estaban dibujando en el horizonte.
@jandradej
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