Carnicerías de lo Innombrable

ANA CLAVEL hace un análisis de la cobertura del feminicidio de Ingrid: “¿Por qué de pronto los asesinatos se han disparado a niveles desorbitantes y cada vez es mayor el performance de la muerte –la palabra que me cuesta escribir es: el performance macabro de la muerte?”.

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Esta es una columna ensangrentada. Chorrea sangre por todos lados. Así que siga leyendo bajo su propio riesgo. Surge a partir de los encabezados que dieron la noticia de Ingrid Escamilla, “la joven desollada por su pareja”, “la mujer asesinada y desollada”, “apuñalada y desmembrada”, “desollada y asesinada”, “brutalmente asesinada, mutilada y desollada”, como dieron a conocer varios portales de información y diarios impresos.

Como a usted, apreciable lectora, lector, la noticia me resultó estrujante por obvias razones. Pero también desconcertante por el peso que, en mi oficio, suelo dar a las palabras. Y es que el uso tan impreciso de los términos desollar, mutilar, desmembrar como si aludieran a realidades intercambiables y el orden secuencial en que se presentaban fuera irrelevante, me dieron una señal de alarma. 

RECUENTO SEMÁNTICO DE UN FEMINICIDIO

Echemos un vistazo a lo que consigna el diccionario de la Real Academia de la Lengua en cuanto al primer significado de estas palabras. 

Desollar.- Quitar la piel del cuerpo de una persona o un animal, o de alguno de sus miembros: desollar un conejo. (Sinónimo: despellejar.)

Mutilar.- Cortar o cercenar una parte del cuerpo, y más particularmente del cuerpo viviente.

Desmembrar.- Dividir y apartar los miembros del cuerpo. (Miembros: Cada una de las extremidades del ser humano o de los animales articuladas con el tronco).

Algo no cuadraba en los titulares y balazos –nunca más a tono en la jerga periodística–  que describían el crimen. No es que sea imposible desollar a una persona viva, pero supongo que será más fácil hacerlo con una persona muerta (aunque claro si hablamos de sadismo y torturas, ahí están Sade y la Inquisición, los crímenes de guerra y el narco, que no cantan mal el reggaetón). Tampoco que no se pueda desollar y mutilar, o desollar y desmembrar, pero si se mutila o se desmiembra, el acto de desollar pierde un poco de sentido. (A menos que como a los conejos, se despelleje primero para aprovechar la piel, y luego se corte en fragmentos el cuerpo para cocinarlo. Ups… Una comparación demasiado gráfica, lo sé.) Tampoco es lo mismo apuñalar y asesinar primero a una persona y después mutilarla y desmembrarla, que hacerlo al revés… 

En la confusión de las primeras horas, cuando circularon fotos del cuerpo ultimado de Ingrid y un video de su asesino en redes, tanto medios sensacionalistas como portales más serios repitieron el asunto del desuello como si fuera una confirmación: “Indigna filtración de fotos del cuerpo desollado de Ingrid”. 

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Pido disculpas por esta labor de detective salvaje, pero las palabras reflejan realidades por más que se las desconozca o se haga un mal empleo de ellas. Entonces, ¿sólo desollada y ya no mutilada o desmembrada? ¿O en el término desollar se estaba incluyendo la mutilación y el desmembramiento, como si se tratara de un verbo sacrificial capaz por sí solo de dar idea de algo más? ¿Una metáfora, una sinécdoque que hablara de una cosa por la otra? ¿Por qué tal confusión?, me pregunté entonces. ¿O más bien esa mención errática de términos estaba reflejando algo “innombrable”?

Me di a la tarea de buscar las fotos que muy pronto fueron censuradas ante el reclamo de usuarios que condenaban el morbo, la explotación de la muerte como un espectáculo que además revictimiza, y exigían un justo respeto por Ingrid. Me agarré el estómago mientras hacía la búsqueda en el omnisciente Google. Aclaro que cuando circuló años atrás la imagen de Julio César Mondragón, el joven de Ayotzinapa cuyo rostro fue desollado, me negué rotundamente a verlo. Pero acá tuve que hacer de tripas corazón (vaya que es fiel la expresión) para atreverme a mirar las imágenes de Ingrid y tratar de entender lo que, al parecer, las palabras no alcanzaban a decir.

ADVERTENCIA: IMÁGENES FUERTES

Lo que vi fueron los restos de un cuerpo en el que aún permanecían las extremidades: brazos y piernas todavía estaban en su sitio aunque los antebrazos y muslos ya habían sido en buena medida despojados de la carne y se veían los húmeros y los fémures en casi toda la extensión del largo hueso. Por tanto, no había sido desmembrada. También, debido a la extracción de carne y vísceras en la zona del tórax y abdomen, se alcanzaban a ver el esternón, las costillas y algo de la columna vertebral y el comienzo de las crestas ilíacas. Por lo que podría hablarse de una evisceración o destripamiento, o incluso de un destazamiento (destazar: hacer piezas una res muerta) en el que se había “tasajeado” la masa corporal para reducirla a trozos, tajadas, pedazos. Suerte semejante había corrido el rostro, en el que se perfilaban la dentadura descarnada y partes del maxilar y del cráneo. La nariz, prodigiosamente, no había desaparecido del todo y mantenía un perfil respingado –guiño atroz en un rostro inexistente, convertido en una mueca siniestra, donde uno de los globos oculares había sido reventado y lucía exangüe y opaco.

No, al parecer no hubo desollamiento. Esa palabra y las otras fueron usadas para decir lo innominado. Lo que yo vi en la fotografía prohibida fue un cadáver que estaba siendo convertido en carroña, no por fieras, hienas, buitres… sino por un hombre con lo peor de los hombres: una bestia reducida a instinto de muerte, que buscó después del asesinato desaparecer a su víctima para evitar el castigo. 

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En un video que circuló en redes, en el que el responsable confiesa su crimen, la voz de un policía pregunta de manera más concisa: “¿Por qué la destazaste? ¿Dónde tiraste sus partes, sus piezas, la carne que le quitaste?” El confeso declaró: “Al drenaje… Por vergüenza, miedo…”

Uno de los pocos titulares un poco más precisos por lo menos respecto a la temporalidad de la acción verbal fue: “—Si tú no me matas, yo sí te voy a matar —Érick a Ingrid antes de asesinarla y después desollarla”. Al parecer, por fortuna, la carnicería vino después de la muerte.

(Busqué y busqué en el diccionario un término más preciso. El idioma español es tan vasto que podría haber un vocablo que semánticamente se acercara más a la realidad de esas imágenes. Por fin di con uno. Descarnar: “quitar el hueso a la carne, quitar la carne de un hueso o de la piel, separar la parte blanda de algo”. Supongo que se usa mucho en el oficio de los carniceros y matanceros, pero esa palabra es insuficiente para el horror que yo vi.)

NOMBRAR EL HORROR

Ya en El corazón de las tinieblas, la novela terrible de Joseph Conrad, en la que se inspira la película Apocalypse now de Francis Ford Coppola, se habla de la incapacidad del lenguaje ante el horror. Dice el traficante de marfil de la novela y el coronel Kurtz del filme ante situaciones inenarrables de caos, locura y destrucción: “Es imposible describir el horror en palabras a aquellos que no saben lo que verdaderamente significa. El horror, el horror…”. De hecho, para que al menos atisbemos la profundidad de esa tiniebla, Coppola nos presenta escenas simultáneas de la muerte del coronel Kurtz a sablazos en una habitación en sombras, mientras afuera, en medio de una orgía de fuego y sangre, los lugareños descuartizan a hachazos una res atada y viva frente a nuestros ojos, en una secuencia epifánica, delirante, sin aliento.

Fuentes confiables hablan de que desde 2015 los feminicidios en México se han incrementado en un 135 % y a la fecha son asesinadas diariamente de 10 a 11 mujeres en el país. Se me dirá que la barbarie de matar a mujeres y hombres con saña ha existido siempre, pero ¿por qué de pronto los asesinatos se han disparado a niveles desorbitantes y cada vez es mayor el performance de la muerte –la palabra que me cuesta escribir es: el performance macabro de la muerte? 

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía el filósofo Ludwig Wittgenstein. Parece no haber límites para este mundo que se nos ha trastocado, esta locura, este infierno. Comemos cadáver todos los días. Cementerio afuera y cementerio adentro. Yo no sé quiénes están más muertos: ellas, ellos o nosotros. Evidentemente no estamos haciendo lo necesario para evitarlo. 

 

Con la colaboración de Pablo Lamoyi.

@anaclavel99



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