Bed office: un placer en medio de la pandemia

La cama “es uno de los paraísos de la tierra”, escribe ANA CLAVEL. Se puede suponer que muchos creadores y artistas trabajan ahí, pero no siempre lo declaran. Pocas veces se les ve en posición horizontal.

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EMEEQUIS.– Para muchos de nosotros la cama es uno de los paraísos de la tierra. Ahí se puede leer, escribir y soñar —lo mismo que practicar otros deleites—. Es una gran alternativa del home office al que ha orillado a muchos el confinamiento actual, modalidad que para algunos de nosotros es el modo habitual de trabajar: en casa, en el estudio, frente al escritorio y la computadora, en la cama con la laptop o una simple libreta. De hecho muchos escritores acostumbraban trabajar en casa antes de que se pusiera de moda el home office como tal. Por eso me sorprendió ver de pronto circulando en redes fotos de varios de ellos con el hashtag correspondiente, cuando son fotos que normalmente hubieran llevado por título la clásica frase “El escritor en su estudio”. 

Lo que sí no resulta tan frecuente es dar con creadores en posición horizontal, recostados en la cama, rodeados de sus herramientas de trabajo: libros, periódicos, libretas, notebooks, tablets. Si bien uno puede suponer que muchos creadores trabajan en la cama, no siempre lo declaran, pero sin duda hay muchos que lo tienen como espacio de trabajo y forma parte de sus rituales cotidianos. Entonces como propuesta de juego en estos días de pandemia, se me ocurrió hablar de la importancia del #BedOffice. Cierto que ya el surrealismo había hablado con seriedad patafísica del tema, cuando André Breton en su Manifiesto surrealista refería que Saint-Pol-Roux colocaba todos los días en la puerta de su alcoba un cartel antes de irse a dormir, donde se leía: “EL POETA TRABAJA”. Y sí, a contrapelo de la moral burguesa para la cual el ocio es improductivo y por ello los artistas que “pierden” el tiempo son mirados con desconfianza y desprecio, en la cama también se trabaja. 

No sólo en sentido estricto como lo practican prostitutas y hetairas profesionales, no sólo los “perezosos” como Marcel Proust que permaneció en la suya por años mientras escribía los siete tomos de En busca del tiempo perdido, sino incluso cuando se duerme como lo refiere el poeta S. T. Coleridge, a quien en sueños le fue “dictado” el poema Kublai Khan.

Marcel Proust.

De la lista de escritores encamados rescato al creador de Las aventuras de Tom Sawyer, el proverbial Mark Twain, que adoraba permanecer en su cama, pipa en boca y cuaderno de escritura en las piernas. Otro que confesaba su relación de trabajo con el lecho, fue el autor de A sangre fría, Truman Capote, quien declaró: “Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá…” Y a la par se acompañaba con café al comenzar el día y varios martinis al terminarlo.

Mark Twain.

Claro que Twain era un escritor “multiterreno” que podía escribir hasta en las paredes, hasta sentado en la proa de un barco en movimiento. Por supuesto, Capote era un autor desfachatado y provocador, capaz de declarar: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. 

Truman Capote fotografiado por Constantin Joffe.

Y es que no cualquiera reconoce que la cama es una cómplice perfecta: se amolda a tus caprichos, te deja hacer lo que quieras con y en ella. Será porque muchos le tienen demasiado respeto, o creen que por ceder a sus encantos de sirena varada puede uno naufragar entre el Caribdis de la pereza y la Escila del caos. O será por ese halo sagrado que la rodea en torno a las ceremonias del cuerpo y de la vida: lo mismo para el nacimiento, que para el amor, que para la muerte. Baste recordar que el gran Pablo Neruda escribió una Oda a la cama que comienza así: 

De cama en cama en cama
es este viaje
el viaje de la vida.
El que nace y el herido y el que muere
el que ama y el que sueña
vinieron y se van de cama en cama
vinimos y nos vamos
 en este tren en esta nave en este río

común a toda vida
 común a toda muerte.

A su vez, la estupenda escritora mexicana Cristina Rivera Garza reflexiona: “no es casualidad que la cama, la mesa, el ataúd y la página compartan la forma del divino rectángulo”, y confiesa ser escritora de cama, practicar la escritura horizontal, o al menos a la Chac Mool, pues prefiere hacerlo “tendida como bandida”, rodeada de libros y papeles, en un desorden descomunal.

 Cristina Rivera Garza.

De la lista de escritores oficiantes del lecho, entre quienes se encuentran Miguel de Unamuno, Vladimir Nabokov y Allen Ginsberg, recuerdo especialmente los casos del poeta Vicente Alexaindre y el novelista Juan Carlos Onetti, dignos rivales de Oblomov, ese personaje de una novela rusa, cuya actividad principal era estar todo el tiempo tumbado en su cama, acaso como una forma de rebeldía disfrazada de acidia e indolencia. Y sí, Alexaindre, tras obtener el Premio Nobel en 1977, declinó que la televisión sueca fuera a grabarlo en su rincón de trabajo en estos términos: “Me temo que no va a poder ser… es que yo escribo siempre en la cama”. Pero quizá no haya mayor Oblomov de la escritura que Onetti, el desencantado y pesimista autor de El Pozo, de quien hay registro fotográfico de su última etapa, volcado sobre la cama, a sus anchas, con lentes y libros, el gesto de tristeza e ironía de los desahuciados por voluntad propia, última forma de resistencia pasiva.

Vladimir Nabokov.

Juan Carlos Onetti.

En un texto memorable, y también sutilmente transgresor, Julio Cortázar, de quien no sabemos si escribía en la cama pero que como buen Cronopio seguro era asiduo practicante, nos dice en “Tu más profunda piel”: “Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas y la mía —sábelo allí donde estés— es el perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu espigada noche, a la ráfaga de tu más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza las gargantas, sino esa vaga equívoca fragancia que deja la pipa en los dedos y que en algún momento, en algún gesto inadvertido, asciende con su látigo de delicia para encabritar tu recuerdo, la sombra de tu espalda contra el blanco velamen de las sábanas”. Profunda metáfora para navegar por el horizonte de la cama y por los agujeros negros de placer a los que también nos arrojan sus doradas playas. 

No le falta razón a mi querido Abraham Miguel cuando afirma que la cama es el “territorio de la verdad”, pues ahí como entre las páginas de un diario íntimo difícilmente podemos disfrazarnos, fingir lo que no somos. Incluso quienes lo eligen de tema para una propuesta de trabajo, como el documental En la cama con Madonna —afortunado título en español de Madonna: Truth or Dare (1991)­—, es sinónimo de confrontación y honestidad. No sólo porque conlleva la referencia a la vida sexual de una de las estrellas del pop que más ha jugado con la imagen de femme fatale, sino porque la película es verdaderamente reveladora de la soledad que más allá de la fama y el espectáculo rodea a la cantante. Al mostrarse desnuda en ese territorio —literal y metafóricamente—, hablando de sus amores y desamores, del éxtasis del éxito, o de las devastadoras depresiones, Madonna erige el espacio de la cama como un gabinete de trabajo confesional y psicoanalítico, que no le será ajeno a ningún amante famoso o desconocido. Vaya todo un bed office con Madonna.

Madonna.

Una que además de bonita también leía era el gran mito sexual, Marilyn Monroe. Hay fotos de ella leyendo el Ulises de Joyce, libros de formación de actores, volúmenes de arte y pintores como Goya. Pero era también una fanática de leer en la cama. Hacía bed office por lo menos cuando leía los guiones de películas en las que actuaría, como fue el caso de Niagara (1953), según una serie fotográfica de la época, donde aparece tumbada en su cama, absorta en la lectura del libreto original. 

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En una vena pacífica muy estilo Gandhi, John Lennon y Yoko Ono levantaron en 1969 una trinchera para combatir la guerra de Vietnam desde la cama. “Bed Peace” la llamaron y congregaron la atención de periodistas, medios y público durante casi una semana, primero en Ámsterdam y después en Montreal, en la que estuvieron encamados como una peculiar forma contestataria de bed office para trabajar por la paz.

John Lennon y Yoko Ono, Bed Peace, War is Over.

La poeta norteamericana Sylvia Plath (1932-1963) escribió un pequeño tratado de imaginación lúdica llamado El libro de las camaspublicado diez años después de su muerte. Ahí, a través de poemas juguetones, ofrece un catálogo original de lechos que no saben de reglas y sí de surcar mares o alcanzar la Luna. Camas de aperitivos, camas tanque, camas de bolsillo para cuando nos sorprende la noche fuera de casa, camas que vuelan, camas para bucear, camas sobre lomos de elefantes. Pero reconoce que quizá la “cama ideal es el tipo de cama que se puede manchar”. Quiero pensar que se refiere a las camas que se dejan disfrutar. Lechos para el goce, para leer, para ensoñar… lo que cada quien quiera hacer con ellas y en ellas, ahora en la cuarentena, o después cuando entremos en la “nueva normalidad”. La cama, un espacio con esquinas de infinito, donde, si nos atrevemos, podemos ser y hacer con toda la desnudez y libertad que nos venga en gana.

El controvertido Woody Allen, quien solía decir: “hay dos cosas importantes en la vida, una es el sexo, de la otra no me acuerdo”, seguramente estaría de acuerdo que el mejor lugar del mundo es precisamente la cama porque en ella, además, se puede trabajar.

Woody Allen.



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