Aquella CNDH y sala de tortura

La CNDH tiene una gran historia, más allá de que ahora se le quiera borrar. Basta recordar a sus presidentes, como Jorge Madrazo, José Luis Soberanes, Luis Raúl González Pérez y Jorge Carpizo. Lo que ahora impera es la mezcla de ignorancia con ideología.

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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Cuando se creó la CNDH en 1990, en el país había dos temas fundamentales que tenían que ser atendidos: las violaciones a los derechos humanos que cometían las fuerzas de seguridad de manera recurrente, por un lado, y los daños causados por la Guerra Sucia y, de modo específico, las desapariciones forzadas.  

El presidente Carlos Salinas contaba con diagnósticos elaborados al respecto y sabía que entrarle a esos dos problemas era indispensable para garantizar la gobernabilidad. Junto con Jorge Carpizo, quien en el arranque del sexenio se desempeñaba como ministro de la Suprema Corte, pero había sido rector de la UNAM, es que se ideó y proyectó lo que sería uno de los organismos de protección no jurisdiccional de los Derechos Humanos más importantes del mundo. 

Al mismo tiempo, escucharon a organizaciones de la sociedad civil, abogados y activistas que llevaban décadas batallando contra los abusos y la ilegalidad. De ahí también se tomaron experiencia e ideas que resultaron centrales para el proyecto.

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Se optó por la figura del Ombudsman (defensor del pueblo) porque lo que se requería era un rearme ético y una institución que tuviera la fuerza moral suficiente para incidir en comportamientos arraigados en corporaciones policiales y para abatir la impunidad.

Esto implicaba cuestiones jurídicas y políticas. Las primeras se resolvieron estableciendo las Recomendaciones como la herramienta central del trabajo de la institución defensora de los Derechos Humanos. Esto es así, porque si fueran obligadamente vinculantes, se estaría estableciendo una suerte de procuraduría, pero sin control del Poder Judicial.

Las políticas, en cambio, tenían que ver con el respaldo del presidente de la República para que los funcionarios cumplieran con lo que les exigiera el Ombudsman. 

Por ello es por lo que resultaba tan importante la designación del presidente de la CNDH, ya que su prestigio y biografía, serían un aliciente para que las recomendaciones se cumplieran.

Con Jorge Carpizo como fundador y titular del organismo, que en principio surgió como dependencia desconcentrada de la Secretaría de Gobernación –para no perder tiempo mientras se avanzaba en un diseño legal que, con los años, cristalizaría en la autonomía constitucional–, se dieron avances de inmediato.

En el primer semestre se emitieron 33 recomendaciones y se crearon los programas de Agravios a periodistas y defensores civiles de derechos humanos, personas desaparecidas, contra la tortura y de supervisión del sistema penitenciario. 

Pero el arranque no resultó sencillo, porque existían inercias, sobre todo en las procuradurías de justicia, donde veían con desconfianza a la CNDH, porque sabían que estaba terminando una etapa muy oscura en la vida del país, donde las policías podían hacer los que se les viniera en gana y con la tortura como práctica cotidiana.

Para tener una idea del descaro policial y ministerial, en la delegación de la PGR en Chihuahua, hasta 1993, había una jaula dentro de la que habían construido una escalinata coronada con un escusado donde sumergían la cabeza de quienes eran interrogados. El salón de tortura, porque eso era, estaba a solo unos metros de la celda en la que estuvo detenido el cura Miguel Hidalgo que se había conservado en el Palacio Federal. Triste ironía. 

Uno de los legados de aquello años, consistió en desenmascarar a los comandantes de la Policía Judicial Federal que violaban todas las garantías de los inculpados, fabricaban pruebas, propinaban malos tratos y, además, eran muy corruptos. Muchos de estos sujetos terminaron en prisión. 

Un asunto nada menor, que para Carpizo significó innumerables amenazas e inclusive su designación como embajador en Francia, cuando se detectó que las intenciones de estos grupos eran ya las de hacerle daño. 

Sí, las luchas y los esfuerzos que realizó la CNDH la hicieron una institución con reconocimiento de propios y de extraños. 

Ahora que se encuentra en una de las etapas más delicadas de su historia, porque hay la intención, desde el poder político y de quien la preside, de destruirla. 

Lo que ahora impera es la mezcla de la ignorancia con la ideología, lo que da relieve a la imposibilidad que tienen algunos de reconocer los logros de generaciones enteras. Porque, la CNDH tiene una gran historia, más allá de que ahora se le quiera borrar.

Basta recordar quienes fueron sus presidentes, y entre ellos, Jorge Madrazo, José Luis Soberanes y Luis Raúl González Pérez y el propio Carpizo, para constatar el tamaño del contraste, más que evidente, con lo que ahora impera.

@jandradej

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