De pato pekinés a nopales con queso: bienvenido al Reclusorio Norte, señor Lozoya

Ya no hay vinos en la mesa del exdirector de Pemex. Ahora hay té de manzanilla sin azúcar en una celda de seis metros cuadrados con un baño sin puerta y retrete sin tapa. Así pasó la primera noche en el Dormitorio 10 el exfuncionario del sexenio de Peña Nieto.

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EMEEQUIS.– En sólo 24 días, Emilio Lozoya pasó de cenar pato pekinés en el lujoso restaurante Hunan de Lomas de Chapultepec a que le ofrecieran nopales con queso en el Reclusorio Norte.

En su primera noche privado de la libertad no hubo hostess que lo recibiera, mesero que le llevara los alimentos a una elegante mesa o finos vinos a su disposición. En cambio, lo recibió el director de la prisión, Enrique Serrano, quien le leyó sus obligaciones y derechos como nuevo interno, mientras que un custodio le anunció el menú de la noche, que incluía como única bebida un té de manzanilla sin azúcar en un vaso de plástico.

A pesar de que los últimos alimentos que ingirió el exdirector de Petróleos Mexicanos fueron nueces y una mezcla de frutas deshidratadas que cargaba su madre Gilda Austin durante la audiencia de este miércoles, Emilio Lozoya se negó a cenar ese menjurje de nopales asados con queso en cubos.

Apenas llevaba unas horas en el Reclusorio Norte y dijo que sentía el estómago revuelto. Pidió un vaso con agua, dio la vuelta y buscó acomodo en su celda privada en el Dormitorio 10, donde los contagiados con Covid19 hacen cuarentena antes de entrar en contacto con la población general.

POR UN TÚNEL OSCURO

A las 3:32 de la tarde, Emilio Lozoya dejó de ser el consentido del gobierno mexicano por la trama Odebrecht e inició su transformación en un reo más entre los 7 mil 350 que habitan el Reclusorio Norte.

En cuanto el juez de control Artemio Zúñiga ordenó que la medida cautelar contra el exfuncionario priísta cambiara de un brazalete con geolocalización a prisión preventiva, el economista de 46 años volteó a ver a su madre y apretó su mano, un gesto que ella devolvió con otro apretón y una mirada de resignación. El semblante de ambos dejaba ver a los testigos que la cárcel no era el resultado que esperaban tras más de cinco horas de audiencia.

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De inmediato, un integrante de la Guardia Nacional se colocó detrás de Emilio Lozoya, mientras uno más lo miraba fijamente a unos metros. Quien fuera uno de los hombres más poderosos en el sexenio pasado sólo pudo intercambiar susurros con su abogado Miguel Ontiveros antes de desaparecer custodiado por una puerta del juzgado.

Hasta ese momento, en público,el exfuncionario priísta se mantuvo estoico ante la posibilidad de que no vuelva a la calle hasta dentro de 35 años, que es la pena máxima por delincuencia organizada, uno de los delitos que le imputa la Fiscalía General de la República. 

Las horas siguientes, alejado de las cámaras de televisión, fueron narradas a EMEEQUIS por una fuente de la Subsecretaría de Sistema Penitenciario del Gobierno de la Ciudad de México quien pidió el anonimato. 

Emilio Lozoya caminó por un túnel oscuro que conecta a los juzgados con el Reclusorio Norte. Impasible, atravesó esos pasillos subterráneos fingiendo que no percibía el mal olor: quienes caminan ese sendero suelen orinarse o vomitar de miedo.

Al llegar al Reclusorio Norte, el director del penal lo recibió con un apretón de manos muy distinto al de su madre, enérgico y corto, como para demostrarle a Emilio Lozoya que él ya no estaba al mando de la situación. Sólo un privilegio le fue anunciado en esa presentación: estaría aislado para garantizar su integridad física. 

Luego, vino un gesto simple, pero que significaba la transmutación de Emilio Lozoya, nieto de un exgobernador de Chihuahua, hijo de un exsecretario de Estado y junior de la política egresado de la Universidad de Harvard: se despojó de su traje azul “navy” y se enfundó en un uniforme usado color beige, el que usan todos los internos que esperan sentencia judicial. 

Lozoya cuando fue captado en un restaurante de lujo. Foto: Lourdes Mendoza. 

UNIFORME DE REO, ZAPATOS DE MILLONARIO

Dos peticiones llamaron la atención de quienes acompañaban al exdirector de Petróleos Mexicanos y que les hacen creer que Emilio Lozoya realmente creía que esa noche seguiría siendo un hombre libre: pidió una chamarra porque no tenía algo para pasar la noche abrigado y que se le permitiera quedarse con los zapatos que usaba –un par brillante aparentemente costoso– ya que no llevaba tenis o un calzado más cómodo. Ambas prendas se le concedieron, pero sin agujetas ni cordones. 

Enseguida, Emilio Lozoya realizó un examen médico para confirmar que su estado de salud era óptimo y que la supuesta anemia con la que burló la cárcel al ser extraditado de España a México había desaparecido. En el registro quedó asentado que no había marcas de violencia en su cuerpo ni lesiones actuales que pusieran en riesgo su vida.

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El examen incluyó una prueba PCR para descartar que fuera portador del nuevo coronavirus, un protocolo instaurado desde el año pasado y que obliga a todos los nuevos internos a aislarse en el Dormitorio 10 hasta que haya un resultado: si es positivo hará cuarentena en ese lugar; si es negativo, será enviado a la Zona 1 del Área de Ingreso, a donde llegan políticos, empresarios, famosos y testigos protegidos. 

Cerca de las 7 de la noche, Emilio Lozoya conoció su estancia: una celda pintada con gris y blanco, de 3 metros de largo, 3 de ancho y 2.40 de alto con una cama de cemento, un baño sin puerta, un retrete sin tapa y un foco cuyo interruptor está fuera de alcance en un pasillo siempre iluminado. Ni siquiera para dormir, el exfuncionario priísta podrá quedarse en total oscuridad.

Sobre ese pasillo iluminado se colocó un guardia que será rotado cada 12 horas para que nadie le haga daño a Emilio Lozoya e impedir que el nuevo interno se haga daño, especialmente después de que en la audiencia aseguró que “hay muchos intereses que no quisieran que se conozca la verdad, que son los destinatarios finales de los recursos”.

Una vez instalado, el exdirector de Petróleos Mexicanos rechazó el menú de la noche y se recostó sobre una colchoneta delgada que sustituye a su cama en un departamento de lujo en Polanco.

A menos de 800 metros de él estaba el exsenador panista Jorge Luis Lavalle, uno de sus presuntos cómplices, a quien delató como supuesto receptor de los sobornos millonarios pagados por la empresa brasileña Odebrecht. Tan cerca, pero tan lejos, que no tuvieron contacto durante la noche.

Emilio Lozoya durmió a metros de otros prominentes políticos, como el exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, y el exabogado del jefe de su papá, Juan Collado, pero también cerca de peligrosos criminales, como el fundador de La Unión Tepito, “El Moco”, y Jesús Ricardo Patrón, “El H3”, exlugarteniente del clan de los Beltrán Leyva. 

Lozoya al llegar a la audiencia en el juzgado. Foto: Cuartoscuro.com.

LA PRIMERA MAÑANA DE MUCHAS

Si la mañana de este jueves 4 de noviembre se siguió el protocolo habitual para todos los internos, Emilio Lozoya habrá despertado cerca de las 6 de la mañana con el ruido usual de los custodios que “pasan lista” a los internos, un ejercicio que se hace tres veces al día para asegurarse que no haya reos fugados.

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Sin privilegios, habría tenido que hacer lo que la mayoría de los reos hacen diariamente: pagar entre 2 y 5 pesos al custodio para evitar hacer “la fajina”, es decir, lavar los baños con una cubeta, detergente y cepillo, o acarrear agua hasta los dormitorios de otros internos.

Pero si mantiene sus privilegios, es probable que Emilio Lozoya no haya tenido que preocuparse por tener dinero, sino por los ingredientes del desayuno, seguramente muy distintos a lo que acostumbraba comer cuando era un alto funcionario del gobierno o testigo consentido que gustaba de pasearse en restaurantes de lujo.

Cerca de las 7 de la mañana, el exdirector de Petróleos Mexicanos habría respondido al grito de un celador que iría recitando números de internos para recibir confirmación con apellido paterno, materno y nombres: “¡Lozoya Austin Emilio Ricardo, presente!” 

@oscarbalmen 



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