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Gandhi, los libros y los sombreros
ANA CLAVEL escribe sobre los anuncios amarillos de Gandhi y uno en particular que le cautivó: “Nunca me había tocado un anuncio que me conmoviera tanto como el que circuló en medios digitales el pasado 7 de mayo”.
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En el principio fue el asombro. ¿Qué no Gandhi fue un pacifista indio? A mis dieciocho no me entraba en la cabeza que pudiera ser el nombre de una librería. Tal vez si se hubiera tratado de una asociación por la paz y el respeto de los derechos humanos, tal vez el título de un libro o un poema… Pero entonces la visité. La única de entonces, la de Miguel Ángel de Quevedo, en el sur de la Ciudad de México. Comienzos de los ochenta, pero ya llevaba más de una década trabajando. Era otro mundo: desde la música que se oía por los altavoces (recuerdo muy bien la de aquella primera vez porque no pude comprármela sino hasta meses después: Cantos ortodoxos búlgaros, música delirante que me recordaba una escena de Odisea 2001). Por supuesto, enormes fotos de Mahatma Gandhi en sus muros mostraban la admiración que sus fundadores, Mauricio Achar y su esposa, rendían a ese transformador social. Yo no lo sabía entonces pero después me enteraría que, al menos desde el 24 de junio de 1971 cuando abrió sus puertas el establecimiento original, Mauricio Achar le adjudicaba a los libros ese mismo papel como motor social de paz.
Los libros a la mano, en anaqueles y mesas amables para que uno se pudiera pasear entre ellos, tener un encuentro casual, enamorarse de alguno no previsto, salir con el elegido como una promesa furtiva… Así salí con La vuelta al día en 80 mundos de Cortázar, el tomo 1 de las Obras completas de Sade, La necesidad del arte de Ernst Fischer… todo mi primer sueldo de la revista en la que entonces trabajaba. Nada que ver con la famosa librería Porrúa de la esquina de Argentina y Justo Sierra, que vendía sus libros –sobre todo de texto y escolares– detrás de un largo mostrador como si se tratara de tornillos o pinzas en una ferretería. Por esa época descubrí también en un sótano de la avenida Juárez otra librería singular: El Sótano, que me hizo creer que las aventuras subterráneas de Alicia comenzaban al borde de cualquier calle. Pero esa es otra historia a la que tributaré mi agradecimiento aparte.
Otro asunto increíble de esa primera Gandhi: la cafetería donde podías encontrarte con todo tipo de escritores –incluido el silencioso Juan Rulfo–, y el foro que había en el piso superior. Ahí, desde los años setenta y hasta los noventa, se presentaban cantantes de música latinoamericana y de protesta, se realizaban lecturas de teatro, narrativa y poesía, también mesas en las que especialistas discutían temas de actualidad. No me tocó estar presente pero por las fotos que he revisado, en 1975 dio una lectura el poeta Darío Galicia cuando la vida era una promesa de cambio para muchachos que como él, se atrevían a salir del clóset. Ahí un espigado Darío, con el pelo a media espalda y botas de plataforma, parecía más una estrella pop que un irredento poeta salvaje. A quien sí recuerdo es a mi maestro Luis Rius presentando a su amigo el compositor y guitarrista Pedro Ávila, representante de la Nueva Canción, con un disco en el que hacía versiones melódicas de poetas mexicanos. Por él supe del poema “Breve romance de ausencia” de Salvador Novo y durante años creí que la poesía de Novo era sólo delicada y memoriosa. Los dos hombres –Rius y Ávila– eran tan cautivadores que uno tenía que apartar los suspiros de hombres y mujeres para concentrarse y escucharlos.
Ha pasado el tiempo y además de lectora, mi relación con Gandhi se ha estrechado como autora. He participado en mesas, he ofrecido charlas, he presentado mis libros y los de otros autores, he disfrutado de posadas y festejado los aniversarios de la librería, he asistido a cocteles de lanzamiento como el de la plataforma de despegue de Gandhi con los libros electrónicos, de cara a la actualidad. Me he subido de manera literal y metafórica al Gandhibús.
Ahora que la pandemia por el coronavirus –lo mismo que la provocada por la desinformación, confusión, incertidumbre– nos asedia, veo esas imágenes como postales del pasado imperfecto pero todavía promisorio de un país y un mundo que parecieran imposibles ahora. Y me preguntaba si, del mismo modo que en una película de Lars Von Trier, cuando el planeta Melancholia se aproxima para estrellarse con la Tierra, esa propuesta de singular belleza trágica no podría ser interpretada como una catástrofe visionaria del virus que nos amenaza y cuyos efectos depresivos apenas comienzan…
En medio de este panorama que se antoja desolador descubrí en Twitter un cartel electrónico de mi librería de confianza. Creo que hace como dos décadas que Gandhi abordó nuevas estrategias para atraer públicos lectores, entre otras modalidades, las campañas de libro abierto con donaciones propias y con participación de la ciudadanía para niños y jóvenes, así como los vistosos espectaculares amarillos que de pronto aparecían en medio del tráfico de nuestra caótica ciudad. A veces humorísticos, otras refinados, a veces irónicos, otros con franca crítica social y política, siempre muy ingeniosos.
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Pero nunca me había tocado un anuncio que me conmoviera tanto como el que circuló en medios digitales el pasado 7 de mayo. Como si se tratara de la silueta de una casa peculiar, en el anuncio de Gandhi aparece una viñeta semejante a la que había dibujado en su infancia el aviador de El principito, antes de que el pequeño príncipe le pidiera que le dibujara un cordero. Como saben todos los que han leído ese relato, el dibujo parecía un sombrero pero en realidad representaba una boa que ha devorado un elefante. Pues bien, en el cartel digital, al interior del dibujo no aparece elefante alguno sino el propio Principito sentado y con un libro entre las manos, al lado de una pila de libros que esperan su lectura en ese peculiar confinamiento. Visto sólo como una silueta parece una suerte de sombrero aplastado… “Aplana la curva en casa”, dice la frase que acompaña a este sombrero aplastado que también sugiere un modelo epidemiológico sin picos y más bien de suaves pendientes para mitigar y controlar la pandemia en nuestro país. Un mensaje brillante, sensible y amoroso con la realidad de todos y el bien común, y que por supuesto, invita a la lectura haciendo referencia a una obra entrañable y ya clásica.
Quedarse en casa leyendo, recreando un universo posible, en el que los libros son casa vital y refugio para la ensoñación. Ahora que se perfila el regreso a la “normalidad”, ojalá que no olvidemos la importancia de cosas esenciales y muchas veces invisibles como la imaginación –pero que nos ha hecho viajar a la Luna y concebir obras inmensurables–. Porque, precisamente, nos va a hacer falta mucha imaginación para rediseñar nuestras estrechas habitaciones mentales y construir esa casa necesaria en la que quepamos todos.
Y aquí es cuando no puedo evitar decir: Gandhi eres Grande… Mauricio Achar, quien partió en 2004 al asteroide B612, estaría satisfecho de saber cómo crece la creatividad para seguir haciendo circular esos motores de cambio llamados libros en los tiempos de desafíos que corren. Seguro sonríe desde el cielo adonde reside pues sabe que cada nuevo lector es un niño que dibuja su propio cordero y todo un bosque y un mundo entero.