El otro lado de la medicina: estudiantes, entre presiones y maltratos invisibles

La medicina es una profesión indispensable, pero en las aulas y residencias se genera violencia normalizada que conduce a problemas mentales y hasta suicidios. “Tienes que cambiar tu vida completamente, te dedicas totalmente a estudiar. La presión es muy fuerte”, cuenta un estudiante.

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EMEEQUIS.– “Salvar vidas”, “apoyar a las personas”, “tener conocimiento sobre el cuerpo humano”, son algunas de las razones que inspiran a jóvenes para estudiar medicina y dedicarse a la salud. Pero detrás de la bata, ropa de quirófano, o el estetoscopio al cuello, existen múltiples problemáticas que no son visibilizadas hasta que repercuten en una tragedia.

Hace días, en Oaxaca, Diego, estudiante de la facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), se suicidó días previos a su graduación. Compañeras expusieron en redes sociales la situación: “¿Qué hizo la facultad? Nada, ni un pésame, ni un moñito negro, simplemente no les importa la salud mental de sus alumnos”.

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Para personas externas al gremio, el tema podría resultar algo fuera de lo común y totalmente preocupante; pero, tras conversar con dos estudiantes e internos de medicina, exponen que, dentro de los hospitales y universidades, tener problemas de salud mental es algo “común”, y hasta “normal”. Al punto de que ciertas conductas se vienen replicando desde décadas atrás, empeorando el problema.

LO QUE NO SE VE DE LA MEDICINA

Lorena es feminista y activista por derechos médicos. Actualmente está realizando su internado. Recuerda la vez que, cuando tenía 8 años, se encargó de cuidar a su mamá de un dolor de estómago con  ayuda de una enciclopedia infantil. Eso, junto a la motivación por parte de su abuelo para que se dedicara a la medicina y ayudara a salvar a su tía con parálisis cerebral, fueron detonantes para que decidiera dedicarse a la medicina humana.

Admite que era consciente de lo que se enfrentaría en la carrera, pero no del todo. “Sabía lo que todo mundo dice: renunciar a amistades, olvidarme de dormir, no ir a fiestas, horas estudiando, no tener pareja por falta de tiempo”, pero le faltaban muchas cosas que experimentaría en carne propia.

“Pollo”, como le apodan, es estudiante de medicina y también se encuentra realizando su internado. Para él, que no venía con una preparación previa en bachillerato, le costó la adaptación a la exigencia de estudiar esto. Cuenta que el tiempo que dura la carrera fue uno de los primeros impactos emocionales. 

Su licenciatura consiste en dos años de clases teóricas, tres años de ciclos clínicos, un año de internado y, para titularse, un año de servicio social. Siete años para poder tener un título como médico. Pero la cosa no termina ahí, la mayoría busca realizar una especialidad que puede ir de tres hasta cinco años más.

Una de las –muchas– problemáticas que Lorena identificó desde su primer día de clases y perduró toda la carrera fue el machismo. Se enfrentó a frases como que las mujeres en medicina estudian una carrera MMC (“mientras me caso”), profesores que hacían menos las participaciones de mujeres e incluso aquellos que decían que “deberían estar haciendo tortillas en casa” en vez de estar estudiando medicina.

Asimismo, llamó su atención la competitividad que se vivía. “Todos querían sobresalir, no había compañerismo. Es una competencia con todo el mundo. Muchas veces los mismos compañeros ponían el pie”, cuenta.

Estudiantes de medicina en Jalisco exigen mejores tratos. Foto: Archivo. 

Tanto Lorena como “Pollo” reconocen que la salud mental es una de las más grandes repercusiones que conlleva dedicarse a la medicina. “Tienes que cambiar tu vida completamente, te dedicas totalmente a estudiar. La presión es muy fuerte”, cuenta “Pollo”.

Recuerda su segunda guardia en el internado. Fue una noche más que difícil. Se sentía asfixiado, tras más de 36 horas seguidas trabajando y la ansiedad invadió su cuerpo. La crisis le duró varios minutos y la única forma que halló para calmarse fue llamarle a su novia desde el hospital.

Para Lorena las cosas no fueron mejores. Reconoce que su salud mental ha sido vulnerada en múltiples ocasiones: desde las humillaciones que llegó a sufrir por parte de docentes hasta la falta de empatía de algunos médicos.

Incluso, Lorena se tomó un descanso de la carrera en su primer año por lo desmotivada que se sentía. Al regresar, las cosas no mejoraron. En su segundo año la depresión escaló en su vida al punto que llegó a tener un intento de suicidio. Asegura que gran parte de la universidad se enteró de la situación; sin embargo, solo la mitad de sus docentes la apoyaron. “La otra mitad no quería que siguiera en la carrera, decían que tener depresión no era bueno para un médico”.

Hay una anécdota que le es difícil dejar atrás. “Nunca olvidaré cuando un profesor me hizo levantarme frente a mis compañeros, pacientes y la gente presente en el Centro de Salud, me señaló, y dijo en voz alta: ‘tú no deberías de estar aquí, no estás preparada mentalmente’. Todos mis compañeros quedaron en shock”. Habla sobre esto: “A veces una dice que esos comentarios te hacen más fuerte, pero no, la violencia no te hace más fuerte, te desmotiva, te hace sentir tonta”, reconoce.

SUICIDIO Y VIOLENCIA INTERNA

Según BBC Mundo, en 2005 un equipo de investigadores del entonces Instituto Mexicano de Psiquiatría realizó un estudio sobre depresión y adicciones entre médicos residentes de Ciudad de México. La investigación reveló un alto índice de consumo de alcohol y drogas en ese sector, además que cerca de la mitad de los encuestados padecían depresión. El 15% resultó con estrés elevado.

Un artículo realizado en 2017 por la Revista Iberoamericana para la Investigación y Desarrollo Educativo hizo una recopilación de los estudios acerca de ideación suicida en México y América Latina en el gremio de la medicina. En estos, se aprecia que, tras estudiar a 4 mil 715 estudiantes de medicina en América Latina, se encontró que el 13.78 % han presentado ideación suicida, y el 2.92 % han presentado intentos suicidas.

Asimismo, en la Revista de la Universidad Industrial de Santander se publicó en 2019 un documento relacionado al tema. Aquí, se determinó que la tasa de suicidio entre médicos es más elevada que en la población general: en médicos es de 28 a 40 por 100.000, mayor a la presentada en población general de 12.3 por cada 100.000. En este mismo artículo, recogen un análisis que estima que la prevalencia de depresión oscila entre 27 y 29%, entre estudiantes de medicina y residente respectivamente, pero puede ser tan alta como del 60% entre médicos en ejercicio de su profesión.

Lorena y “Pollo” coinciden en que existen múltiples factores que afectan a la salud mental y son actos de violencia normalizada en el gremio: insultos a diario, humillaciones frente a pacientes, guardias exhaustivas de más de 40 horas sin dormir, jerarquías y abuso de poder, desconocimiento de derechos, acoso sexual en hombres y mujeres o la falta de derecho de réplica.

El joven interno hace una reflexión sobre el suicidio: “Cuando estudias medicina, todos esperan mucho de ti. Cuando sientes que no estás rindiendo entras en una frustración muy fuerte que puede terminar en suicidio. Ya no poder cumplir expectativas de los demás y las propias. Sientes que dejar de estudiar sería el más grande fracaso”.

Lorena hace remembranza sobre su primera guardia en el internado: estaba completamente exhausta –algo normal para estudiantes durante sus primeras guardias de más de 35 horas–, pero no le permitieron sentarse ni un minuto. También le tocó ver como un R4 (en medicina, R4 significa residente de cuarto año, lo segundo más alto en “la cadena alimenticia” de la medicina, detrás de los médicos de base), castigaba residentes de menor grado por desayunar antes. Los castigos consistían en “guardarlos en el hospital”. A los residentes les obligaron a permanecer un mes completo dentro del inmueble.

Lorena afirma que “es un nivel de violencia que nunca había vivido, es hasta inhumano”. Cuando intentó presentar una queja en el hospital, le dijeron que “era mejor ahorrarse el problema”.

“Pollo” agrega que otra gran problemática al dedicarse a esto es la economía. Dada la exigencia de la carrera, no se puede tener un trabajo secundario: una carrera de siete años sin ingresos fijos genera que haya compañeros que deban cambiar de carrera o dedicarse al trabajo únicamente. Además, es caro comprar todo el equipo médico, así como libros que van desde los 500 hasta los 2 mil o 3 mil pesos. La carrera en general es costosa, en varios niveles.

Pero durante el internado también es mal pagada. A Lorena solo le pagan 900 pesos la guardia, cuando a veces son de más de 35 horas. A “Pollo”, le tocó un hospital que no las paga, aunque cuenta que hay becas de 500 pesos a la quincena, y otras de mil. “Pero claro que no se puede vivir de eso”, sentencia.

No obstante, el Instituto Mexicano para la Competitividad en 2021 colocó a medicina como la carrera mejor pagada del país con una tasa de ocupación del 97.9%.

Testimonios como el de Lorena o “Pollo” exponen que el cambio de paradigma se está dando. “Nos dicen generación de cristal, pero es porque nos estamos dando cuenta de todo lo que estaba mal antes”, concluyen.

Si estuviera en sus manos, ambos optarían por eliminar las guardias exhaustivas, mejorarían salarios y enfocarían su atención en el tratamiento de la salud mental, así como los protocolos de violencia de género.

Pese a todas las dificultades que han enfrentado, tanto “Pollo” como Lorena admiten que todo ha valido la pena. “Ver irse a casa a un paciente con su familia es un sentimiento inexplicable, hace que todo tenga sentido”, comenta la joven.

@aldo_canedov



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