"Le inyectaban morfina todos los días". El debate sobre la muerte asistida

Cuando la regresaron de terapia intensiva, doña Martha ya no podía hablar. Fue entonces que sus familiares tomaron la decisión de evitarle más sufrimiento, a pesar del riesgo legal. Sobre el proceso de muerte asistida, la tanatóloga Ana Gladys Vargas dice: “Es importantísimo que sea reglamentado, porque se puede prestar a malas prácticas".

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EMEEQUIS.– Un súbito alboroto rompió el silencio de la madrugada en el quinto piso de aquel hospital de la zona de Chapultepec. No era el habitual ajetreo derivado de las también repentinas y frecuentes crisis de gravedad de algunos pacientes de esa área, donde el personal médico corría a cualquier hora con la unidad de electroshocks para intentar resucitar al enfermo. 

Esto era diferente. Médicos y enfermeras no lograban abrir la puerta de una habitación en el fondo del ala norte del edificio, donde los hijos de Martha M., una paciente de 64 años con cáncer terminal, se habían atrincherado para tratar de desconectar a su madre del respirador.

Amanecía. Era el gélido enero de 2000. Veintidós años después, Estela, nieta de la enferma, relata los detalles a EMEEQUIS aún con la angustia del episodio a flor de piel. Atestiguó los meses finales de su abuela y el proceso experimentado por la familia. 

Dice que su abuela Martha tenía invadido de cáncer los intestinos, el estómago, y comenzaba a extenderse a sus pulmones. Padecía dolores insoportables. Dos veces había intentado arrancarse los electrodos del electrocardiograma, y había enredado sus manos en las sondas para arrancar los catéteres. 

“Para mí, que era una adolescente ―recuerda Estela―, casi niña, me parecía una exageración la cantidad de cables que tenía mi abuela. Los médicos la amenazaron. Le dijeron que iban a atarla a la cama si seguía arrancándose las sondas. Le inyectaban morfina todos los días. Pero el dolor continuaba”.

PIEDAD, SIN AMPARO DE LEY

Entonces, y ahora, el auxilio prestado a una persona que desea morir se castiga con cárcel. El tema tiene mayor exposición, pero poco se ha avanzado en materia de regulación. 

En 2008, se emitió la Ley de Voluntad Anticipada del Distrito Federal, que regula “la voluntad de una persona con capacidad de ejercicio, para que exprese su decisión de ser sometida o no a medios, tratamientos o procedimientos médicos que pretendan prolongar su vida cuando se encuentre en etapa terminal y, por razones médicas, sea imposible mantenerla de manera natural, protegiendo en todo momento la dignidad de la persona”.

Pero no es lo mismo interrumpir un tratamiento que la muerte asistida.

Apenas en 2017, la Constitución de la Ciudad de México, en su artículo 6°, inciso A, incorporó al noción de un final de la vida con dignidad como parte del “derecho a la autodeterminación personal”, y establece: 

“1. Toda persona tiene derecho a la autodeterminación y al libre desarrollo de una personalidad. 2. Este derecho humano fundamental deberá posibilitar que todas las personas puedan ejercer plenamente sus capacidades para vivir con dignidad. La vida digna contiene implícitamente el derecho a una muerte digna”. 

No obstante, el Código Penal Federal es específico al respecto, pues en su Artículo 312 establece: “El que prestare ayuda o indujere a otro para que se suicide, será castigado con la pena de uno a cinco años de prisión; si se lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte, la prisión será de 4 a 12 años”.

Y la Ley General de Salud tampoco se anda por las ramas. Una reforma de 2009 precisó: “Queda prohibida, la práctica de la eutanasia, entendida como homicidio por piedad así como el suicidio asistido conforme lo señala el Código Penal Federal, bajo el amparo de esta ley. En tal caso se estará a lo que señalan las disposiciones penales aplicables” (Artículo 166 Bis, 21). 

LA RUTA HACIA EL DOLOR

Doña Martha comenzó a familiarizarse con el dolor en 1998, cuando fue víctima de un atropellamiento. Un microbús le pasó encima, le dejó destrozada una pierna y la placa del vehículo le había rebanado la frente.

Pero se recuperó por obra de la voluntad, la terapia y acaso el milagro. Caminó de nuevo y apenas si tenía algún rastro en la frente. Hizo una vida normal y hasta volvió a ver a sus amistades, de su etapa como empleada bancaria. 

No obstante, cuando ingresó al hospital de la zona de Chapultepec, en los primeros días de noviembre de 1999,  ya estaba diagnosticada de cáncer. Su familia no lo sabía, según cuenta su nieta Estela.

Se enteraron cuando acudieron al llamado del hospital. Necesitaban un familiar responsable y donadores de sangre. Doña Martha había llegado por su propio pie a internarse. Acaso creyó que tendría un proceso rápido. De hecho había visitado a sus hijos fuera de la Ciudad de México, como en una especie de ritual de despedida.

Pero no fue tan fácil. En la víspera de la operación, el médico informó a la familia que doña Martha tenía un año diagnosticada. No había querido recibir quimioterapia ni angustiar a su familia. Al parecer no había sido una buena decisión. Había desarrollado metástasis en el intestino y parte del estómago.

La cirugía fue tan complicada que, según le contaría doña Martha a su nieta Estela, había tenido algo semejante a esos sueños lúcidos “en los que una siente que vuela por encima del quirófano”. 

Le habían practicado una colostomía. Estela todavía recuerda con asombro cómo se sorprendió al ver hacia el interior de su abuela, con la luz matinal, cuando ella le pedía, después del baño, que le secara bien la piel bajo la bolsa recolectora.

Tuvo doña Martha una especie de recuperación, por unos días. “La familia pensó que mi abuela iba a vivir así, con la colostomía”, recuerda Estela. Pero la paciente comenzó entonces la quimioterapia que había eludido hasta entonces. 

“Decía mi abuela que sentía que le quemaba, le ardía en el interior”, dice la nieta.  

Ya era diciembre, e incluso, cerca de fin de año, los hermanos de doña Martha llevaron arcones y champagne para el personal médico. Sólo así se explica Estela que la hayan dejado pasar hasta terapia intensiva siendo menor de edad, enfundada en un traje antiséptico, con botas, cubrebocas y cofia.

Su abuela no mejoraba. La regresaron de terapia intensiva a su habitación. Los hijos de doña Martha ―Celestina, José y Alfredo―, todos ellos en sus treintas, se turnaban para pasar las noche con su madre enferma. Celestina, madre de Estela, contó a esta que doña Martha dijo: “Llegué al 2000”, mientras miraba a través del ventanal los fuegos de artificio que explotaban más allá de Chapultepec.

Conforme amaneció enero la paciente empeoró. El doctor informó a la familia que el cáncer se había ramificado a los pulmones de doña Martha, literalmente como las raíces de un árbol. 

Le inyectaban morfina todos los días, según la nieta, pero el dolor no cedía.

El cirujano les comentó que la paciente acaso podría vivir tres o seis meses en esa situación. Fue cuando la familia comenzó a angustiarse más. 

Falta legislación para la decisión anticipada, advierten expertos. 

CUIDADOS PALIATIVOS

El dolor de los pacientes terminales es uno de los tópicos que se ha mantenido en la agenda pública en la última década. 

En 2009 se adicionó la Ley General de Salud un título que aborda los cuidados paliativos, el cual tiene por objeto “salvaguardar la dignidad de los enfermos en situación terminal, para garantizar una vida de calidad a través de los cuidados y atenciones médicas, necesarios para ello”.

Y en julio de 2019, el Senado aprobó la incorporación de los cuidados paliativos como un derecho constitucional, que el estado deberá brindar para evitar el dolor de los enfermos.

Pero no es tan fácil. Hay una serie de detalles que tocan ámbitos como medicamentos no regulados o de venta restringida, como analgésicos opioides que se usan con más frecuencia. Entre otras complicaciones.

Además, pasó a la colegisladora, la Cámara de Diputados, donde se aprovechó para abordar el tema de la muerte digna de manera integral. La Comisión de Salud organizó un Foro de Muerte Digna y sin Dolor. 

Salomón Chertorivski, secretario de la comisión señalada y exsecretario de Salud federal, admite que hay resistencias al tema ― “¡si ni siquiera queremos hablar del seguro de vida! ”―, pero señala que se trata de un tema ineludible para las actuales generaciones.

“Hay una realidad en nuestro país ―plantea Chertorivski en entrevista con EMEEQUIS, y es que la población está envejeciendo. Hoy sólo el 11% de la población es mayor de 60 años, pero en 25 años uno de cada cuatro lo seremos. Por otro lado, el tipo de enfermedades que hoy nos aquejan son las crónicas no transmisibles, esto pues nos impactarán eventualmente a la mayoría sí, es decir, uno de cada 2 hombres tendremos un cáncer en la vida y una de cada tres mujeres”.

Insta a abordar el tema con premura: “Hay que avanzar mucho en cuidados paliativos, todavía es muy poco lo que tiene nuestro país en evitar el dolor en la última etapa de vida, hay que trabajar más en la voluntad anticipada, pero también habrá momentos en que ni los cuidados paliativos ni la voluntad anticipada sea suficiente, en que haya una necesidad de una decisión absolutamente libre de la persona de que el finalizar su vida es ya una alternativa posible, y para esas personas pues tiene que haber una legislación completa que lo permita con seguridad y absoluta dignidad”.

Cada aspecto de la temática tiene su complejidad. El octubre pasado, Guillermo Aréchiga Ornelas, Coordinador de la Cátedra sobre Medicina Paliativa y del Dolor, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS) de la UdeG, dio a conocer que cada año hay en México 600 mil enfermos terminales con necesidad de cuidados paliativos.

Pero sólo hay capacidad técnica y de infraestructura, refirió, para atender al 3% de la demanda. Explicó que aunque hay una legislación que obliga a los hospitales públicos y privados a ofrecer a sus pacientes este tipo de servicios, la infraestructura institucional destinada para tal fin aún es incipiente.

Pero hace 22 años, no había siquiera discusión sobre el dolor, o al menos no era tan visible. 

“Hay que avanzar mucho en cuidados paliativos, todavía es muy poco lo que tiene nuestro país en evitar el dolor en la última etapa de vida”, señala Salomón Chertorivski. Foto: Cuartoscuro.com.

MUERTE ASISTIDA

Chertorivski admite la complejidad del tema: “Hay una resistencia a discutirlo, incluso porque es un tema que no socializamos lo suficiente y segundo por las religiones, están muy inmersas en muchas discusiones públicas de manera natural y en ese sentido pues por supuesto que hay una discusión. Las religiones en su conjunto. Hay apertura para la discusión, hay diferentes entramados, hay religiones que tienen tratados al respecto”.

Advierte: “La discusión tiene que pasar, sí, por la parte filosófica; sí, escuchar las posiciones, pero sobre todo tiene que pasar por la parte absolutamente laica”.

Y es un tema muy propicio para la intervención de los credos religiosos, pues converge un complejidad emocional de los implicados aún mayor al de por sí complejo proceso de duelo de una muerte natural. 

La tanatóloga Ana Gladys Vargas explica en entrevista con EMEEQUIS que un proceso de muerte asistida tendría que ir acompañado de soporte terapéutico: “Tendría que haber un proceso de orientación emocional especializada que le permita a la familia transitar sin culpa, quitándole todos estos matices culposos de, a lo mejor, valores religiosos no que podrían hacernos sentir que estamos cometiendo un pecado, que estamos tomando una decisión que le corresponde a Dios”.

La terapeuta equipara las necesidades del entorno emocional, técnico y de infraestructura de la muerte asistida con las que requiere la interrupción legal de un embarazo: 

“Un sistema de apoyo como AA, que te ayuda a reflexionar lo que tú quieres, que te acompañe hacerlo de forma segura, salvaguardando tu integriad y la de tu entorno. No como cuando una mujer sola lo hace a escondidas, como en complicidad con un médico, con el temor de abrirlo socialmente por el rechazo, a diferencia de decidir no abrirlo porque es algo muy íntimo”.

Señala que no sólo es cuestión de legalidad, sino también de legitimidad: “Me parece muy similar al proceso de la muerte asistida, donde está la legitimación de la posibilidad de elegir morir ante ciertas condiciones, hace que se pueda hacer de forma protegida, de forma segura, de forma digna”.

La doctora Vargas también pondera la necesidad de una profesionalización del proceso, de “un equipo tratante que proporciona los medios para que una persona pueda decidir voluntariamente como morir, ante ciertas circunstancias, no para evitar más dolor, sino para generar un proceso digno de cierre de vida; un acompañamiento tendría que ser esencial en un proceso para que pueda darse en las condiciones más dignas para la persona (que va a morir), pero también para los dolientes”.

Enfatiza la necesidad de la reglamentación: “Es importantísimo que sea reglamentado, porque se puede prestar a malas prácticas, hay médicos que practican la muerte asistida y a lo mejor lo hacen de una manera muy generosa, pero en la medida en que sea legalizado, no hay caudillos dueños de la verdad. En un proceso de muerte asistida legalizado todo pasa por un comité, un equipo que decide, un proceso por el que pasa la familia y el paciente. A veces los procesos legalizados complejizan pero permiten que no haya elementos subjetivos que generen riesgos”.

Es necesario “un proceso de atención, de orientación psicológica especializada para la familia”, dice Ana Gladys Vargas. Foto: Especial.

Coautora del libro Cuando el amor es más fuerte que la muerte (Grijalbo, 2019), Ana Gladys Vargas expone que en un proceso de muerte asistida hay un duelo denominado “anticipatorio”: “Es decir, yo empiezo a pensar que ya se aproxima la muerte, a imaginarme con la ausencia de esa persona, qué va a pasar cuando no esté, qué va a suceder en las mañanas, qué va a suceder en las noches que dormimos juntos. O sea, empiezo a imaginarme los escenarios sin la otra persona, lo que me permite empezar a elaborar su partida, aceptar su partida. No disminuye en nada el dolor que voy a sentir en el momento de su partida, pero empiezo a concebir esta posibilidad”.

Por eso, reitera, es necesario “un proceso de atención, de orientación psicológica especializada para la familia, donde esto resulta un proceso de aceptación en un en un marco de armonía, siempre difícil, porque ante la muerte se despiertan culpas, fantasías como de no haber hecho lo suficiente, y en fin, siempre los procesos hacia el final de la vida son muy complejos, y no necesariamente toda la familia la vive de la misma manera. Algunos pueden estar de acuerdo y otros no con una decisión que tiene el paciente, pero aceptar esta decisión puede resultar muy complejo, puede haber juicios morales, como el caso de la interrupción legal del embarazo, personas que pierdan claridad”.

Pero, eso sí, subraya, “tiene que darse el proceso en el marco de un espacio o de una realidad científica de la condición de deterioro del cuerpo”.

“¡MI MAMÁ YA NO QUERÍA VIVIR!”

Cuando la regresaron de terapia intensiva a su habitación, doña Martha ya no podía hablar. Comenzó a comunicarse con mímica, principalmente con su hija Celestina y con el movimiento de los párpados. La enferma pedía agua, “pero ya no podía tragar”. Le humedecían entonces los labios con una gasa.   

Tampoco lograba  defecar. Ni siquiera respiraba por sí misma. Lloraba con frecuencia.

Estela cree que fue por entonces que su madre y sus tíos tomaron la decisión. Celestina preguntó a doña Martha si quería que la ayudara, y ella respondió, de nuevo, con el movimiento de los ojos. 

“Creo que estuvieron esperando el cambio de turno. Pusieron el seguro de la habitación, y mientras ellos cuidaban la puerta, mi mamá desconectó el respirador”.

Mientras, los médicos y enfermeras, alertados por la señal de que el respirador y el electrocardiograma se hallaban apagados, gritaban para que abrieran la puerta. 

“Decía mi mamá ―relata Estela― que mi abuela exhaló y se escuchó como si llenara de líquido un recipiente. Era ya de mañana, el 18 de enero de 2000”.

Los familiares de la difunta abrieron la puerta y se enfrascaron en una discusión con el personal médico. Llegó el personal de seguridad. Luego se encerraron todos y no se habló más del tema. Se expidió el certificado de defunción y sacaron el cuerpo de doña Martha. 

Celestina no habló pronto del tema. Se encerraba en el baño y lloraba. Tiempo después, cuando relataba a sus hijas aquellos sucesos, repetía: “¡Mi mamá ya no quería vivir!”.

(Los nombres de las personas involucradas en la historia fueron cambiados por respeto a la memoria de todas ellas –pues ya fallecieron– y a solicitud de la entrevistada).

 @estedavid



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