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El último guardián de la biznaga: un hombre que daría la vida para que no haya acitrón
Cada fin de año, el crimen pone la mira en un mercado negro y lucrativo, poco conocido, pero de muchas víctimas: el tráfico de biznaga, un cactus endémico que produce el acitrón. Para evitar su extinción, un hombre llamado Salvador está dispuesto a dar su vida.
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EMEEQUIS.– En el invierno de 2009, Salvador V. recibió la primera de ocho amenazas de muerte por impedir que integrantes del crimen organizado pusieran sus manos en una planta que produce un dulce que los mexicanos amamos consumir en Navidad.
Faltaban unos días para la cena de Nochebuena cuando seis hombres armados llegaron hasta su casa en Victoria, Guanajuato, en la frontera con San Luis Potosí, y tocaron a patadas su puerta. Aunque han pasado 12 años desde aquella noche, el fundador de la organización civil Guardianes del Cerro aún recuerda las palabras exactas del líder de aquel comando que amenazó frente a su portón.
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“O te retiras de este asunto o habrá plomo”, le dijo aquel hombre de voz cavernosa, pero Salvador, de entonces 40 años, no cedió ante la presión y le sostuvo la mirada tratando de no pestañear ni de voltear a ver las armas que llevaba el resto del grupo.
Orgulloso de su dignidad purépecha, el defensor de la tierra recuerda que se paró tan derecho como pudo y le dijo a su posible asesino que, ahora que había comunicado el mensaje de sus jefes, se podría retirar de su propiedad junto con sus sicarios.
“Yo soy michoacano, de Huetamo”, dice en entrevista con EMEEQUIS. “Y a mí esas cosas no me frenan. Yo conozco a toda la gente de Michoacán y Guerrero. Crecí entre gente que sabe defender a su pueblo y su territorio”.
Habrá sido por su mirada estoica o por el respeto que le transmitió a aquel criminal, pero el comando se retiró de su propiedad sin soltar un disparo. Después, Salvador supo que la suerte estuvo de su lado: aquel líder de sicarios murió días después en un enfrentamiento con otros delincuentes y los demás fallecieron en un accidente automovilístico.
Pero eso no ha evitado que cada noviembre y diciembre suceda lo mismo: alguien del crimen organizado envía personeros a decirle a Salvador que su vida está en riesgo; que mejor deje de proteger los bosques; que no vale la pena morir por unas pinche plantitas que a nadie le importan.
“¿Y sí vale la pena?”, le pregunto y en su voz hay un tono de indignación. “¡Claro que vale la pena! Yo me voy a morir por mi tierra, por sus frutos, por todo eso que esa gente mala quiere arrebatarnos.
“Yo por una biznaga doy la vida”, dice para referirse a esa planta protegida y codiciada por el crimen organizado con la que se elabora el acitrón de las roscas del Día de Reyes Magos.
Campesinos tienen que proteger a la biznaga que es codiciada en esta época del año.
UN MERCADO NEGRO EN EL QUE COMPRA EL PRESIDENTE
Salvador tiene 52 años, de los cuales ha pasado 12 con la vida pendiendo de un hilo. Le han mandado mensajes intimidatorios, intentado emboscar en su municipio, amenazado a sus amigos y baleado su casa. Y como nada de eso ha prosperado, hasta lo han querido sobornar.
El enojo del crimen organizado es porque desde hace unos 15 años él es un obstáculo en un mercado negro que pocos conocen: el de la biznaga, una cactácea endémica de lento crecimiento y que ha sido depredada por el ser humano hasta ponerla al borde de la extinción.
El crimen organizado la desea porque cada uno de esos cactus alcanza un valor de hasta 100 mil pesos en el mercado negro, que recibe en trozos esa planta y después de un complejo proceso de cocción obtiene cristales de azúcar con una consistencia difícil de conseguir de otros recursos naturales.
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Desde chefs de renombre internacional hasta mercados populares venden ese dulce de azúcar conocido como acitrón y maximizan sus ganancias, especialmente en Navidad. Miles desean ese antojo decembrino: tiene una consistencia suave, un sabor único y sus propiedades lo hacen ideal para platillos salados, dulces y hasta amargos.
Lo que muchos ignoran es que detrás de esa compra hay charcos de sangre. Cada acitrón vendido representa una biznaga macheteada y un defensor de la tierra en riesgo, como Salvador, quien teme por su vida.
“La gente que desea la biznaga es gente del crimen organizado. Yo los he visto: están armados, traen camionetas sin placas, se meten de madrugada al monte y destrozan plantas centenarias. No son chamacos traviesos, son gente peligrosa”, dice.
De poco ha servido que el gobierno mexicano haya inscrito a la biznaga en la norma especial de protección ambiental NOM-059-SEMARNAT-2010 o que se hagan campañas para desincentivar la compra del acitrón auténtico. Cada fin de año, el dulce parece tener la misma demanda entre los mexicanos.
Incluso, la Presidencia de la República en tiempos de Andrés Manuel López Obrador ha comprado ese dulce ligado al crimen organizado: en junio de 2020, EMEEQUIS publicó que desde Palacio Nacional se compraron mil 135 pesos en acitrón para deleitar el paladar del Poder Ejecutivo Federal.
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“Esto tiene que saberse porque la gente sigue consumiendo este dulce. Muchos lo hacen sin saber que están acabando con plantas que son sagradas para nosotros y que nos ponen en riesgo”, cuenta Salvador. “Es como darle dinero al crimen organizado”.
DAR LA VIDA POR UNA PLANTA ENDÉMICA
La frontera entre Guanajuato y San Luis Potosí es idónea para las biznagas. Ahí crecen silvestres por el clima árido, pero de tierra fértil, que les da lo necesario para que crezcan hasta superar los dos metros de altura.
Por desgracia, esa frontera también es la arena de batalla de varios grupos criminales desde hace décadas –hoy es el Cártel Jalisco Nueva Generación, antes el de Sinaloa, el del Golfo y Los Zetas– que no sólo venden droga o armas, sino que viven de negocios ilícitos como el tráfico de maderas, de animales silvestres y hasta de flora endémica.
Por eso, cuando Salvador llegó desde Michoacán a Guanajuato en 1990 lo hizo con la firme intención de defender el territorio. Había participado en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y en decenas de organizaciones en defensa de la tierra. Y con esa experiencia a cuestas creó los Guardianes del Cerro, un grupo que hoy cuenta con 169 defensores de biznagas y otras especies endémicas.
Todos los días recorren esas zonas limítrofes armados de digna rabia, machetes, escopetas y unos pocos vehículos para resguardar a los cactus de pistoleros que están asociados a un grupo local conocido como Sopral, que agrupa a ejidatarios que desde 1992 aseguran ser dueños de las biznagas y quienes se han asociado a grupos armados para cortarlas a su conveniencia.
Salvador V. y los Guardianes del Cerro aseguran que los supuestos ejidatarios de Sopral no son campesinos ni aman la tierra, sino que han sido suplantados por miembros del crimen organizado que han cometido un ecocidio amparados en la violencia, las armas y decenas de asesinatos en la región sin resolver.
Un campesino observa los restos de una biznaga.
“QUE SEPAN LO QUE SIGNIFICA COMER ACITRÓN”
La agrupación Sopral cuenta con denuncias ante la entonces Procuraduría General de la República desde, al menos, el 25 de julio de 2014, pero ninguna ha prosperado. Cada diciembre es común ver tráilers que rondan las biznagas esperando el momento idóneo para arrancarlas de la tierra o machetearlas hasta sacarles la corteza, lo más preciado de la planta.
“Hoy cuidamos miles de biznagas, pero nos faltan brazos, ojos y corazones para seguir haciéndolo. Imagínate que nos damos nuestras vueltas porque estamos protegiendo una hermosa planta que tiene tres metros de alto, ¡estás plantas crecen medio centímetro por año cuando bien les va!”, dice Salvador, emocionado, como siempre que habla de lo que cuida y lo ama.
La venta de acitrón está prohibida en teoría.
Los riesgos de su labor están retratados en Facebook, donde han publicado cientos de fotografías de biznagas cortadas, heridas, saqueadas, pero también las que cuidan con su vida, como si se tratara de una hija o una madre.
En cada fotografía, los integrantes de Guardianes del Cerro cuidan que su rostro no sea visible. Editan las imágenes para que nadie los reconozca, para que su lucha siga siendo anónima. Un descuido en su identidad y el crimen organizado de Guanajuato y San Luis Potosí podría identificarlos y asesinarlos.
El propio Salvador pide que hablemos de él, pero sin mostrar su fotografía. Tampoco describir su imagen o hablar de su familia. El activismo por el uso responsable del acitrón es un oficio de muerte en un país como México que ya roza los 100 activistas ambientales asesinados desde 2012.
“Pero no creas que porque no doy el rostro soy un cobarde”, dice con un tono de voz casi militar. “Quiero seguir vivo para defender mi tierra, mi gente, mi país. Yo no sirvo nada estando muerto. Yo sirvo vivo y así me quiero quedar”.
“¿Qué mensaje le daría a la gente sobre lo que hace todos los días?”, le pregunto, y el defensor de la tierra, orgulloso purépecha, defensor de cactus, combatiente callado del crimen organizado, hace una pausa y reflexiona sobre lo que quiere que el lector se quede cuando haya terminado de leer estas líneas.
“Quiero que sepan lo que significa comer acitrón… y que lo sepan todos… desde el presidente hasta el obrero… que hay cosas que no valen la pena, aunque sea Navidad”.
@oscarbalmen