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“Todos los malditos días es una lucha”. El encierro lo hizo recaer en la ludopatía
“Es como haber encerrado a un alcohólico en un bar para pasar la pandemia”, dice Josué, quien estuvo cerca del suicidio por su recaída. El confinamiento exacerba la adicción al juego, señala especialista.
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EMEEQUIS.– El 26 de abril pasado, Josué Mendoza se despertó con la certeza de que ese domingo sería su último día con vida.
Se levantó tarde, después del mediodía, tras pasar varias horas buscando fuerza para salir de la cama. Pensó en bañarse, pero prefirió continuar el día en pijama y usar la poca energía que tenía en escribir tres cartas para su hermana, su tía y su sobrina.
Como pudo llegó hasta el estudio de su pequeño departamento en la colonia Tabacalera, en el centro de la Ciudad de México, y tomó el diario en el que plasmaba sus pensamientos en los días más aciagos. Arrancó seis hojas –dos para cada despedida– y con un bolígrafo negro escribió a los tres seres que más ama en el mundo su decisión de suicidarse.
Horas antes, Josué Mendoza, un ludópata en recuperación de 38 años que había perdido casi todo por su adicción al juego, excepto ese pequeño departamento que sus padres le habían heredado, había recaído por primera vez, después de cincos años de intentar mantenerse lejos de cualquier juego de apuestas.
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No había perdido mucho económicamente –apenas 6 mil pesos, los últimos que le quedaban en su tarjeta de débito–, pero la derrota moral le parecía mayúscula: se sentía un perdedor que no merecía seguir viviendo por haber dejado que ese anuncio luminoso que apareció en la pantalla de su laptop lo llevara a un casino virtual y arruinara más de media década de esfuerzos.
Cuando Josué Mendoza terminó de escribir las cartas, le dio un beso a las hojas. Les miró fijamente por varios minutos y las dobló amorosamente. Fue entonces que se dio cuenta que no tenía sobres para guardarlas. Le pareció un detalle desconsiderado que sus mensajes de despedida no estuvieran debidamente protegidos por un sobre y, como pudo, de nuevo, encontró energía para salir a la calle y buscar una papelería abierta en domingo.
La que conocía en su calle estaba cerrada. La otra también. Preguntó en la colonia por una tercera papelería y no tuvo éxito. Cuando se dio cuenta, llevaba una hora caminando sin rumbo, pero ya no estaba buscando sobres blancos, sino que perseguía la luz del sol que le calentaba los brazos. Y eso, dice, lo salvó.
Cuando volvió a su departamento, rompió las cartas y se echó a llorar pensando en todo el trabajo duro que significaría volver a empezar.
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Josué Mendoza me ha pedido que no escriba su nombre verdadero, porque en su trabajo nadie sabe de su adicción. Lo que sí es real son sus iniciales, su edad, el lugar donde vive, su historia y su doloroso presente, que se ha vuelto una batalla constante durante la pandemia.
“También es cierto que nadie habla de esto, pero la cuarentena ha sido horrible para nosotros los ludópatas. Es como haber encerrado a un alcohólico en un bar para pasar la pandemia. Todos los malditos días es una lucha”, cuenta el diseñador gráfico.
Su caída hacia el fondo de su adicción comenzó a los 28 años, durante un viaje con amigos a la capital del juego: Las Vegas, Nevada. Aquella semana, recuerda, fue la mejor y peor de su vida: pensó que se engancharía al alcohol, las drogas y las mujeres que llegaban a su hotel, The Stratosphere, pero lo que lo encantó fueron las máquinas tragamonedas y que, para mantenerlo sentado, las meseras le llevaban coctelería barata a un dólar el vaso.
“Siempre tuve una personalidad tendiente a las adicciones, pero lo había manejado bien… hasta que me senté en esas máquinas y todo cambió. Aunque ganaras cinco dólares, sonaba como si hubieras ganado un millón: había luces, música, el menor logro era como una fiesta. Ahora entiendo que la razón por la que eso me atrajo es porque yo siempre me consideré un perdedor, pero frente a esas máquinas yo era un ganador”.
Lo que comenzó como un gusto frenético se convirtió en una adicción al cabo de cinco años. Primero, eran salidas esporádicas a los casinos en Ciudad de México, luego escapadas en horarios laborales y, finalmente, largas jornadas de hasta ochos horas que terminaban hasta que perdía todo su dinero y se daba cuenta que había faltado al trabajo.
Perdió su matrimonio, su casa, su trabajo, sus amigos y el cariño de buena parte de su familia. Los únicos que se quedaron a su lado fueron sus padres, que le pagaron el mejor tratamiento posible. Cuando ambos murieron en un súbito accidente de tránsito, Josué Mendoza les prometió que jamás volvería a apostar de nuevo, tras perder –según sus cálculos– unos dos millones de pesos entre dinero, autos, joyas y préstamos que nunca ha pagado.
“Por eso, cuando volví a apostar, me quería morir. Literalmente. me quería morir. Quería ver de nuevo a mis papás en el cielo y pedirles perdón por todo”, cuenta, mientras trata de contener el llanto. “Pero, ¿qué quieren que haga uno? Todo el día estoy pegado a Internet y no dejan de salirme esas pinches ventanitas que me dicen ‘¡juega, juega, juega, carajo!’”.
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El gran confinamiento que provocó el nuevo coronavirus es uno de los peores escenarios para los ludópatas en rehabilitación, según el Consejo Nacional para los Juegos Problemáticos, una organización con sede en Washington D.C., Estados Unidos.
En primer lugar, está el problema de la sobreexposición a Internet. Las largas jornadas frente a una computadora, como parte de la nueva realidad del trabajo a distancia, pueden tener un rol nocivo entre quienes buscan su rehabilitación, especialmente si alguien usa un buscador para encontrar lecturas o ejercicios para superar su adicción, pues el uso de la palabras como “casino”, “apuestas”, “juego de azar”, o similares, provoca que en minutos le llegue una oleada de publicidad de juegos en línea hasta las redes sociales.
En segundo lugar, está la ansiedad que causa la crisis económica. Para miles de ludópatas que han perdido su empleo, o un ingreso fijo, hay una enorme tentación en las apuestas en línea para intentar recuperar el dinero que ganaban antes de la pandemia.
Cuando aparece la compulsión de recaer en el juego, los especialistas recomiendan a los adictos en rehabilitación que busquen distraerse, salir a caminar, ir al cine, pedir a un amigo que lo acompañe en casa, pero todas esas actividades están suspendidas debido al Covid-19. Ese es el tercer factor: la pandemia ha aislado a millones de adictos en recuperación y esa soledad es peligrosa para quien batalla contra la ludopatía.
En México no hay estudios sobre cuánto ha crecido el mercado de los casinos en línea, o cómo se ha comportado la población frente a las apuestas en Internet, pero la encuestadora londinense Survation hizo un muestreo entre el 21 y 22 de abril para saber cómo afectaba la cuarentena a los apostadores británicos y entre sus hallazgos está que el 41% que alguna vez asistió a un casino abrió una cuenta en línea para apostar desde casa durante el confinamiento.
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Entre los que se identificaron como “jugadores frecuentes”, es decir, que apuestan al menos una vez a la semana, el 28% reconoció que incrementó “algo” su actividad y el 11% dijo que creció “mucho” su actividad. Lo más revelador ocurrió cuando se les preguntó si sentían que se encaminaban a una adicción. Uno de cada tres dijo que sí.
Otros factores están complicando la recuperación de miles de ludópatas en el mundo durante la pandemia: el aburrimiento que causa el confinamiento, la disponibilidad de créditos bancarios que facilitan el juego por internet sin necesidad de efectivo y la falta de deportes en la televisión.
Este último factor ha sido una revelación entre los estudiosos de la ludopatía: sin partidos de futbol o basquetbol que duran entre 40 y 90 minutos, los jugadores optan por partidas de azar que duran, en promedio, tres minutos. Esto encadena apuestas cada vez más rápidas que llevan a pérdidas constantes y más devastadoras para los bolsillos.
“Un estudio reciente de la Comisión de Apuestas de Reino Unido encontró que 1.2% de quienes juegan desarrollan una adicción. Cuando se trata de apuestas de deportes en línea, ese porcentaje crece a 2.5%, pero cuando las apuestas van a ruletas o tragamonedas virtuales, que básicamente son generadores de números, la cifra aumenta hasta 9.2%”, según el organismo europeo.
El doctor Carlos del Moral, pionero en el tratamiento en México contra la ludopatía, coincide en que la pandemia está exacerbando un problema del cual no hay cifras confiables en México, pero que –de acuerdo con estimaciones globales– se estima en México que afecta en distinta intensidad hasta el 4% de la población.
“La pandemia está generando una crisis global y esa crisis produce angustia. La gente que está batallando con una adicción, y que vive episodios de angustia, ansiedad o depresión, es mucho más proclive a recaer. Es la peor de las combinaciones.
“Nosotros le llamamos ‘la adicción silenciosa’, porque esta adicción va muy de la mano con el suicidio”, afirma el doctor Carlos del Moral, autor del libro “Del juego al fuego”. “Es increíble la cantidad de personas que se quitan la vida por esta adicción: desde los que piden préstamos, hacen fraudes y quieren evitar ir a la cárcel hasta los que se quitan la vida porque los ahogan las deudas o la tristeza de que perdieron todo, la familia y hasta la sonrisa”.
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Al día siguiente del que creía que sería su último día con vida, Josué Mendoza sintió una inusual carga de energía en el cuerpo. Era como si escribir esas cartas, y ese llanto inconsolable, le hubieran dado la fuerza que le urgía para seguir adelante.
Lo primero que hizo fue tragarse el orgullo y llamar a su “padrino”, quien le acompaña en sus momentos más difíciles desde hace cinco años, cuando decidió dejar de apostar. Le confesó su recaída y en lugar de un regaño recibió una larga cantaleta con consejos para comenzar de nuevo.
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Lo primero fue instalar un bloqueador de ventanas emergentes en su computadora para evitar publicidad en línea sobre los casinos. Luego, recibió por WhatsApp numerosas lecturas sobre su enfermedad para evitar hacer búsquedas en línea y alebrestar a los algoritmos de los sitios de apuestas en las redes sociales. Enseguida, congeló su tarjeta de crédito y pidió un préstamo en efectivo para sobrevivir hasta la siguiente quincena.
Por último, acordó tres reuniones semanales, a distancia, con su “padrino”, un ludópata en rehabilitación que ha recaído cuatro veces, pero que la última vez ocurrió hace 12 años.
“Aún no me siento del todo bien. Te mentiría si te dijera que no sigo deprimido por mi recaída. A veces, me dan ataques muy feos, pero ya puedo controlarlos mejor y estoy muy determinado a seguir, incluso en la pandemia”, cuenta Josué Mendoza.
“Sé que tiré muchos años de esfuerzo a la basura, pero tampoco los veo como tiempo perdido. De algo me servirán”, dice, sonriente, cumpliendo con el paso que le pidió su “padrino” de compartir su testimonio para que otros puedan aprender de él. “Y, bueno, no son cinco años, pero algo es algo: hasta hoy llevo 65 días limpio… y contando”.
@oscarbalmen