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Defensores de la pedofilia
ENRIQUE SERNA escribe sobre el abuso sexual de menores: “En los años 70, el estupro tuvo en Francia algunos defensores ilustres, que intentaron abolir o cuando menos flexibilizar la prohibición de seducir a menores de edad”.
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En mi artículo “Patrañas clericales”, publicado en Emeequis el 2 de diciembre, dije que el ex papa Benedicto XVI, en su intento por explicar el abuso sexual de menores dentro de la Iglesia, mintió al afirmar que la revolución sexual de los años 60 y 70 “diagnosticó la pedofilia como algo apropiado”. Debo reconocer en señal de mea culpa que el mentiroso fui yo, por no haber investigado lo suficiente. Me sacó de mi error el reportaje de Fiona Moghaddan y Cecile de Kervasdoué “Cuando los intelectuales franceses defendían la pedofilia”, recién publicado en France culture. En los años 70, el estupro tuvo en Francia algunos defensores ilustres, que intentaron abolir o cuando menos flexibilizar la prohibición de seducir a menores de edad. Y si bien algunos se limitaron a pedir mayor permisividad para las relaciones entre adultos y adolescentes, otros pretendieron ennoblecer o justificar el abuso sexual de niños, so pretexto de quitarle trabas a la libido infantil.
En 1977, sesenta y nueve intelectuales franceses, encabezados por Jean-Paul Sartre, Louis Aragon, Simone De Beauvoir, Francis Ponge y Roland Barthes, publicaron un desplegado exigiendo la liberación de varios reos que llevaban en la cárcel más de tres años por haber cometido estupro con menores de quince. “Tres años de prisión por caricias y besos, ¡con eso basta!”, reclamaron, sin encontrar eco en las autoridades. Convocaron a los abajo firmantes dos pedófilos radicales: Guy Hocquenghem, fundador del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y el novelista Gabriel Matzneff, que hasta la fecha no ha cejado en su defensa de la pederastia.
Más temerario aún, el líder del mayo francés Daniel Cohn Bendit, que antes de saltar a la arena política fue educador en un kínder de Francfort, se ufanó en la crónica autobiográfica El Gran bazar de sus experiencias sexuales con niñas, y en abril de 1982 declaró en el programa televisivo Apostrophes: “Para ser honesto, la sexualidad de los niños es sencillamente fantástica. Cuando una niña de cinco años comienza a desvestirte, es un juego erótico- maniaco”. Hay un curioso paralelismo entre su conducta y la de otro líder del 68, el hispano-mexicano Marcelino Perelló, que hace un par de años hizo declaraciones parecidas en twitter, cuando lo despidieron de su programa radiofónico en Radio UNAM. En 2001 Cohn Bendit se retractó de su fanfarronada: “Con lo que sabemos ahora de la pedofilia y del abuso sexual reconozco que algunas de sus manifestaciones son insostenibles e intolerables”. Que yo sepa, Perelló murió sin haber cantado la palinodia.
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En los años 60 y 70 emergieron varios movimientos libertarios que entonces tenían objetivos comunes y ahora se combaten entre sí. El reportaje de France Culture forma parte de una ofensiva feminista contra el abuso de menores que impugna (atinadamente, creo yo) la frivolidad de asumir posiciones libertarias o libertinas sin tomar en cuenta los derechos de terceros. En el siglo XIX, la Iglesia bendecía las bodas entre cuarentones y niñas de catorce años (así se casó dos veces el general Santa-Anna) pero restaurar esa costumbre sería un retroceso, no un avance en materia de derechos civiles, pues la gran mayoría de esas niñas se casaban contra su voluntad. La lucha por despenalizar la pedofilia no tuvo continuidad, porque muchos de sus líderes recularon o prefirieron echarle tierra al asunto (de hecho, Matzneff lo acusó luego de traidores). Aunque Ratzinger quiso culparlos por la propagación de la pedofilia en las filas de la Iglesia, nadie puede tomar en serio sus argumentos. ¿El desplegado de Sartre y compañía tuvo un impacto tan fuerte en los seminarios? ¿Los novicios de aquellos años admiraban secretamente a Cohn Bendit? ¿La grey católica escuchaba y obedecía sin chistar a los intelectuales ateos?
Sostengo mi crítica a las patrañas de Benedicto XVI, pero creo que los librepensadores no deberíamos ocultar la basura debajo del tapete, sino hacer un sano ejercicio de autocrítica para defender mejor las libertades lícitas, aunque eso implique perder brillo en el escaparate público.
En los años 70, ningún intelectual francés de la gauche caviar quería ser tachado de conservador. No sólo era de buen tono justificar la pedofilia: con tal de complacer a su clientela universitaria, Sartre coqueteó con el maoísmo. Ni los más intrincados malabarismos ideológicos pueden sostener esa confluencia entre liberalismo sexual y respaldo a las dictaduras burocráticas. Es muy fácil percibir cuáles posturas le granjearán mayor popularidad a un intelectual (basta tomarle el pulso la opinión pública), pero quien se guía por esa brújula termina perdiendo tarde o temprano la independencia de criterio, sin la cual no hay pensamiento que valga.