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La muerte no tiene permiso y, sin embargo...
Una mesa de bar con René Drucker, Zygmunt Bauman, Rafael Coronel y Celso Piña, brindando con tequila... Imagínense. AQUÍ LA COLABORACIÓN DE BEATRIZ RIVAS
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El hombre necesita contar lo que cree, sueña o ve,
porque desde hace milenios somos la misma ansia
de capturar en un testimonio perdurable
la realidad o el sueño que nos rodea.
E.Valadés
El narrador Edmundo Valadés escribió La muerte tiene permisoen 1955. Creo que es su mejor cuento, pero debo criticarle que, sin quererlo, le otorgó a la muerte un poder que no debería poseer (¿o será que esa potestad ya la detentaba desde antes?). Y es que la muerte nodebería tener todos los permisos. En su caracter de institución universal, omnipresente y omnipotente, tendría que ser controlada o, al menos, limitada. Es necesario que los seres humanos ejerzamos nuestro derecho de réplica. Eso haré hoy, en este texto: lamentar las muertes que han llegado este año, sin pedir permiso. Y que han dejado un vacío en el mundo cultural muy difícil de llenar.
Ana Clavel, en este espacio, jugó con la posibilidad de que Ibargüengoitia no hubiese muerto. Para eso sirven las letras: para soñar escenarios mejores. Hay creadores que no deberían desaparecer y, así, eternamente vivos y productivos, seguirían alimentando al mundo con sus obras y cuestionamientos.
El 2019 llegó con el ánimo despiadado. La primera ausencia (y la que más lamento, por ser mi mejor amigo) es la de Armando Vega Gil. En este caso la muerte no tuvo la culpa: él decidió convocarla. Quien fuera conocido como fundador del conjunto Botellita de Jeréz, no sólo dejó huérfana a la música. Armando también era un prolífico escritor (poesía, cuentos, novelas, artículos), un enorme fotógrafo, un viajero incansable y un atinado crítico de cine. Amaba probar platillos exóticos, beber un buen vino. Era guionista, actor, alpinista y buzo. Gran lector. Enamoradizo. Le gustaba jugar con las palabras y con las notas. Tímido y demasiado sensible, poseía una inteligencia y una cultura brutales. Lloraba ante la injusticia y, por lo mismo, se convirtió en un lúcido defensor de varias causas sociales. El 1o de abril decidió quitarse la vida y todavía se le extraña.
Igual que extrañamos (¡cómo evitarlo!) al maestro Francisco Toledo. Genial. Sencillo. No tenía que levantar la voz para mover a la sociedad. Siempre estuvo al lado de los oprimidos, de los que menos tenían, apoyando las causas esenciales para nuestro país. No debemos olvidar sus papalotes como protesta contra la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; un acto tristemente poético. Su influencia en su querida Oaxaca, y en todo México, fue crucial. Pintor, escultor, ceramista e impresor fue, sobre todo, un gran promotor y defensor de la cultura. Un filántropo contestatario y un activista entregado. ¿Quién podrá llenar el espacio que ha dejado?
Mucho menos conocido, pues estaba “detrás” de los escritores, es Ramón Córdoba. Quienes saben del tema, lo califican como el mejor editor de México. Estoy de acuerdo. ¿Cómo no estarlo si desde mi primera novela conté con el privilegio de su opinión y su mirada? Tenía una sabiduría delicada y silenciosa, precisa. Conocía y respetaba el estilo de cada autor que publicaba en Alfaguara y de esa manera, sutilmente, aportaba un término, sugería una frase, insinuaba un hilo conductor más contundente, señalaba un error en la configuración de un personaje. Es decir, ayudaba a que las novelas fueran mejores. Todo esto en el escenario de alguna cantina, frente a dos vasos de whisky en las rocas. Como amigo, era insuperable. Pero un infarto traicionero se lo llevó, sin siquiera avisarnos.
Miguel León Portilla le dio voz a los vencidos. Solo por este hecho, su legado es tan importante. Filósofo, historiador, antropólogo y un “buen hombre”, con todo lo que ese término significa. Gracias a él, la cultura prehispánica, sobre todo la náhuatl, fue valorada. Poseedor de varios doctorados honoris causay un sinfin de premios nacionales e internacionales, siguió conservando su sencillez y su motor primario: rescatar el pensamiento, la historia, tradiciones, mitos, creencias y literatura de los pueblos prehispánicos.
Imaginar es un privilegio. ¿Se imaginan, pues, un mundo en donde todavía caminaran Einstein, Marie Curie, Toni Morrison y Virgina Woolf? Un puente sobre el Sena, que Gerda Taro y Robert Capa cruzaran tomados de la mano, para llegar a su cita con Cortázar y Susan Sontag. Un banca en un parque que atestigüara la conversación entre Alejandra Pizarnik, María Zambrano, Hannah Arendt y Ruth Abrams. Una mesa de bar con René Drucker, Zygmunt Bauman, Rafael Coronel y Celso Piña, brindando con tequila… Está bien, me detengo o la lista de ejemplos deseables se hará larguísima.
Concluyo fuerte y claro: hay seres humanos luminosos, ante quienes la muerte no debería tener permiso. Menos todavía en un país convulsionado por demasiadas ausencias y tanta injusticia.