Opinión 51. Don Goyo de cerca, entre el terror y la fascinación

La periodista Yohali Reséndiz escribe para OPINIÓN 51 la experiencia que es estar cerca del Popocatépetl, al que visitó hace años en una cobertura. “Al igual que hace una década, Don Goyo nos recuerda que el poder de la naturaleza está presente en nuestras vidas y que sí, hay un riesgo latente”.

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EMEEQUIS.– La periodista Yohali Reséndiz recuerda que hace 10 años “Don Goyo” mantenía una actividad volcánica parecida a la actual, por lo cual, diversos medios quisieron cubrir lo que ocurría con el volcán. “Uno de esos medios fue Cadena 3, televisora de la que fui parte en su equipo de reporteros especiales”, menciona la autora, quien propuso acercarse lo más posible a la boca del volcán, pero “nunca dimensioné los riesgos ni lo que íbamos a vivir”.

Reséndiz iba a acompañada del camarógrafo Eduardo Vaca y de Arturo Sánchez, quien era responsable de la unidad. En su viaje, al llegar a Paso de Cortés, fueron recibidos por Protección Civil, que dio la tajante orden “no hay paso para ningún medio ni para nadie por la actividad misma del volcán”

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Reséndiz también menciona que intentó convencer a las autoridades de pasar sólo 15 minutos, pero la respuesta fue: “No, no hay permiso para nadie”. Al recibir la negativa, y ver que una camioneta de TV Azteca solicitaba el paso para salir, decidieron tomar otro camino y la siguiente acción por realizar “fue bajar al poblado de San Pedro Nexapa y buscar a un guía que aceptó subirnos, pero caminando”.

Hugo fue el guía que aceptó subirlos. Él le solicitó a Reséndiz que comprara chocolates, agua y su periódico, aseguró que el viaje sería de dos horas. “Y sí, dos horas, pero no teníamos la condición y nuestro guía subía frecuentemente por madera”, explica la comunicóloga.

Yohali Reséndiz cuenta una cobertura del Popocatépetl en actividad. Foto: Opinión 51.

Por la mente de la periodista pasó la posibilidad de tener tiempo para comer: “¿Dos horas? pensé, igual y nos da tiempo de armar arriba unos sándwiches y arriba comer, así que también compré un pan, mayonesa, jamón, chilitos y nuestro respectivo chesco, gran error”.

Al estar en camino, el recorrido que debía durar dos horas se convirtió en uno de siete, “después de las siete de la noche recuerdo que por más que abría mis ojos, no lograba avistar lo que tenía frente a mí”, describe la articulista.

Además, agrega: “En algún momento, nuestro joven guía nos pidió silencio, como íbamos caminando uno detrás de otro, chocamos entre sí y luego Hugo, nuestro guía le pidió a Eduardo Vaca, encender la lámpara de su cámara, yo estaba impactada porque estábamos a un paso del precipicio”.

Inmediatamente Reséndiz le preguntó al guía cómo se había dado cuenta que ya no había camino: “por el sonido del río, del agua”, fue la respuesta.

El equipo de la periodista tuvo que colgarse de un árbol y “cómo changos tomar las ramas del otro árbol para brincar y ponernos a salvo, sólo con la luz de la luna como testigo”, explica la autora del texto, quien también agrega que no tenían señal ni “nunca nadie nos hubiera escuchado si algo nos hubiera ocurrido”.

El camino lo hicieron a ciegas, “porque las copas de los árboles estaban tan cerradas que no permitían que la luna nos iluminara”, describe. Durante el camino, escucharon aullidos y Hugo confirmó que se trataba de coyotes y les solicitó que no dejarán de caminar.  Ante la pregunta de ¿cuánto faltaba para llegar?, Hugo contestó: “cuando ya no haya árboles y el piso esté plano”

Reséndiz confirma que así fue. “Recuerdo que, al llegar a esa superficie plana, Hugo nos dijo: mírenlo, ese es Don Goyo” agrega que a impresión era demasiada y no podía creer lo que miraba “el cielo negro o azul oscurísimo donde se podía admirar a Sirio, a Venus y a Júpiter y estoy segura que a Canopus”, pero también “aquel espectáculo tan abrumador de rocas rojas ardientes volando con fuerza mientras la lava encendida se desbordaba de una de las caras del cráter”.

La reportera también recuerda que “debajo de nosotros la tierra temblaba y Don Goyo exclamaba, si es que cabe esta expresión, era una especie de grito ensordecedor de dolor en tono grave”. Para ella y su equipo el espectáculo era increíble y el cansancio desapareció. “No mirábamos la figura de Don Goyo, pero sí lo sentíamos”, expresa.

La articulista menciona que Protección Civil se dio cuenta que habían llegado debido a que los perros comenzaron a ladrar y dos camionetas se movilizaron. Hugo le comunicó al equipo de periodistas que tenían 25 minutos para grabar lo que quisieran puesto que iban a subir por ellos, sin embargo, no fue así.

De acuerdo con lo relatado por la periodista: “Protección Civil de Puebla sabía de nuestra presencia y dispuso un helicóptero para nuestro rescate en caso de que Don Goyo hiciera erupción”, pero ella y su equipo no lo sabían.

Las horas siguieron su transcurso y el equipo de reporteros empezó a sentir el frío. El guía recogió ramas y le pidió a Yohali que le entregara los chocolates que había comprado en la tienda.  Hugo cortó en pedacitos los tres chocolates y los repartió entre Yohali Reséndiz, Eduardo Vaca, Arturo Sánchez y él. Después les solicitó que caminaran para que con el chocolate y el ejercicio mantuvieran el calor corporal.

Reséndiz también menciona que, el camarógrafo, Eduardo Vaca, “no aguantaba el dolor de rodillas, porque además durante el camino, nos había llovido y granizado y el viento era una congeladora”, pero el camarógrafo, con todo y dolor, “grababa las imágenes de ese espectáculo que esa noche fue sólo para las cámaras y audiencia de Cadena 3”.

Respecto al periódico que Hugo le había solicitado llevar, Reséndiz afirma que Hugo “lo mojó y nos envolvió rodillas, tobillos y codos para cuidar las articulaciones ante el intenso frío”.

En su narración, la autora comenta que el rescate se dio hasta las 8 de la mañana del día siguiente, “claro, jajaja, reclamé que hayan tardado tanto”, pero uno de los integrantes de Protección Civil le respondió: “Mi jefe dijo textual anoche cuando le avisamos por radio que usted y su equipo ya habían llegado hasta acá arriba y nos dijo: bueno, pues esa periodista tenía muchas ganas de subir, pues ahí déjenla”.

La articulista agrega que hoy se ríe de las circunstancias, pero “aquella noche hubo varios momentos en los que reflexioné los riesgos que afrontamos quienes vivimos el periodismo” y reafirma “no hay arrepentimiento. Don Goyo nos hizo un regalo de vida, sí, aterrador, pero un regalo que difícilmente podré volver a tener”.

Para finaliza su texto, la autora menciona que: “Al igual que hace una década, Don Goyo nos recuerda que el poder de la naturaleza está presente en nuestras vidas y que sí, hay un riesgo latente”. por lo cual “no hay que minimizar lo que en segundos puede convertirse en una gran imagen, pero también en una pesadilla”.

De su experiencia también resalta que nunca lograron comer un solo sándwich.

@opinion_51

@emeequis 

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