El Plan B de la restauración autoritaria

El Plan B es toda una maraña de inconstitucionalidades y lo peor es que lo saben quiénes lo impulsaron. Sin embargo, queda el recurso de la Suprema Corte y la movilización social para enmendar las cosas.

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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Quizá lo más dramático del presente mexicano es que estamos viendo el golpe a la democracia en una especie de cámara lenta. Sí, ya con el Plan B vigente, entramos en una zona de restauración autoritaria. Una vez aprobado por el Senado, todo se irá precipitando con mayor velocidad.

Desde hace años había indicios y pistas sobre lo que podía ocurrir. Como en el ajedrez, el jaque estaba cantado desde la apertura del juego en diciembre de 2018, o aún antes.

Las múltiples frivolidades de quienes gobernaron en el pasado, su incapacidad para paliar las enormes diferencias sociales, la inseguridad y la corrupción, le franquearon el paso a la llegada del populismo al poder político. 

Sí, ahora estamos mucho peor, los datos están a la vista. Es el periodo de más muertes violentas en la historia reciente, hay más pobres que antes, el sistema de salud colapsó y el educativo está experimentado las consecuencias de una aventura trasnochada e ideológica. 

Pero, aun así, tienen la fuerza suficiente para asfixiar a la autoridad electoral y para poner en riesgo la elección del 2024, en la que, por lo demás, solo van a reconocer el resultado si les favorece. Nunca han aceptado una derrota, y menos lo harán teniendo la fuerza que proviene de ser gobierno. Esto es una realidad y por ello el Plan B es tan riesgoso. 

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El ahora presidente López Obrador, desde 2006 advirtió que las instituciones se irían al diablo, y hay que concederle que en ese aspecto ha sido bastante exitoso. El INE y el Tribunal Electoral siempre estuvieron en la mira. 

Lamentarse sirve de poco a estas alturas, pero conviene tener presentes errores que abonaron el terreno para la llegada al poder de una corriente que no solo no profundizaría la democratización, sino que iniciaría una cuenta regresiva en contra de ella. 

De modo ingenuo se pensó que el avance en los procesos electorales, en la forma de organizarlos y de calificarlos era un tema superado. Parecía que el horizonte en el que se tendría que trabajar sería el de la forma de gobernar y por ello se hizo énfasis en los órganos que significaran pesos y contrapesos. 

Es evidente, a estas alturas, que nunca se consolidó nuestra joven democracia. Sus enemigos eran poderosos y ahora la están carcomiendo desde dentro.

Esto no es un fenómeno privativo de México, pero menudo consuelo el constatar que estamos entrando a una suerte de régimen híbrido, a una remembranza de lo que fue el partido hegemónico.

Dramático lo que ocurrió, lo que está ocurriendo, pero aún hay posibilidades que las cosas se enmienden en la Suprema Corte de Justicia de la Nación o que la movilización colectiva se trasforme en iniciativas políticas puntuales que se expresen, por lo pronto, en el voto ciudadano que evite una degradación mucho mayor.

El Plan B es toda una maraña de inconstitucionalidades y lo peor es que lo saben quiénes lo impulsaron, es más, lo hicieron así de manera deliberada. No hay intención de mejorar, sino de descomponer. En un contexto de normalidad sería rechazado de inmediato en el máximo tribunal, pero no estamos ya en un momento en el que privilegie el sentido del derecho. 

Es muy probable que los ministros no alcancen los votos suficientes, aunque sean mayoría, para detener una reforma que es un fraude a la Constitución. Se generará una especie de limbo jurídico y con consecuencias que afectarán la disputa por el poder político. 

Vendrá la movilización del 26 de febrero, y se constatará que hay una ciudadanía vigorosa que está comprometida, desde la pluralidad, con la democracia. 

Pero ese colectivo tiene que comprender que lo suyo será recorrer un camino lleno de obstáculos. Hace unos meses se logró detener la destrucción del INE y ahora se tiene que establecer la constancia del costo político que ya tiene la restauración autoritaria. 

El Zócalo de la Ciudad de México repleto será la señal de que hay esperanza en retomar el curso, el constatar, de nueva cuenta, que no hay derrotas permanentes y que por ello es necesario contar con un sistema democrático vigoroso. 

Para nada será sencillo lo que viene, porque desde el poder se están elevando los desafíos y generando problemas donde no los había. 

@jandradej 

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