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Triste papel ante la dictadura de Ortega
En Nicaragua ya no hay democracia. La situación irá empeorando, y más en la medida en que no existan alternativas internas a la barbarie. Al gobierno mexicano no le alcanzará la narrativa de la no intervención, pues en Perú sí se pronuncia.
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CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– En Palacio Nacional van a decir que se trata de representantes de la derecha en España y en América Latina, y sí, la mayoría lo son, pero más vale que aquilaten el llamado que están haciendo 22 expresidentes, para que termine el silencio del gobierno mexicano respecto a lo que está ocurriendo en Nicaragua.
Impulsada por Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), la toma de posición fue firmada por Óscar Arias, José María Aznar, Iván Duque, Eduardo Frei, Lucio Gutiérrez, Sebastián Piñeira, Andrés Pastrana, Lenin Moreno, Felipe Calderón y Vicente Fox, entre otros.
El argumento es que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dejado de lado el principio de no intervención para acusar de espurio al gobierno provisional de Perú, pero no se pronuncia respecto al destierro y privación de la nacionalidad de 222 personalidades nicaragüenses, a las que también se les confiscaron sus propiedades.
Una contradicción, por supuesto, entre las presiones a Dina Boluarte, quien, por cierto, proviene de la izquierda y el respaldo soterrado a lo que es, en toda la extensión de la palabra, una dictadura.
En IDEA, extienden el reproche a otros mandatarios, que tampoco tienen interés en el drama nicaragüense, pero sacan del enredo a quienes sí han tenido una actitud decorosa y apagada a la defensa de los derechos humanos: el chileno Gabriel Boric y el ecuatoriano Guillermo Lasso.
El dueto de Daniel Ortega y Rosario Murillo, presidente y vicepresidenta, son dos pájaros de cuenta que han establecido una dinámica criminal que no le pide nada a la dictadura de Anastasio Somoza, la que el propio Ortega ayudó a derrocar cuando era uno de los integrantes más notables del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Ortega y Murillo muestran los peores rasgos de un caudillismo extraviado, que dilapidó, desde hace años, una herencia de luchas sociales y de búsqueda de establecer un régimen de libertades.
El matrimonio fue desmontando toda la red institucional que se construyó luego de la caída del somocismo, la que en su momento posibilitó la alternancia y que dio espacio para pensar en un porvenir dichoso para esa pequeña nación.
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A finales de los años setenta, del siglo pasado, el gobierno del presidente José López Portillo supo actuar ante el panorama de Centro América y por ello, en el FSLN, le estuvieron agradecidos. La izquierda en nuestro país se mantuvo solidaria ante el cambio en Nicaragua, sobre todo, porque era una posición ética ante un gobierno tiránico como era es somocista.
Ortega es un ejemplo de la degradación que produce el ejercicio del poder sin equilibrios, pero también la del daño que pueden causar a la democracia políticos que fingieron asumir las reglas y que terminaron por romperlas.
Ortega actuó en consonancia a un libreto autoritario, haciendo inútil el papel de los legisladores, sometiendo al poder judicial y terminando con la prensa independiente.
En Nicaragua ya no hay democracia. La situación no irá sino empeorando, y más en la medida en que no existan alternativas internas a la barbarie, pero para que ello sea posible se requiere del apoyo y la solidaridad internacional.
Es un drama mayor, una cubetada de agua helada, que obliga a reflexionar sobre lo que se tienen que hacer para proteger las libertades en todo momento, y para constatar que la historia suele deparar sorpresas y alguna de ellas muy crueles.
Al gobierno mexicano no le alcanzará la narrativa de la no intervención, porque lo que ahora ocurre es una emergencia en derechos humanos, como hubo otras en las que sí se actuó en el pasado, basta recordar el papel de la diplomacia mexicana ante los golpes de Estado en Chile y en Argentina, para darse cuenta de que se puede proceder con dignidad y dentro de los principios que marca la Constitución.
Ortega y Murillo pueden permanecer en el poder mucho tiempo, pero ello no impedirá que se hagan los balances, en su momento, para ponderar lo que se hizo para no dejar abandonados a los ciudadanos nicaragüenses a su suerte y bajo el yugo de dos sátrapas bastante siniestros.
@jandradej
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