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Ojalá existieran muchos Toledos y Harps
“Tenemos esa equivocadísima idea de que lo que no vemos, tocamos u olemos, no puede afectarnos. Nos indigna observar injusticias en las noticias, pero seguimos cómodamente sentados en el sillón, tomando una cerveza”. Escribe BEATRIZ RIVAS.
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Anoche soñé con Francisco Toledo. Aunque lo vi en persona un par de veces, realmente no puedo decir que lo haya conocido. Mucho menos, que fuéramos amigos… y lo lamento. Pero el caso es que soñé con él: estaba en alguna calle del centro de Oaxaca, rodeado de varios niños vestidos de blanco. Él corría, llevando un papalote rojo en su mano y un pincel en la otra. Sonreía con la boca y la mirada. El papalote se elevaba en ese cielo tan azul que acostumbra enmarcar la ciudad. Un azul apenas manchado por nubes ligeras y blancas. No recuerdo más y no entiendo por qué soñé con él, pero me desperté con esta idea que no me deja: la maravillosa utopía de que existieran muchos hombres como él en este país nuestro, que tanta ayuda requiere.
Porque lo que es ciertísimo (y lo hemos comprobado) es que no podemos ni debemos dejar que el gobierno lo haga todo. Y si nos lavamos las manos, entonces perdemos el derecho a quejarnos. Sin una sociedad más participativa y comprometida, México seguirá en el atraso en todos sus rubros: instituciones, educación, justicia, igualdad de oportunidades. Lo que Toledo hizo por Oaxaca, deberíamos copiarlo y reproducirlo en cada ciudad, en cada pueblo. Y a su compromiso y entrega a favor del medio ambiente, de la cultura y de los menos favorecidos de su Estado, podemos agregar la valiosa labor de otro gran oaxaqueño: Alfredo Harp. Tenemos, pues, el ejemplo de un activista y luchador social, junto al de un reconocido empresario. Ambos han entregado gran parte de sus vidas y sus logros para favorecer el desarrollo de la comunidad en la que se formaron. Han luchado y han movido a otros para que se sumen a su lucha.
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Hace algo más de un mes tuve la fortuna de pasar unos días en la ciudad de Oaxaca y nada más al caminar por las calles y observar edificios, institutos, museos, talleres e iglesias, me quedó clarísima la labor de estos dos hombres (ayudados –hay que decirlo–, por un enorme número de personas igualmente comprometidas). Por solo mencionar algo de una larga lista de huellas vivas que han dejado los dos, están el Instituto Oaxaqueño de Cultura, el Jardín Etnobotánico, Instituto de Artes Gráficas, Museo de Arte Contemporáneo, Pro-Oaxaca, ex Convento de Santo Domingo, Centro de las Artes San Agustín, Museo Textil, Museo de Filatelia, Biblioteca Andrés Henestrosa entre otra serie más de talleres, fundaciones y academias.
Ambos hombres han apoyado proyectos de cultura, educación, medio ambiente, talleres artesanales, restauración de edificios y monumentos históricos. Han usado su prestigio para alzar la voz a favor de los olvidados y desprotegidos. Toledo hizo hincapié en su apoyo a estudiantes, obreros y campesinos; al mismo tiempo, luchó incansablemente para defender las tradiciones oaxaqueñas y la ecología local. Harp, un apasionado del béisbol, también ha invertido en el deporte y la fundación que lleva su nombre (dirigida por Isabel Grañén, su esposa) tiene una lista interminable de programas filantrópicos que van más allá de las fronteras del estado en el que nació.
Repito: si en México existieran mil Franciscos Toledo y mil Alfredos Harp, otra sería nuestra historia. Y aunque nosotros (quien esto escribe y quienes me leen) no tengamos ni el dinero ni la fama de los dos personajes públicos que hoy me ocupan, deberíamos transformarnos en participantes activos, desde nuestras trincheras, en la construcción o reconstrucción, si no de la nación entera, al menos de nuestro entorno.
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Tenemos esa equivocadísima idea de que lo que no vemos, tocamos u olemos, no puede afectarnos. Nos indigna observar injusticias en las noticias, pero seguimos cómodamente sentados en el sillón, tomando una cerveza. Así acostumbramos ser. Aceptándolo, por lo menos busquemos incidir de manera positiva en lo que nos rodea: aquello cercano. Nuestra casa, nuestra calle, nuestra colonia. Nuestros hijos, empleados, amigos. Convirtámonos en mini agentes del cambio. Mini Toledos. Mini Harps. Pero, carambas, ¡hagamos algo! Porque la inmovilidad por apatía o indiferencia, nos lleva a la parálisis completa y cuando queramos movernos, no podremos ni parpadear.
Cuando al artista plástico juchiteco le preguntaron, en alguna ocasión, si se comparaba con los muralistas, respondió: a ellos “les tocó un país que se estaba construyendo y a mí me tocó un país que se está destruyendo”. Detengamos la destrucción y comencemos la reconstrucción urgente. Con pequeños pasos y dentro de nuestra esfera. Porque, la verdad, no nos queda de otra.
@Brivaso