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Santa Claus y la derrota de Quetzalcóatl
A pesar de los brotes de nacionalismo en la historia de México y otros países, la Navidad y sus festejos no han perdido la brújula, al contrario, la mantienen desde la perspectiva cristiana, pero con una visión más que realista del presente.
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CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– El 26 de diciembre de 1930, el secretario de Educación, Carlos Trejo, comió con el presidente Pascual Ortiz Rubio. La charla fue avanzando y surgió una idea: Quetzalcóatl sustituiría y desplazaría a Santa Claus y esto se lograría por decreto.
Ortiz Rubio quería matar dos pájaros de un tiro, terminar con la presencia de un personaje que consideraba ajeno a los parámetros del nacionalismo y, por otro, darle un golpe a la Iglesia Católica, no porque la jerarquía apoyara a Claus, ni mucho menos, sino porque era una suerte de mensaje de que los agravios por la Guerra Cristera no eran un tema resuelto. El régimen de la Revolución podría ser capaz de establecer un gusto y una tradición. Esa era la aspiración.
Se organizó, a marchas forzadas, un encuentro de 15 mil niños en el Estadio Nacional para que recibieran regalos el 23 de diciembre de ese año. La primera dama, Josefina Ortiz y Ortiz, fungió como la protagonista central de lo que sería el día uno de una tradición a la mexicana y, mejor aún, creada por la inspiración del primer mandatario, aunque algunos malévolos señalan que detrás de la historia se encontraba Plutarco Elías Calles, que era quien realmente mandaba.
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Aquello fue bastante extraño, árboles de Navidad que se mezclaban con motivos aztecas y una pirámide al centro del Estadio. Las reacciones en la opinión pública no fueron lo favorable que se esperaba y nunca se repitió la irrupción invernal y festiva de la Serpiente Emplumada.
Santa Claus tenía otros planes. En 1931, la Coca-Cola inició una campaña de publicidad, a nivel internacional, con los dibujos de Haddon Sundblom, que se convirtieron en la caracterización más conocida del viejo barbudo que vive en el Polo Norte.
Pero los intentos de contrarrestar la penetración de un personaje y una celebración que venía de los Estados Unidos continuó a lo largo de las siguientes décadas, aunque se fue diluyendo.
El tema no era exclusivo del nacionalismo mexicano. En 1951, en el atrio de Catedral de Dijon, en Francia, le prendieron fuego a una figura monumental de Santa Claus, espectáculo organizado por un clérigo, quien invitó a 250 niños para que observaran la hoguera y se convencieran de que el señor que viajaba en trineo era un personaje oscuro y nada cristiano.
Claude Levi-Strauss escribió “El suplicio de Papa Noel”, maravillado y consternado a la vez por observar cambios culturales en tiempo real, algo que no siempre puede atestiguar un enólogo.
Las condenas a la hoguera no se hicieron esperar y más aún porque los franceses estaban intentando retomar la normalidad luego de la Segunda Guerra Mundial, donde buena parte de los parámetros de convivencia habían estallado por los aires.
La iglesia católica en nuestro país resultó más pragmática y para 1951 solicitaban que, para mantener las tradiciones, se colocara un nacimiento debajo del árbol de Navidad y se insistiera en que los regalos eran obra del Niño Jesús.
Pero la llegada de tiendas como Sears Roebuck y la publicidad en los diarios y revistas, fueron normalizado la presencia de Santa Claus, hasta que se arraigó en convivencia con las tradiciones mexicanas y en particular la de los Reyes Magos.
Los comerciantes se dieron cuenta de que tenían una gran oportunidad al extender el negocio en dos momentos, el 24 y 25 de diciembre, sumándolo al 6 de enero.
En 1959 se estrenó “Santa Claus”, una película dirigida por René Cardona, que tuvo el objetivo de personalizar al personaje, en una estrategia que fue patrocinada por Sears y las jugueterías Ara.
Pero, sobre todo, es la propia gente la que se adueñó de un relato de diversas aristas y con complejidades culturales muy relevantes.
Un proceso cultural por demás interesante, sobre todo si lo colocamos en su dimensión actual, donde una parte de los festejos navideños son el resultado de las tensiones, pero también de los acuerdos que fueron dando forma a una tradición.
A fin de cuentas, la Navidad y sus festejos no han perdido la brújula, al contrario, la mantienen desde la perspectiva cristiana, pero con una visión más que realista del presente.
Susana Sosenski escribió en la revista “Cuicuilco (mayo-agosto 2014)” un ensayo puntual sobre las peripecias de Claus en la historia de México.
@jandradej
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