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La política, la pelota y Messi
Los políticos siempre tratan de sacar ventajas de este tipo de citas. Unos porque son parte de la organización y otros porque sus selecciones levantan la copa o hacen un buen papel. Pero al final del día los dividendos son escasos
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CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS. Tres mundiales para Argentina: 1978, 1986 y 2022. Una historia trepidante que se inscribe, además, en los propios cambios de la sociedad y la política.
Cuando se alzó por primera vez la copa, la dictadura militar, encabezada por Jorge Rafael Videla, estaba desplegando uno de los ataques sistemáticos a los derechos humanos más brutales de los que se tenga memoria.
En 1986, ya en democracia, despachaba en la Casa Rosada, Raúl Alfonsín, quien trataba de serenar las heridas del pasado reciente y reconstruir las bases del estado de derecho y sus implicaciones en democracia. En la actualidad gobierna Alberto Fernández un socialdemócrata del Peronismo, que tiene que navegar en las turbulencias habituales de la política sureña.
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Tres jugadores fueron el eje de aquellos días y años de gloria futbolística: Mario Alberto Kempes, Diego Armando Maradona y Leonel Messi.
Argentina, México y Qatar, las sedes. Una situación política más que compleja la que se vivía durante el propio mundial, con tensiones que evidenciaban ya las grietas de una dictadura que todavía se prolongaría por cuatro años.
México estaba entrando en una etapa de cambios profundos. El temblor del año anterior había significado el despertar de la sociedad en medio de la tragedia. El presidente Miguel de la Madrid tuvo que sortear diversas turbulencias políticas y económicas.
Qatar, un emirato en el que reina es el emir Tamir Al Thani. Un régimen poco escrupuloso con el respeto a las libertades y bajo la lupa internacional en diversos aspectos.
El futbol tiene que habitar en esas periferias, las de las situaciones concretas en que se desarrollan las competencias internacionales, les que suelen estar rodeadas de intereses.
Los políticos siempre tratan de sacar ventajas de este tipo de citas. Unos porque son parte de la organización y otros porque sus selecciones levantan la copa o hacen un buen papel.
Pero al final del día los dividendos son escasos, porque lo que se juega con garra en las canchas, rara vez se traduce en apuestas o respaldos de corte político.
Ni Videla ni Alfonsín tuvieron un provecho adicional que el que provino de la alegría, prácticamente unánime, que se generó en la sociedad ante triunfos de la magnitud de una copa del Mundo. Fernández tampoco añadirá números significativos a los respaldos que mantiene.
Tampoco a los anfitriones les salen las cuentas. De la Madrid y su gobierno aprovecharon la proyección mundialista, respaldaron a la FIFA y se ocuparon, en lo que era su responsabilidad, de las tareas de seguridad y logística. Pero después de la fiesta, vendrían desafíos políticos de alta magnitud y entre ellos la división del propio partido oficial, lo que propició la creación de la Corriente Democrática del PRI y con posterioridad del Frente Democrático Nacional.
Veremos qué ocurre en Qatar en los próximos años, y si la celebración mundialista ayudó a lavar la cara del régimen de modo profundo o solo se quedó en las luces del momento. Lo que es evidente, es que los qatarís estarán en la jugada, invirtiendo cada vez en el negocio de la pelota, y con equipos de la categoría del PSD francés.
Pero frente a los flecos de la política, lo que queda y perdura, es el mismo futbol.
Ahí es donde Argentina tiene un tesoro y grade, que se expresa en Leonel Messi, pero cuyo alcance es toda una forma de practicar y sentir el futbol.
Además, en Qatar se demostró que el horizonte establecido por Diego Armando Maradona era superable y quien lo logró fue su paisano.
Sí, hay un nuevo rey del futbol y también es latinoamericano. Curiosa paradoja, porque las grandes ligas siguen estado en Europa.
Es justo en esa globalidad en la que se forjan carreras futbolísticas de mérito. Para ganarle a Mbappé o Messi, hay que jugar con ellos o contra ellos.
Una enseñanza, por supuesto, que trasciende al propio futbol, que da cuenta de la magia de las migraciones y de cómo el deporte más popular del planeta impone un carácter plurinacional.
Lo constatamos, además, en la propia configuración de la selección de Francia, un mosaico de orígenes que explican y refrendan una aspiración de grandeza que desplaza las intolerancias que por desgracia se continúan padeciendo a nivel de las sociedades.
Importa, también, constatar que la magia del balón persiste, más allá de los vaivenes del tiempo y la historia.
@jandradej
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