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Rumor homicida
ENRIQUE SERNA aborda la desinformación y el Covid: “Contra la lógica más elemental y a pesar de todas las evidencias, un sector de la población sigue creyendo que la pandemia es un truco de ilusionismo”.
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EMEEQUIS.– No sólo las víctimas de la ignorancia dan crédito a rumores descabellados. Personas con un nivel educativo relativamente alto, pero con cierta propensión a pasarse de vivas, también tienden a creer noticias falsas por desconfianza en la autoridad y en los medios de comunicación. El afán de no dejarse engañar por los de arriba, de adivinar con sagacidad sus ocultas intenciones, favorece la difusión de patrañas que muchos desconfiados creen a pie juntillas y propagan con el celo fanático de los antiguos misioneros. La epidemia de mitomanía en las redes sociales obstaculiza cualquier campaña de salud pública, porque los internautas ávidos de intrigas tenebrosas desconfían por acto reflejo de los medios informativos que verifican rigurosamente la autenticidad de las noticias, es decir, desconfían de quienes pueden sacarlos de las tinieblas. Pero cuando una fuente anónima les revela la existencia de un complot fraguado en secreto por los genios del mal que pretenden exterminar al género humano, creen gozar de información privilegiada y compadecen a los ilusos que se dejan engañar por los noticieros.
El reportaje de Andrés M. Estrada “Miedo en la farmacia: La pandemia alcanza al Dr. Simi y similares”, publicado la semana pasada en Eme Equis, revela que la incredulidad popular está saboteando los esfuerzos de la sociedad y el gobierno para combatir el contagio del coronavirus y atender a sus víctimas. Uno de los médicos entrevistados, Eduardo Vega, se declara impotente para luchar contra el doble flagelo de la pandemia y la infodemia: “El problema es que ahora la gente le tiene miedo a los hospitales, por causa de la desinformación en redes sociales, estas cuestiones que ninguna autoridad ha desmentido, de que matan a la gente, etc. Estos pacientes por nada del mundo quieren ir a un hospital”. No hay encuestas que midan cuántos mexicanos abrigan ese temor, pero deben de ser varios millones, pues los médicos que atienden los consultorios farmacéuticos la escuchan a diario. Según el testimonio de la doctora Jiménez, “varios de mis pacientes, con cuadros severos o sospechosos de coronavirus, argumentan que no van a hospitales ni llaman al 911, porque ahí les extraen el líquido de sus rodillas; otro dijo que en el hospital les inyectan el virus y los matan, algunos más no creen en la pandemia”.
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Por si no bastara con este cuadro desolador, en la sección de comentarios, un terrorista anónimo embozado tras un seudónimo defiende a grito pelado el rumor asesino: “Déjense de mamadas, ustedes están matando gente por órdenes de los de arriba y a cualquier persona que llega al IMSS le inyectan un medicamento y la matan diciendo: murió del coronavirus”. Por lo general, detrás de un rumor siempre hay uno o varios vivales que intentan lucrar con la confusión del público. Pero ¿a quién beneficia este disparate que ya debe de haber costado miles de vidas?
Las redes sociales deberían tener filtros rápidos y eficaces contra la desinformación tóxica, pues en este caso induce a los enfermos de COVID a un suicidio colectivo. Contra la lógica más elemental y a pesar de todas las evidencias, un sector de la población sigue creyendo que la pandemia es un truco de ilusionismo y ni siquiera abre los ojos al contraer la enfermedad, pues prefiere morirse en casa que acudir a los hospitales. Al parecer, ni el arrastre popular del presidente ni la claridad pedagógica del doctor López-Gatell bastan para inspirar confianza a un numeroso grupo social anclado en el pensamiento mágico. Los médicos y las enfermeras reemplazaron a los ogros de las leyendas medievales y ahora, según la superstición popular, realizan una campaña de exterminio en los centros de salud. Con razón padecen agresiones en la vía pública.
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La pandemia sacó a relucir el desastre educativo de las últimas cuatro décadas y los analfabetos funcionales no son los únicos que lo padecen: todos estamos pagando ya esta ola de incredulidad, pues como puso en evidencia el confinamiento, aquí son inútiles las estrategias epidemiológicas implementadas en Europa, donde la mayoría de la población sabe distinguir la información veraz de la superchería. A pesar de su enorme costo económico, el confinamiento sólo contuvo a medias la propagación del virus, porque muchos trabajadores no pudieron acatarlo al pie de la letra. Para colmo, en el subsuelo de la sociedad hay un escuadrón suicida incuantificable, que probablemente ya se resignó a morir sin atención médica.
Pero quizá el egoísmo de los privilegiados reciba con esta catástrofe una dura lección. En lo futuro ya no será tan fácil ignorar la miseria desde un búnker residencial, porque sus estragos repercuten directamente sobre la pequeña y la gran burguesía. La disyuntiva es clara: o nos salvamos juntos o nos jodemos todos.